domingo, 12 de abril de 2009

La propia creación literaria sirve muy mucho para consolidar la propia cultura


Los personajes son los seres que intervienen en una trama, o en una descripción, o en una crónica. Estos seres pueden ser personas más o menos comunes y corrientes (conocidas o desconocidas), y también pueden ser dignatarios relevantes y científicos cualificados (reales o ficticios), y también pueden ser animales, o figuras mitológicas o legendarias, o dioses, o incluso plantas, objetos, o seres sobrenaturales o simbólicos a los que se les atribuyen características y acciones diversas.

Una obra literaria puede ser autobiográfica, o al menos puede transmitir con mucha precisión un entorno real conocido por el autor (hacer lo que se llama una pintura de época y lugar, un fresco de época y lugar, una descripción fidedigna de estructura social y de relaciones sociales ajustadas a tiempo y lugar). Y por cierto esto no tiene porqué estar mal. Y por cierto esto no tiene nada de malo. Existen excelentes escritos literarios de este tipo que han alcanzado gran fama y reconocimiento.

En el acierto o en el error, del colombiano Gabriel García Márquez y del peruano Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, algunos han dicho que es muchísimo más importante el aporte que ellos han hecho como cronistas y como narradores autobiográficos que como escribidores literarios.

Aunque la obra literaria pueda ser de ficción, en muchos casos el escritor ciertamente se proyecta de alguna forma en la misma, (1) ya sea pensando que el narrador es el propio escritor, y por tanto midiendo las diferentes situaciones según su propia escala de valores y sus propias reglas de conducta, (2) ya sea atribuyendo a tal o cual personaje sentimientos propios, o habilidades propias, o costumbres propias, y aún cuando la supuesta idiosincrasia de algunos de estos personajes pueda diferir de la suya propia en otros variados aspectos. Y obviamente este encare, este enfoque, esta forma de escritura, este modo de creación, ciertamente tampoco tiene porqué estar mal, ciertamente tampoco tiene nada de malo.

Ahora bien, cuando el escritor se limita a escribir sobre lo que a él mismo le ha ocurrido o sobre lo que él ha observado en su entorno, o cuando con insistencia atribuye muchas cualidades propias a sus personajes de ficción, o cuando insiste en generar escritos que más o menos directamente reflejan su propia manera de pensar, ciertamente así se está claramente constriñendo y restringiendo en las temáticas, en los enfoques, y en los mensajes, lo que por lo general le impide referirse a temáticas muy alejadas de sus propios intereses, y/o lo que por lo general le impide o le dificulta transmitir mensajes y sentimientos con los que en su fuero íntimo no concuerde.

Un buen actor no se debe limitar a repetir los diálogos propuestos en la obra, sino que debe meterse en el personaje, tratando de pensar y de sentir como él, y sobre tablas incluso tratando de hablar y de moverse como realmente lo haría una persona con similar perfil psicológico y cultural.

Y por el bien de la actuación, y por el éxito y reconocimiento de la puesta en escena, este enfoque debe llevarlo el actor tan lejos como pueda, aún luego de bajar del escenario, y tanto en los ensayos, como en los momentos de descanso junto a otros actores, y en parte incluso en su propia vida de relación.

Cierta vez un periodista preguntó a una actriz brasileña cuál había sido el mejor elogio profesional que le hubieran hecho. Y la actriz relató que cierta vez, cuando ella participaba en una telenovela personificando a una mujer de barrio que era sumamente perversa y mezquina incluso con sus propios familiares, le ocurrió que una televidente la reconoció en la calle, y que sin meditarlo le insultó y le pegó una bofetada, por lo mala y avariciosa que ella era. Al margen de esta jugosa anécdota, indudablemente puede concluirse que esa actriz era muy buena en su profesión, y cuando actuaba lograba transmitir la personalidad que encarnaba con extraordinario realismo.

Y en más de un aspecto un escritor debería poder involucrarse y encarnarse de una manera similar con cada uno de los personajes de sus obras, o al menos con los personajes más importantes de las obras que imagina y que escribe. Un escritor debería tener la capacidad y la ductilidad de poder sentir y pensar de la misma forma que cada uno de los personajes que integran su paleta literaria. Un escritor debería tener la habilidad de ponerse dentro de la piel de sus distintos personajes, y de pensar según los puntos de vista de ellos. Un escritor debería tener la destreza de poder caminar con los zapatos de sus personajes. Pues caso contrario un escritor reflejaría en sus obras personajes falsos y acartonados, poniendo en boca de un niño modos de habla y formas de pensamiento propios de los adultos, atribuyendo delicadezas y gentilezas en personas que supuestamente son intrínsecamente perversas y avaras, permitiendo el uso de un vocabulario erudito a quienes supuestamente tienen muy poca instrucción y cultura, y en definitiva atribuyendo a los personajes acciones que no concuerdan con sus respectivas psicologías, con sus respectivos modos de sentir, con sus respectivas idiosincrasias.

Y con toda evidencia un escritor no adquiere de la noche a la mañana esta señalada cualidad de poder pensar como sus personajes de ficción, pues ello requiere práctica, pues ello requiere oficio. Y esta habilidad en muchísimos casos no es un don natural, sino que se logra con transpiración, con constancia, y con ejercicios dirigidos, pues así junto a la práctica irá desarrollando diferentes trucos y diferentes estrategias de presentación y enfoque, que son los que en definitiva hacen a los buenos escritores.

Un escritor debe habituarse a poder utilizar cualquier cosa como disparador o como inspiración de un escrito, aunque sea algo absurdo, aunque sea algo intrascendente, aunque sea algo fantasioso, aunque sea algo que se le propone por capricho, y aunque ello no concuerde con su propia manera de pensar o con sus intereses.

Y los posibles ejercicios dirigidos a los que recién hicimos referencia ciertamente pueden ser ellos múltiples y muy variados. Son muchas las formas y los recursos que podemos poner en práctica en estos experimentos. Y en mayor o menor grado así el escritor puede ir mejorando sus capacidades y sus habilidades de expresión y presentación.

Estos ejercicios dirigidos obviamente pueden ser muy útiles para los aprendices de escritores, para los que han escrito poco o para los que hace mucho que no escriben. Luego de adquirido cierto dominio en cuanto al manejo de las formas y de los contenidos, la propia práctica de la escritura en aquellos proyectos seleccionados y retenidos por los autores, permitirá mantener en forma al escritor que todos llevamos dentro, y le hará avanzar cada día más.

Por lo general los escritos de ficción tienen ellos una trama, o sea una sucesión cronológica de hechos, los que pueden tener mayor o menor relevancia, mayor o menor interés, mayor o menor coherencia, mayor o menor interferencia unos con otros, y los que pueden tener pocas interpretaciones o muchas interpretaciones. Y de las narraciones así logradas a veces pueden extraerse conclusiones, mensajes, enseñanzas, moralejas, preceptos, normativas y conductas a seguir.

Pero por cierto un buen escritor no solamente debería ser capaz de concretar este tipo de obras, sino que también debería ser capaz de escribir una simple descripción, ya sea de un personaje, ya sea de una foto de familia, ya sea de un simple escritorio, ya sea de un pasaje corto de un film, ya sea de la escenografía de una obra de teatro, ya sea de una foto de una revista, ya sea del dormitorio de sus padres, ya sea de una pintura famosa. Y esto hacer tratando de ceñirse exclusivamente a la descripción, y sin insertar la misma dentro de una trama o de un argumento.

Un buen escritor también debería ser capaz de elaborar un ensayo, o sea de desarrollar un escrito discursivo y argumental que trate un tema específico (humanístico, filosófico, político, financiero o económico, social, cultural, común y cotidiano, etcétera). El tema retenido podría ser más o menos general y amplio, o más concretamente podría involucrar a una obra artística o a una persona o a una institución o a un período histórico. Y en el escrito el autor podría presentar y defender sus propios y personales puntos de vista, aunque también podría exponer y analizar ideas de otros y teorías de otros. Y en cuanto a los aspectos estructurales, ciertamente estos escritos son de formato libre, aunque convendría que en los mismos se reflejara una impronta personal, una voluntad de estilo.

Un buen escritor también debería ser capaz de decir algo o de intuir algo de una persona, aunque ello fuera vago, impreciso, y en alguna medida arbitrario, con el único recurso de que se le mostrara una foto de su escritorio de trabajo o de su dormitorio. Un buen escritor también debería ser capaz de olfatear algo o de presentir algo partiendo de detalles mínimos relativos a la forma de vestir o de proceder de una persona, y así concluyendo ciertas cosas sobre su probable idiosincrasia, sobre sus hábitos y costumbres más plausibles, sobre sus posibles inclinaciones y preferencias, sobre su posible profesión.

Y si por ejemplo se usa una foto como disparador de una historia, el escritor debería tener la capacidad suficiente como para ensayar diversas posturas, como para ensayar diversos niveles de involucramiento, todos terminando en la escena que se propone como fuente de inspiración.

Así, un caso podría ser imaginar una situación en la cual el propio escritor es uno de los personajes. Otro caso podría ser cuando el escritor se identifica con el narrador omnisciente y omnipresente, ya que así de hecho transmite y transfiere al escrito su propia escala de valores. Otro caso se da cuando el escritor trata de pensar y de sentir como si él fuera uno de sus personajes, enfocando la historia desde este particular punto de vista. Y el caso en el que el escritor en lo personal se involucra menos y por tanto transporta menos cualidades propias al escrito, sería cuando se identifica de tal manera con uno de sus personajes, que en su fuero íntimo se convence que realmente es ese personaje, y lleva esto con mucha constancia y hasta sus últimas consecuencias a lo largo de toda la obra. Y un buen escritor esto último debería poder hacer no solamente cuando el personaje es humano (aunque eventualmente no fuera de su mismo sexo o no tuviera su misma inclinación sexual), sino también cuando el personaje es la encarnación de una virtud, o cuando el personaje es una mosca, o una sabandija, o cualquier otro ser que camina o nada o vuela.

Como ilustración de este último enfoque y como ejemplo, bien podría citarse al escritor checo-judío Franz Kafka Löwy (julio 3 de 1883 – junio 3 de 1924).

Muchas de las obras de este autor presentan descripciones muy detalladas y visionarias de la realidad, y por momentos muchas de ellas son delirantes y surrealistas.

Por ejemplo, en “La metamorfosis” (“Die Verwandlung”, 1915) se presenta una situación misteriosa en la que un joven se ha transmutado en un insecto inmundo y asqueroso, por lo que el personaje necesariamente debe aislarse, debe esconderse y alejarse del mundo social, debe manejarse en soledad.

Las situaciones y las escenas se describen allí con mucha fuerza y crudeza, y con intensidad y pasión abrumadoras. Y la fuerza del lenguaje es tan realista, que en cierta medida terminan por convencer al lector de la factibilidad de lo que se cuenta.

Por cierto que esta obra es una narración fabulada que claramente alude a la incomunicación humana, aunque como viene de indicarse, la fuerza de las descripciones y de los diálogos allí presentados hacen que en alguna medida el lector se deje atrapar por ellos y se involucre fuertemente, siguiendo las alternativas de la historia como si ella fuera realista, y riéndose o conmoviéndose según las peripecias y las situaciones que allí se narran.

Por ejemplo, para referirse a la condición de aislamiento social extremo a la que se enfrentaba el personaje, posiblemente hubiera bastado indicar que éste decidió no salir más de su dormitorio a pesar de ser un viajante de comercio, y que incluso allí se hacía llevar la comida para no tener que salir ni de la casa ni de su propio cuarto. Pero no, en “La Metamorfosis” el autor insiste en dar detalles, diciendo que el insecto humano se escondía e intentaba camuflarse debajo de un canapé o debajo de una sábana, y que intentaba encontrar otros escondites, tal como lo harían muchas mascotas en situación de peligro o de incomodidad.

Ya que de hecho hemos hecho este desvío temático para referirnos a este notable escritor que a pesar de ser checo escribió exclusivamente en idioma alemán, vale la pena decir algo más sobre la obra antes aludida, para así poder explicar mejor lo dicho un par de párrafos más arriba.

En “La metamorfosis” el autor narra las peripecias de Gregorio Samsa, un simple viajante de comercio que cierto día despertó con su cuerpo convertido en el de un monstruoso insecto, aunque aún podía pensar como un humano y recordar su pasado, y aunque aún podía hablar como un humano (aunque con muchísimas dificultades).

Por cierto y como ya se dijo, el realismo de ciertas descripciones escritas por Franz Kafka en esa obra son dignas de destaque, tal como puede observarse en los pasajes transcriptos en las siguientes líneas.

<< Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantener el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo.

<< Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó.

<< Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.

<< Sintió en el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama, para poder levantar mejor la cabeza. Se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una de sus patas, pero inmediatamente la retiró, pues el roce le produjo escalofríos.

El escritor también sitúa preocupaciones típicamente humanas y mundanas en las situaciones que se describen, y en los pensamientos de ese hombre metamorfoseado.

<< El apoderado tenía que ser retenido, tranquilizado, persuadido y, finalmente, atraído. ¡El futuro de Gregorio y de su familia dependía de ello! ¡Si hubiese estado aquí la hermana! Ella era lista; ya había llorado cuando Gregorio todavía estaba tranquilamente sobre su espalda, y seguro que el apoderado, ese aficionado a las mujeres, se hubiese dejado llevar por ella; ella habría cerrado la puerta principal y en el vestíbulo le hubiese disuadido de su miedo.

Los escritos de Franz Kafka en mayor o menor grado se refieren a la lucha espiritual del individuo que desesperadamente busca un lugar en la sociedad, pero que es rechazado una y otra vez, por lo que termina sintiéndose frustrado, aislado, solo, desesperado, desterrado, angustiado, y con gran desasosiego. Las obras de este escritor checo-judío presentan una sociedad paradójica, contradictoria, refractaria, injusta, misteriosa, difícil de entender o de predecir, y en donde las personas se desenvuelven con dificultades diversas y casi como autómatas, como títeres, como juguetes del destino. Las obras de este autor en buena medida son autobiográficas, ya que en ellas se reflejan los propios sentimientos de Kafka, sus propias frustraciones, sus propios conflictos familiares, sus propios aprietos en su vida de relación. Véase la similitud entre Kafka y Samsa, sin duda pistas dejadas expreso por el escritor.

En lo expresado hasta aquí, seguramente el lector atento podrá encontrar inspiración suficiente como para improvisar él mismo una serie de interesantes y motivadores ejercicios a integrar en un personal taller de práctica literaria.

Y para quienes en este sentido fueran más haraganes, a continuación se describen y proponen diversos ejercicios dirigidos, los que en alguna medida recomendamos a los lectores que hagan el esfuerzo de hacer por su cuenta y en forma independiente. Además de aquí dar una descripción del ejercicio en sí mismo y de su objetivo, más abajo también se ensayan las respuestas que supieron obtener los autores de estas notas.

Descripción de la foto usada como disparador y motivador del escrito (a1)

El cuadro enfocaba una parte de una extensa explanada, de aspecto descuidado y visiblemente encerrada entre varias construcciones. Esta explanada no tenía ni árboles ni bancos ni estatuas ni jardines. Apenas si se observaba aquí una hoja de periódico tirada al descuido, allá un par de baldosones rotos, más allá un pequeño montoncito de papeles y desperdicios, aún más lejos una pared que visiblemente lucía algunos afiches junto a una ventana sin balcón y sin cortinas.

En primer plano se veía a un niño muy pobremente vestido y con cara de angustia, que con andar pausado ascendía por una escalera acercándose al observador.

En un segundo plano y algo alejado del niño, se veía a un transeúnte que con rápido paso se dirigía a alguna parte, posiblemente ensimismado en sus pensamientos y sin prestar mucha atención al entorno. Notoriamente el viento soplaba, pues así lo indicaban las ropas del hombre, así como su mano asegurando su sombrero, y su otra mano crispada en la agarradera de su portafolio.

El caso en el que el escritor es uno de los personajes: Soy una basura (a2)

Sin duda soy lo peor de la creación.

Trabajo para un diario de gran tiraje de San Pablo, y me pidieron que obtuviera un motivo gráfico para documentar los problemas sociales de Brasil.

Yo, que tengo la felicidad de comer tres veces al día.

Yo, que tengo la felicidad de poder dormir en sábanas limpias y almidonadas.

Yo, que tengo la felicidad de poder protegerme del fresco de la mañana con una manta.

Yo, tuve la osadía y el descaro de justificar mi salario con la foto de ese pobre niño.

Y ni siquiera tuve el coraje de hablar con él. Ni siquiera me interesé en lo que le ocurría. Y tampoco le invité a tomar un café con leche y a comer unos sándwiches.

¿Y porqué actué así? Tal vez porque soy un egoísta y un insensible. Tal vez porque yo también tengo aporofobia.

Soy una basura. Soy una inmundicia. Soy un ser repugnante y asqueroso.

El caso del escritor transformado en un narrador omnisciente y omnipresente: Las peripecias y las desventuras de un niño (a3)

Sus amiguitos le envidiaban porque tenía una familia, y porque tenía algo que podría llamarse hogar. Y sin embargo él los envidiaba a ellos, por la libertad que tenían, por no tener que sufrir en la casa ni peleas ni gritos ni violencia, por no tener que soportar a un padre alcohólico que pega y que da órdenes, por no tener que angustiarse por el desinterés de su madre preocupada solamente por sus cosas, por no tener que obligatoriamente despertar las noches de lluvia para sacar agua y barro de la pieza-cocina.

Finalmente se había armado de coraje. Finalmente había optado. Finalmente había tomado la gran decisión. Se iría a vivir bajo el puente con sus amiguitos y para siempre.

Y con ese pensamiento salió bien tempranito del ranchito y rápidamente se alejó del asentamiento. Y lo hizo discretamente, calladamente, sin llamar la atención, sin despedirse de nadie, sin confiar a nadie lo que pensaba hacer.

Caminó con prisa por el borde de la carretera. No tenía interés que le vieran. No tenía interés en encontrarse con alguien conocido. No tenía interés que por casualidad le fueran a preguntar algo. Y al fin, luego de un largo trayecto y luego de soportar algunos bocinazos, llegó a la ciudad.

Hizo un giro de casi noventa grados para evitar el cementerio y la usina del basurero municipal, y luego continuó por las calles que ya conocía bien, dirigiéndose directamente al centro de la gran urbe.

Marchaba con paso corto y rápido, sin tener interés en hablar con nadie, y mirando de reojo a quienes caminaban, a quienes salían de sus domicilios, a quienes esperaban en las paradas de los colectivos, a quienes junto a sus carritos hurgaban dentro de los contenedores de basura. En cierta medida parecía recelar de ellos, en cierta medida parecía querer defenderse de un posible y sorpresivo ataque.

Finalmente travesó el parque y llegó a la explanada. Su carita reflejaba preocupación y angustia, a pesar que su corazón estaba excitado y expectante.

Usando a un personaje como disparador (b1)

Cuando se intenta hacer una novela o incluso cuando se intenta escribir un cuento, por cierto conviene tener claro los personajes que intervienen en la trama así como la personalidad y fisonomía de los mismos.

El ejercicio aquí propuesto es muy sencillo, y consiste en elegir al azar las características de un personaje, y luego en escribir algo sobre él.

Lo que por ejemplo puede hacerse es elegir al azar un número de tres cifras, de modo que cada cifra se encuentre comprendida entre 1 y 4. Así, haciendo corresponder esas cifras con las características del personaje que se enumeran en la siguiente sección, se obtendrá una base a partir de la cual ejercitar la imaginación y las habilidades para la escritura.

Características del personaje (b2)

1a Hombre
2a Niño/a
3a Mujer
4a Anciano/a

1b Calvo
2b Rengo
3b Delgado
4b Petiso/Enano

1c Irritable/Sensible
2c Temeroso/Desconfiado
3c Místico/Misterioso
4c Depresivo/Vergonzoso

Un hombre /133/ (b3)

Como vestía de negro y era muy delgado, de lejos en cierta medida hacía pensar en Fúlmine. Sin embargo, esta primera impresión en cuanto a su personalidad rápidamente podía ser desechada una vez que se hablaba con él.

Parecía tener la sonrisa a flor de labios. Y por momentos se reía sinceramente, aún cuando la situación no lo ameritara en forma expresa. Su sonrisa no solía ser estridente, pero bien se le marcaba en su rostro.

Su sonrisa y su alegría de vivir solamente desaparecían cuando le contaban una desgracia… La enfermedad de alguien… Un robo o un copamiento… Un mal giro de los negocios… Un incendio… Un accidente automovilístico… El fallecimiento de un amigo o de alguien conocido…

En esas ocasiones su rostro se ensombrecía, y fruncía el ceño manifestando sincera preocupación e interés. En esas ocasiones siempre solicitaba ampliación de detalles, como queriendo saber más, como queriendo conocer los pormenores que provocaron el desenlace no esperado, como queriendo averiguar de qué forma él mismo podría ayudar.

Siempre tenía una palabra de aliento, de consuelo, de esperanza. Siempre se ofrecía para lo que fuera. Siempre estaba a la orden y bien dispuesto. Y cuando alguien le contaba uno de esos acaecidos que ensombrecían el alma, siempre remataba sus comentarios con una alusión a la divinidad, expresando respeto y temor por el ser supremo, y expresando ignorancia respecto del destino y respecto de los misterios de la vida.

En el tiempo que él frecuentaba nuestras reuniones familiares ciertamente ya tenía algunos años encima, aunque aún conservaba agilidad y vitalidad. Era alto y delgado. Y casi siempre se le veía con un hábito negro muy holgado, como si le quedara grande.

Su rostro era especialmente flaco de carnes, y su cara alargada. Ello permitía que sus sentimientos se reflejaran muy claramente en su semblante, especialmente cuando estaba alegre o cuando manifestaba preocupación o contrariedad. Su nariz era prominente y sus facciones rectilíneas, lo que en parte evocaba algún retrato de algún pintor francés o italiano del siglo XIX, que alguna vez hubiéramos podido observar en algún museo o en algún libro.

Cuando hablaba o cuando reía mostraba su dentadura más que otras personas, lo que junto con su delgadez y su muy acentuada calvicie, sin duda le daba una apariencia extraña y misteriosa, como de persona enferma, o como de personaje de ultratumba.

Sabía escuchar, aunque de vez en cuando también hablaba de sí mismo, especialmente cuando le preguntaban. Su niñez alegre y despreocupada en la hacienda. Sus locuras y sus travesuras de esa época ya pasada. Sus vagos recuerdos de la llamada “Guerra Grande”, lo que entre otras cosas despertó su simpatía por el Partido Nacional y por la divisa blanca. Luego su establecimiento definitivo en la capital departamental, y sus primeros pasos como integrante del grupo de juventud del recién citado partido político. Años más tarde su traslado a Montevideo y su ingreso al Seminario. Y al fin su ordenamiento como sacerdote católico. Sus tareas en la catedral metropolitana, en la ciudad vieja montevideana. Su vida rutinaria y sus pequeñas alegrías.

Recuerdo a Felipe con mucha simpatía y con profunda nostalgia. Sin duda fue una persona muy especial, que me marcó y que influyó enormemente sobre mi personalidad. Era un tipo macanudo. Murió de viejo en el Hogar Sacerdotal.

Un niño /241/ (b4)

Era un niño de unos tres años. En comparación con sus compañeritos de la maternal sin duda no era de los más altos, y la complexión de su cuerpo insinuaba la posibilidad que en el futuro fuera un petizo retacón.

En apariencia no tenía mayores problemas de socialización, ni con la gente grande ni con los niños y niñas de su edad, ya que era alegre y muy comunicativo.

Eso sí, llamaba la atención su pasión por la música. ¡Increíblemente le interesaban todos los géneros musicales! Incluso los que podríamos denominar como música culta y como música sacra. Si en la televisión o en la radio escuchaba sones musicales, rápidamente dejaba lo que estaba haciendo y se acercaba al aparato, siguiendo el ritmo con su propio cuerpo con gran parsimonia, y manifestando una atención y un interés propios de una persona adulta.

Un día fue muy gracioso lo que pasó. La madre lo llevó al parque, y en determinado momento allí llegó una banda de música y se puso a ejecutar marchas militares. Martín no se había apercibido de la llegada de este grupo pues estaba muy entretenido en el arenero, pero no bien escuchó el repiquetear de los tambores y el sonar de las trompetas y de los timbales, de un salto se paró y corrió junto a la orquesta. Allí se ubico bastante cerca del director, moviendo los brazos y las manos más o menos como lo hacía quien tenía la batuta. La escena se repitió sin variantes durante bastante tiempo, y cuando terminó el concierto y los músicos se retiraron, Martín corrió junto a su madre y le dijo: “Tengo sed”.

El niño ciertamente estaba en la etapa de los descubrimientos así como en el período de afianzamiento y consolidación del lenguaje. Hacía poco que había descubierto que su madre tenía además otro nombre.

Y cierto día se le apersonó a su abuela preguntándole con gran seriedad. Dime aba, ¿eres tú la mamá de Verokita? Ante la respuesta positiva de su interlocutora se alejó complacido y meditabundo, como diciendo: “No estaba muy seguro, pero me lo figuraba, pero me lo imaginaba”.

Era comunicativo con sus familiares, y contaba los incidentes que le ocurrían en el parque, en las fiestas infantiles, en la escuela, en el consultorio médico, en los paseos.

Cierto día al regresar de la escuela se le notó algo excitado. ¡Y no era para menos! Blanca, su maestra, ese día había llevado una pendereta, y luego de que todos cantaran con el acompañamiento de ese instrumento, Martín no resistió y corrió al frente para poder apreciar ese instrumento bien de cerca. Seguramente debe de haberlo hecho con gran energía y entusiasmo, pues según él mismo cuenta su maestra le dio un beso y le dijo: “Ve a tu sitio”.

Sin duda Martín en esos días presentaba algunos problemitas de conducta, tanto en la escuela como en la casa. Era demasiado emotivo e independiente, desplegaba demasiada energía y vehemencia, y con frecuencia no hacía caso ni a sus familiares ni a sus maestros.

La psicóloga de la escuela opinó que Martín era un niño-índigo, y recomendó no insistir en darle órdenes rotundas y absolutas, sino más bien en darle razones justificadas, y sugiriéndole tal o cual comportamiento, tal o cual respuesta, tal o cual acción.

Los años dirán si éste es o no un buen consejo. Los años mostraran la evolución de esta criatura. Los años permitirán saber más sobre esta personalidad en formación.

Un calvo misterioso /111/ (b5)

Era una noche como tantas. Era una noche que no tenía nada de especial.

Había creído que nadie más vendría, cuando repentinamente entró al lugar un hombre más bien joven y de estatura media. Era calvo, y el semblante lucía duro y preocupado.

Y de inmediato presentí que algo no andaba bien. Me maldije por no haber cerrado cuando me pareció que era el momento, pero proseguí con lo que estaba haciendo, como si nada. Era lo mejor que entonces podía hacer.

Ya había levantado todas las sillas del salón, y recogido lo que había sobre las mesas. Así que sólo faltaba lavar el piso, y eso comencé a hacer.

El parroquiano se sentó en la barra, y luego de unos pocos segundos me interpeló con voz bastante alta y autoritaria.

– ¿Acaso ya van a cerrar? ¡Pero qué clase de cafetín es éste que cierra a las diez de la noche! Uno para hermanitas de caridad. A ver usted, sí usted mismo, el que está fregando, ¿dónde está el cantinero?

– Lo tiene frente a usted. –contesté sin demora–

– Sírvame un Caballito Blanco doble, –dijo refregándose la nariz– y agilitando que no tengo mucho tiempo.

Ya detrás del mostrador y mientras servía el whisky, de reojo fui observando más detenidamente a mi impulsivo cliente. Tenía el entrecejo fruncido, y una mano apoyada sobre la barra con la que tamborileaba nervioso. Y de tanto en tanto miraba furtivamente hacia la entrada, como esperando a alguien, como recelando.

– Mire que no pedí un trago exótico, ¿o acaso nunca trabajó en la barra? ¿Para cuando con el whisky?

– Perdón señor, es que ya había guardado todo. Pero ya está, sírvase. –contesté algo nervioso y con voz entrecortada–

– Tome, cóbrese, y así sigue con lo suyo.

Dejó el dinero sobre el mostrador, y tragó la bebida en menos de lo que tardé en devolverle su cambio. Luego se encaminó hacia la entrada con andar algo vacilante, y silenciosamente desapareció en la oscuridad de la noche.

De inmediato cerré con llave el frente, y luego terminé con el piso. Y finalmente me cambié, acomodé las luces según el gusto del patrón, y salí por la puerta de servicio, como siempre.

Ya en la esquina del callejón observé con sorpresa a dos hombres altos y bastante corpulentos que corrían hacia el campo lindero, y casi de inmediato escuché un gemido detrás del contenedor de basura.

Me acerqué con precaución, y enfoqué hacia la penumbra el ojo de gato que siempre llevaba en la mochila.

Y allí observé un cuerpo, de costado y con el torso desnudo, y con varios cortes en la espalda. ¡Era mi último cliente de esa noche que agonizaba!

– Estoy muy seguro que no lo soñé… –dije nerviosamente al Sargento–

– No, no, no puedo explicar porqué el cuerpo desapareció, y tampoco sé porqué no hay rastros de sangre.

– Le aseguro Sargento que no estoy mintiendo, y que esta noche no tomé ni una sola copa. Y por otra parte nada sabía que hace tres años ocurrió aquí mismo algo muy similar.

Narración donde un personaje es tratado por otro personaje (c1)

La idea en este caso es hacer una narración de algún tipo en donde un personaje se refiere abundantemente a otro personaje, el que transitoriamente se encuentra ausente de los escenarios planteados en la historia, o el que aún no estándolo prácticamente no actúa ni se manifiesta en forma alguna.

El marco de referencia puede ser cualquiera, puede ser seleccionado por el escritor.

Este marco referencial o de base por ejemplo podría ser el de una toldería de indios en el siglo XVI, en donde un indio charrúa describe su casual encuentro con una expedición de españoles.

Este marco también podría consistir en los comentarios que hace un sacerdote a un superior respecto de un alumno muy problemático.

El relato también podría referirse a una simpática y confidente jovencita, quien en la tranquilidad de una alcoba describe a su mamá su encuentro con un jovencito que la deslumbró y la emocionó.

El aspirante a cura (c2)

Enero 29

Antes que nada le pido perdón por no haberle escrito mucho antes. Usted sabe bien que le aprecio en grado sumo, y que nunca olvidaré que fue usted quien me hizo recapacitar cuando quise volver a la vida secular para poder desposarme. La falta que usted tuvo de mis noticias no se deben a que mi admiración y mi respeto por usted hayan decaído, sino a un simple exceso de trabajo en la parroquia y en la escuela sacerdotal.

Ahora sí me he hecho de un espacio para poder enviarle estas improvisadas líneas, aunque confieso que en esta retoma de comunicación tengo también un interés personal muy especial. Y es que tengo que pedirle consejo, pues hay un asunto que no sé bien como manejar.

En la escuela sacerdotal este año ingresaron once aspirantes, todos muchachos muy jóvenes y muy alegres, y que sin duda tienen un manifiesto interés en aprender.

Además en todos ellos la vocación religiosa parecería que está bastante afirmada, lo cual es muy bueno pues cada año tenemos menos aspirantes, y como usted sabe hay parroquias con un solo sacerdote al frente, lo cual es un grave problema, especialmente teniendo en cuenta la edad promedio de nuestros compañeros.

Pero el motivo de mi preocupación sobre todo es por Adrián, uno de quienes ingresaron este año aspirando a la carrera sacerdotal.

Sin duda es un muchacho muy puntual, muy trabajador, muy disciplinado, muy responsable, y de buena familia católica, pero lo que me preocupa es que él es muy amanerado.

¿Qué me aconseja usted? ¿Debo hacer algo o intervenir de alguna forma, o por el contrario debo hacerme el desentendido como si nada pasara?

En espera de su seguro y acertado consejo, y con mis mejores saludos para su hermana, a quien de vez en cuando veo en los noticieros dada su posición en el INAME, me despido de usted con un fuerte abrazo.

Febrero 24

Recibí su carta en tiempo y forma, y seguí su consejo de acercarme a la familia de Adrián.

El último domingo fui a almorzar con ellos, y luego me quedé en la casa del muchacho casi hasta las 17 horas. Ciertamente la armonía reinó en este encuentro, y hasta jugamos al truco.

Los padres de Adrián son muy formales y muy buenos católicos, y su hijita de siete años es muy alegre y vivaracha. Obviamente fue ella la que en muchos momentos puso una nota de color en esa reunión. Adrián estuvo presente casi todo el tiempo, y aunque lucía satisfecho y sonriente, sin duda estuvo bastante callado y reservado.

Lo más interesante ciertamente fue lo que conversé a solas con el padre de Adrián. Con mucha sinceridad me contó buena parte de la infancia y de la adolescencia de este joven.

El muchacho parece estar siempre contento y con la sonrisa a flor de labios, pero en lo interior parece que sufrió mucho tanto en la escuela como en el liceo. Y cuando entonces no podía ocultar su tristeza con sonrisas, parece ser que se encerraba en su cuarto para que no le vieran.

El motivo de estos contratiempos del muchacho evidentemente no fueron sus estudios, pues siempre fue un alumno brillante. El origen no puede haber sido otro que sus compañeritos de estudio, quienes de continuo le hacían bromas crueles y comentarios burlones, pues por alguna razón lo tomaron de punto. Incluso con frecuencia le llegaban a molestar con pedidos estrafalarios, o con misteriosos y anónimos llamados telefónicos.

Por un lado y en conocimiento de estos hechos, por cierto no pude menos que compadecer a Adrián y solidarizarme con él, pero por otro lado aumentaron mis temores y mis reticencias respecto del futuro de este joven en la Iglesia.

No sé si lo agregado en esta carta le basta para hacerme una sugerencia sobre lo que debo hacer. Si quiere saber algo más o pedirme aclaración sobre alguna otra cosa, le contestaré enseguida.

Me despido con un fuerte abrazo, y mucho le agradezco por estar atendiendo mis planteos. Cuente conmigo para todo lo que le pudiera ser útil.

Marzo 5

Su noticia que le será imposible venir por aquí al menos por este año me ha llenado de tristeza, pues esperaba tener la felicidad de poder verle de nuevo. Además, me parecía importante que usted conociera personalmente a Adrián, pues así tendría la posibilidad de evaluar mejor la situación y poder mejor elaborar su consejo.

Aquí las cosas siguen más o menos como siempre. Lo único a remarcar es que Adrián recibió ya cuatro veces la visita de un amigo, quien es además un ex compañero del liceo. Parecen tenerse mutuo afecto uno al otro. El trato entre ambos es muy correcto. Con frecuencia charlan en la cafetería, y cuando ella está cerrada se sientan en un banco del patio por horas, o caminan pausadamente por la galería.

Ni siquiera puedo tener miedo de que estas visitas retrasen los estudios de Adrián, pues a juzgar por las apariencias, ellos sobre todo hablan de la Biblia e intercambian ideas y opiniones sobre ella. Este amigo se comporta pues como un excelente compañero de estudios, y en los hecho me parece es un motor para motivar a Adrián a pensar más y mejor en la religión y en su vocación.

Le haré saber cualquier cambio en esta situación, si dicho cambio llega a producirse. Y le recordaré a usted en todas mis oraciones, a pesar que con la bondad que le caracteriza seguramente usted ya tiene ganada la salvación eterna.

Marzo 21

Le escribo muy breve y rápidamente pues respecto del asunto que tenemos entre manos hubo una novedad, aunque en realidad no sé con exactitud si ella de alguna manera se vincula o se relaciona con Adrián.

Lo cierto es que quien se encarga del aseo de los baños encontró en un cesto dos hojas muy estrujadas que fueron arrancadas de una Biblia. Dichas hojas correspondían a los capítulos 19 a 25 de Deuteronomio, y allí había tachaduras y borraduras que con toda evidencia habían sido hechas con saña o rabia, a tal punto que en ciertas partes la lectura del texto allí se dificultaba enormemente.

Para que usted mejor aprecie el posible motivo que eventualmente pudo llevar al autor a cometer esta herejía, ayudado por otro ejemplar bíblico transcribo a continuación los pasajes que aparentemente fueron más borroneados y tachados.

Deuteronomio (22,5) No vestirá la mujer hábito de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace.
Deuteronomio (22,16-17) Y dirá el padre de la moza a los ancianos: Yo di mi hija a este hombre por mujer, y él la aborrece.
Y he aquí, él le pone tacha de algunas cosas diciendo: No he hallado tu hija virgen. Empero he aquí las señales de la virginidad de la hija. Y se extenderá la sábana delante de los ancianos de la ciudad.
Deuteronomio (22,20-22) Más si este negocio fue verdad, que no se hubiere hallado virginidad en la moza.
Entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la apedrearán con piedras los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto hizo vileza en Israel fornicando en la casa de su padre. Así quitarás el mal de en medio de ti.
Y cuando se sorprendiera alguno echado con mujer casada y con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer. Así quitarás el mal de Israel.
Deuteronomio (23,1-2) No entrará en la congregación de Jehová el que fuere quebrado o castrado.
No entrará bastardo en la congregación de Jehová, y ni aún en la décima generación entrarán en la congregación de Jehová.

En una de estas arrugadas hojas y al margen, en desprolija y temblorosa letra de imprenta también se hallaba agregada la siguiente leyenda: “Jesús fue un hijo adoptivo de Dios”. Este agregado tal vez pretendía hacer alusión a ciertas antiguas y heréticas creencias adopcionistas, algunas de las que en su momento surgieron en propios medios cristianos, y que hoy por hoy y por fortuna están totalmente superadas y abandonadas.

Ciertamente ya hemos analizado todos los ejemplares bíblicos de nuestros alumnos, incluido también el de Adrián, pero todos ellos estaban completos y bien cuidados.

Este asunto es todo un misterio, y evidentemente también es un problema que de alguna forma deberíamos aclarar. La palabra de Dios está reflejada en los escritos bíblicos, y por tanto no podemos actuar como si este libro fuera uno cualquiera que tranquilamente se puede botar a la basura.

Le escribiré o incluso le llamaré por teléfono si las novedades lo ameritan.

Abril 5

Mucho le agradezco Monseñor por su llamado telefónico del día viernes, a través del que pude comprobar que usted está mucho más enterado de lo que aquí pasa de lo que me figuraba.

Efectivamente uno de nuestros aspirantes al sacerdocio intentó suicidarse en el día de ayer. El hecho por cierto conmovió nuestra colectividad, y luego de pasadas las primeras corridas y de la llegada de la emergencia móvil, avisamos con prontitud a la familia del afectado.

El padre de Adrián vino casi enseguida y pasó unas dos horas con su hijo. Y luego salió al claustro y comenzó a discutir y a insultar al Padre Mateo, quien como usted sabe es el profesor de primer año en nuestra escuela sacerdotal.

Las cosas que entonces ese hombre afirmó e insinuó son ellas terribles e irrepetibles. Y el Padre Mateo en sus argumentaciones y en sus descargos, solamente parecía aludir a un amigo de Adrián que le visita en el convento con alguna regularidad.

Por cierto estoy muy acongojado por este desgraciado acontecimiento, aunque debo confesarle que no estoy de acuerdo con las medidas ejemplarizantes y drásticas que usted mencionó en su llamada telefónica que piensa proponer a Roma.

Ya sabemos que Adrián se retira, pues por lo menos ello ha dicho su padre, y por cierto le daremos la dispensa de inmediato. Así que por este lado el tema aparentemente está resuelto.

Y en lo que concierne al Padre Mateo, su destitución o separación nos pondría en una encrucijada de difíciles y muy molestas consecuencias.

No tenemos quien le remplace en la escuela sacerdotal, pero tal vez lo más importante y trascendente, sería el escándalo que presumiblemente así se generaría en nuestra colectividad y en su entorno.

Tengo muy presente lo que usted me dijo al teléfono, eso de que no podemos encubrir hechos de esta naturaleza, y que a las flores marchitas se las retira por inservibles pues son una mancha en el jardín. Además concuerdo con usted que nosotros los sacerdotes también somos pecadores, así que cuando cometemos pecado debemos reconocerlo, debemos arrepentirnos, y debemos pedir perdón. También concuerdo con usted que en casos graves, las jerarquías eclesiásticas en nombre de la institución deben pedir perdón a la comunidad toda, por lo que tal vez hubiera podido suceder.

Sin embargo, para mí lo más importante hoy por hoy es la institución que representamos y las obras sociales que están a nuestro cargo: (1) el trabajo en la Colonia María Auxiliadora, (2) las colectas de ropa y de zapatos para los necesitados, (3) el hogar diurno para la tercera edad, (4) la policlínica pediátrica para los pobres, (5) los encuentros de meditación para los jovencitos, (6) las tertulias de lecturas bíblicas razonadas, (7) la enfermería para matrimonios y para noviazgos, etcétera, etcétera. Y es hacia aquí que nosotros deberíamos dirigir nuestras máximas preocupaciones y nuestros más denodados esfuerzos.

No podemos poner en peligro todas estas importantes obras, por una cuestión de principios morales que son muy defendibles e importantes en el plano teórico, pero que no aportan nada en el lado práctico. Si nuestra institución se deteriora y se reduce, ello sin duda afectaría negativamente de mil maneras a la comunidad, y además sería caldo de cultivo para esos predicadores de falsas Iglesias.

Piense muy bien Monseñor en la problemática completa y no solamente en una parte. En mi opinión lo mejor sería que usted hablara con el Obispo, y que no informen nada a Roma sobre estos hechos. Y si acaso ustedes ya hubieran elevado vuestro informe a la Santa Sede, me tomo la libertad y el atrevimiento de sugerir un nuevo informe, indicando que las cosas no eran tan graves como inicialmente se habían pensado.

Así podremos dejar todo como está. Así nuestra comunidad en esta localidad podrá seguir avanzando tranquilamente. Así podremos continuar en calma con nuestra importante prédica. Así podremos atender los requerimientos de enfermos y necesitados. Así podremos intentar salvar el alma de los pecadores.

Mayo 28

Quien le escribe con devoción y respeto es el Padre Aguerrondo. No sé Monseñor si usted me recuerde. Soy quien tomó los hábitos junto al Padre Mateo, aquí, en la Iglesia principal de esta capital departamental, hace ya unos cuantos años.

Ciertamente soy amigo personal del Padre Mateo desde que fuimos seminaristas, y evidentemente he seguido bastante de cerca los desgraciados acontecimientos ocurridos en los últimos meses referidos a Adrián. También estoy en conocimiento de las injustas acusaciones dirigidas contra el Padre Mateo en relación a su comportamiento con este alumno.

Mi amigo y confidente está muy amargado y apenado por todo lo que ha pasado, y al saber que pensaba escribirle, me pidió que le dijera que le sigue recordando con mucho afecto y respeto, y que si hace ya varias semanas que no le escribe, es porque se siente mal, es porque se siente muy angustiado, y en ese estado le es imposible tomar la pluma para escribir algo coherente.

El objetivo de estas breves y mal colocadas líneas, es para decirle que tanto el Padre Mateo como yo hemos analizado en profundidad todo lo ocurrido, incluyendo las posiciones de algunos de nuestros superiores sobre este asunto, y respecto de las que nos hemos enterado tanto en forma directa como indirecta. Y obviamente también hemos intercambiado ideas entre nosotros con mucha seriedad, y con mucha profundidad y responsabilidad.

Por cierto ambos sentimos mucha pena por Adrián. Este muchacho es muy sensible, es muy delicado, es muy frágil, es incomprendido por casi todos en su entorno social, y en su vida ha sido presionado de mil maneras por sus compañeros de colegio e incluso por su propia familia. Probablemente ingresó al seminario buscando un cambio, buscando un respiro, buscando un lugar donde se sintiera cómodo y seguro, y en lugar de ello aquí también encontró censura y rechazo de parte precisamente de quienes había tomado como referentes. Toda esta situación debe haber sido tan dura e insoportable para Adrián, que entonces tomó la amarga decisión de terminar con sus días, y sólo de casualidad su intento resultó fallido.

Por todos estos hechos, por toda esta desagradable situación, finalmente tanto el Padre Mateo como yo hemos decidido colgar nuestros hábitos y retirarnos a la vida secular, pues no podemos continuar en una institución que admite y promueve una doble moral, y que juzga determinadas situaciones tan a la ligera. Precisamente en estos días ambos estamos elevando una solicitud de dispensa por las vías formales.

La presente precisamente tiene por objetivo prevenirle sobre nuestra decisión, para que ella no le tome por sorpresa. Mucho le agradeceríamos facilite en lo posible los trámites de nuestra solicitud, ya que por una cuestión de respeto no deseamos retirarnos efectivamente antes que nuestro pedido sea aprobado y respondido.

Reciba usted la expresión de nuestros respetuosos sentimientos.

Adrián y el Padre Mateo (c3)

El día derretía la manteca. Se traspiraba con solamente pensar. Tres hojas iniciadas con fecha enero 29 estaban ya estrujadas en el cesto de papeles. Tres hojas con fecha enero 29 esperaban su destino final en el basurero municipal.

Pensativo y sombrío, me enfrentaba en mi celdario a mi pequeña y poco iluminada mesa de trabajo. Me revolvía en la silla. No podía encontrar una posición cómoda.

¿Cómo se lo expreso? ¿Cómo se lo planteo? ¿Qué me aconsejará? Si es que atiende mi pedido y me aconseja algo. ¡Hace tanto que no le envío ni una sola línea!

Si bien es muy discreto, seguro que lo va a comentar con su hermana, con la que trabaja en el INAME, pues con la otra tiene poco contacto pues ella vive en el exterior.

¡Qué horror! ¡Qué es lo que Mercedes podría llegar a pensar de mí! Es cierto que ella debe estar acostumbrada a este tipo de cosas, y a cosas bien peores, pues a diario trabaja con jovencitos que tienen la libertad restringida. En ese ambiente ciertamente pueden llegar a darse situaciones muy problemáticas. Sin embargo, diferente debe ser cuando se trabaja estrictamente con criterios profesionales, a cuando se conoce a uno de los actores como desde hace años ella me conoce a mí.

El repique de campanas llamando a los fieles me sobresaltó. La torre campanario estaba demasiado cerca de donde yo estaba.

Debía decidirme con rapidez. ¿Le escribiría o no? Tomé los tres papeles estrujados que reposaban en la papelera, los planché, y decidiéndome por el que me pareció mejor, desde allí copié la carta que finalmente sería la que enviaría.

Luego nerviosamente escribí el sobre, pegué el sello, y salí presuroso hacia la capilla. El monaguillo me haría el favor de depositar esta misiva en el buzón.

Esa misma tarde tuve que enfrentarme con los once aspirantes. Ellos llegaron como siempre, puntuales y ordenados. No parecían estudiantes, y su forma de proceder no concordaba con la juventud publicada en sus cuerpos y en sus rostros. Y entre ellos estaba Adrián, de impecable presencia, de finos modales, tal vez demasiado finos y estudiados, con zapatos que brillaban, y con camisa y pantalón que parecían recién salidos de la tintorería.

Y la clase de ese día comenzó. La semana anterior ya habíamos terminado con Génesis, y hoy comenzaríamos con Éxodo. Seguíamos el orden. Debíamos seguir el orden. Todo en el convento y en la escuela sacerdotal estaba determinado desde siempre. Todo seguía la rutina y la tradición.

Y el tiempo continuó escurriéndose por horas interminables, en esa rutina que tenía algo de diabólico y de infernal. Y día tras día mi ansiedad aumentaba, pues no recibía ninguna noticia, pues no recibía carta de él.

Pero todo llega en esta vida, y finalmente, en la mañana de febrero 18 el monaguillo apareció, agitando un sobre bastante pequeño en su mano izquierda, y con una sonrisa como la de un sapo, de lado a lado.

Agradecí, y displicentemente introduje el sobre en el bolsillo de mi sotana, como si no diera una excesiva importancia a lo ocurrido, como si nada fuera de lo acostumbrado hubiera pasado. Pero luego de unos minutos y con una excusa cualquiera, me alejé del lugar. Y me precipité a mi celdario.

El consejo que me daba Monseñor era muy razonable, así que de inmediato lo pondría en práctica. Seguramente Adrián no se iba a negar. No tenía ningún motivo para negarse. No podría negarse. Y no se negó. El domingo 23, luego de haber repartido las ostias entre los fieles y una vez culminada la ceremonia, me cambié de zapatos y de sotana, y al volver sobre mis pasos, desde lejos observé a Adrián que me esperaba.

Él estaba de pie, y al ver que me acercaba levantó el brazo y agitó su mano. Saludé a su padre con gran deferencia y con una amplia sonrisa, e ingresamos al automóvil.

En la casa me recibió el resto de la familia. La madre, muy delgada, muy respetuosa, por todos sus poros y en todos sus gestos respiraba su condición de ferviente católica. Y la hermanita de siete años, alegre y vivaracha, desde el comienzo puso una nota de color y de bullicio.

Adrián estuvo atento y discreto, como siempre. Lucía satisfecho y ligeramente sonriente porque todo se desarrollaba a satisfacción, porque todo ocurría con normalidad. Y como siempre estuvo bastante callado, como si no quisiera cometer errores, como si no quisiera incomodar.

La sobremesa con el café se extendió por más de media hora, y luego, mientras la mamá de Adrián se retiraba ya a la cocina, salió a relucir un mazo de cartas.

Y jugamos al truco. La hermanita de Adrián se paró junto a mí para seguir las alternativas del juego, y yo, canchero, en secreto le mostraba mis cartas, y susurrando con ella discutía mis próximas jugadas.

Y durante hora y media todo fue jolgorio y bullicio, y de a ratos reíamos, y yo reí como hacía mucho tiempo no lo hacía.

Luego quedé solo con el padre de Adrián, y él, confidente, me contó lo esencial de la infancia y de la adolescencia de su hijo.

Las bromas de sus compañeritos del colegio. Los pedidos estrafalarios y los misteriosos llamados telefónicos de sus amigos del liceo. Por alguna razón lo tomaron de punto.

Ciertamente no pude menos que compadecer a Adrián y solidarizarme con él, pero también aumentaron mis temores y mis reticencias respecto del futuro de este joven en la Iglesia.

Hacia las 17 horas el padre de Adrián me llevó de vuelta, pues no podía faltar a mi guardia en el confesionario. Y atendí a quienes ya me esperaban y a quienes vinieron luego. Casi todas mujeres, y poca juventud. Parecería que los hombres no son muy pecadores.

Ese día me acosté muy cansado pero satisfecho, y al día siguiente le escribí prestamente a Monseñor, contándole todo lo ocurrido. Y días más tarde… Y días más tarde comenzaron las visitas de un amigo de Adrián.

Al principio estas visitas me inquietaron. Ninguno de sus otros diez compañeros de estudio recibía visitas de este tipo. Pero luego, al no observar nada raro, mis reticencias se desvanecieron.

Pasaron varias semanas y todo continuó más o menos como siempre. La rutina, los gestos repetidos y el uso de frases hechas, las inclinaciones de cabeza en momentos que se podían adivinar.

Si en esos días hubiera llevado un diario de mi vida, casi casi hubiera podido escribir el mismo con un día de adelanto. Pero luego, repentinamente, comenzaron a sucederse los hechos extraños o extraordinarios. Los acontecimientos se precipitaban en tropel.

Primero Feliciano con su historia del encuentro de dos hojas de la Biblia en uno de los cestos de basura, donde estaba esa leyenda que indicaba que Jesús bien podría ser hijo adoptivo de Dios.

Días más tarde y ya a principio de abril, el intento de suicidio de Adrián.

La llegada casi inmediata del padre de Adrián. Su discreto y lógico encierro con su hijo por un par de horas. Luego su furibunda salida al claustro, descargando su cólera y sus injustos insultos sobre mí. Y luego su partida llevándose al muchacho.

De inmediato un cambio de atmósfera. Algunas risitas burlonas de vez en cuando. Algunos sermones pasados de moda defendiendo una doble moral. Las miradas lacerantes y desconfiadas de casi todos en el convento, con la única excepción del Padre Aguerrondo. Lo que más me hirió sin duda provino de las jerarquías.

Por eso, por todo esto que está pasando, ya me decidí. Esta decisión en realidad debería haberla tomado mucho antes, cuando Mercedes y yo aún teníamos un futuro. ¡Qué lástima, cómo me equivoqué!

Pediré la dispensa y colgaré la sotana. Y ahora nadie podrá torcer esta decisión del Padre Mateo. Y ahora nadie me hará cambiar de opinión. Y ahora tal vez podré tener un futuro, un verdadero futuro.

Comentarios sobre el escrito “El aspirante a cura” (c4)

En este conjunto de seis cartas cuyas respectivas fechas son enero 29, febrero 24, marzo 5, marzo 21, abril 5, y mayo 28, se intenta desarrollar una temática de tipo religioso, concerniente a las dudas y frustraciones que con alguna frecuencia aquejan a los sacerdotes en relación a su fe o a su vocación, y también concerniente a las contradicciones y al conservadurismo que en algunos casos se observan en las jerarquías eclesiásticas. Sin duda las fechas de estas cartas ayudan a fijar una cronología, ayudan a establecer una idea de tiempo.

Los personajes que son sacerdotes y que son quienes escriben las cartas, son ellos los siguientes: (A) el Padre Mateo, (B) el Padre Aguerrondo, (C) un jerarca de ambos en la congregación local (y de quien no se indica nombre), y (D) un jerarca religioso que está lejos, que es de mayor jerarquía religiosa que los otros tres citados, y a quien simplemente se identifica como Monseñor. Las seis cartas están dirigidas a Monseñor, y este último responde esas cartas con esquelas escritas y con llamados telefónicos, de lo que se tiene certeza a través de referencias hechas por los otros actores en las seis cartas citadas. Las cuatro primeras cartas fueron escritas por el Padre Mateo, la penúltima por el citado jerarca religioso en la localidad, y la de fecha mayo 28 por el Padre Aguerrondo.

Al transcribir las cartas se ha omitido el destinatario de las mismas y también se han omitido los nombres de los firmantes. No obstante esta situación, perfectamente pueden identificarse a estas personas por los contenidos de las propias cartas. Para el escritor hubiera sido muy sencillo aclarar desde el inicio estos detalles. Le pareció sin embargo más conveniente obrar como se ha indicado, pues así se puede introducir cierta tensión y cierto suspenso en el relato, pues así se obliga al lector a poner atención en los detalles, y a construir sus propias suposiciones y sus propias conclusiones.

La quinta carta tiene un claro cambio de estilo respecto de las precedentes, lo que hace suponer un cambio de remitente desde la lectura de las primeras frases. Además, quien escribe en esta carta de fecha abril 5, en ningún momento en ella señala, ni directa ni indirectamente, que el firmante hubiera tenido un contacto muy directo y frecuente con Adrián y con los otros diez novicios, pero sí se refiere a que el Padre Mateo es el profesor de primer año en la escuela sacerdotal. Esta circunstancia, este indicio, junto al contexto general de esa carta y de las cuatro primeras, debería permitir a cualquier lector atento deducir sin dificultades que el Padre Mateo es precisamente quien escribió las cuatro primeras cartas. Nuevos indicios en la sexta carta de fecha mayo 28, sin duda permiten descartar cualquier posible duda sobre este punto, pues allí se confirma que el Padre Mateo escribía con regularidad a Monseñor, aunque admite que esto no ocurrió en las últimas semanas (la última carta del Padre Mateo a Monseñor data precisamente de marzo 21).

Se reitera que el objetivo del autor de este cuento al así proceder, no es el de arbitraria y artificialmente dificultar la comprensión del mismo por parte de los lectores, demostrando así una intensión mezquina o perversa.

Todo lo contrario, el autor pretendió así agregar interés y suspenso a la obra, obligando al lector a hacer sus propias deducciones y elaboraciones, cosa que por otro lado es lo habitual en nuestra experiencia cotidiana de la vida real.

Los otros personajes referidos en esta obra son los siguientes: (a) la hermana de Monseñor que trabaja en el INAME, (b) Adrián, alrededor de quien gira la mayoría de los acontecimientos, (c) los otros diez novicios, (d) el padre de Adrián, (e) la madre de Adrián, (f) la hermanita de Adrián, (g) los compañeros de estudios de Adrián de escuela y liceo, (h) el amigo de Adrián, (i) un limpiador que trabaja en el monasterio y a quien no se identifica por su nombre, (j) otros personajes visitantes frecuentes o residentes en el monasterio, a quienes ni siquiera se identifica bien en estas seis cartas.

Quienes pudieran hacer una lectura atenta de estas seis cartas, tal vez puedan quedar con cierta insatisfacción, con cierta frustración o cierto desengaño, pues si bien se indica con claridad que Adrián tiene algún tipo de problema, no se indica muy bien si este problema es la homosexualidad, o la transexualidad, o la timidez exacerbada, o tal vez la simple falta de simpatía y de carisma. Adrián tal vez podría sufrir de pánico social o de alguna otra cosa. La verdad es que no se sabe con certeza, pues con la lectura de las seis cartas no es posible arribar a una conclusión definitiva.

La relación de Adrián con su progenitor, con su amigo, con el Padre Mateo, no es muy bien aclarada en ninguno de estos tres casos, aunque se establecen rastros y sospechas que en los tres casos estos lazos pudieran ser conflictivos. Sin duda podría ser sumamente interesante profundizar más en la relación de estos tres personajes con Adrián, y/o en dar mayores detalles sobre la personalidad, los sentimientos, los hábitos, de ellos tres e incluso del propio Adrián.

Evidentemente la obra ampliada de esta forma podría llegar a ser sumamente interesante y atrayente, pero ella sería una obra diferente, que pondría sobre el tapete otras temáticas no especialmente profundizadas en la obra original. Así se estaría cambiando la intencionalidad retenida por el escritor al concebir la obra.

Las seis cartas reunidas bajo el título “El aspirante a cura”, básicamente tienen por objetivo plantear dos temáticas principales: (1) una doble moral de hecho defendida a veces por algunas jerarquías eclesiásticas (no por todos sino sólo por algunos religiosos, no siempre sino sólo a veces), (2) ciertos problemas de fe o de vocación o de circunstancias, que a veces afectan a quienes se integran a una colectividad religiosa, como por ejemplo ciertos aspectos referidos al celibato sacerdotal.

“El aspirante a cura” pretende ser un cuento en donde el conflicto y el mensaje se centran precisamente en estos dos asuntos (1) y (2), y para que este escrito realmente sea un cuento, y para que esta obra realmente pueda ser considerada cuento, sin duda se debe cuidar la economía de medios, vale decir, se debe tratar de no profundizar demasiado en temáticas accesorias o en detalles intrascendentes, que excedan estos dos asuntos sobre los que principalmente se desea llamar la atención.

Si no se procediera de esta forma, o sea si el relato se enriqueciera con otras vertientes, ampliando la relación entre Adrián y el Padre Mateo, y/o profundizando en los conflictos y en las diferencias que pudieran existir entre Adrián y su progenitor, o entre este muchacho y el amigo que con alguna frecuencia le visita en el convento, tal vez se podría obtener una obra muy interesante, muy motivadora, muy impactante y removedora, aunque sin duda ella sería más extensa que el primitivo relato, y también la estructura de la nueva obra sin duda sería más compleja, todo lo cual posiblemente habilitaría a afirmar que el nuevo producto obtenido sería más bien una novela corta y no un cuento largo.

Comentarios sobre el escrito “Adrián y el Padre Mateo” (c5)

Esta nueva obra pretende plantear las mismas temáticas ya tratadas en “El aspirante a cura”, y de forma de más o menos arribar a conclusiones o a mensajes muy similares.

Ciertamente existen notorias diferencias entre estos dos escritos, tanto de estilo como de formato y de contenido.

En primer lugar “Adrián y el Padre Mateo” no tiene presentación epistolar. En este nuevo cuento se pretende plantear el suspenso y la tensión más bien recurriendo al procedimiento de sugerir los hechos y las situaciones a través de señales indirectas, de indicios, de pistas, de signos.

Si bien determinados asuntos o circunstancias son revelados en las dos obras casi de la misma forma y con similar profundidad, otros detalles son tratados de manera bien diferencial.

Por ejemplo en “Adrián y el Padre Mateo”, el personaje llamado Padre Aguerrondo apenas si es mencionado, mientras que por el contrario en la otra obra, este actor es quien escribe la carta de fecha mayo 28. En “Adrián y el Padre Mateo” se incluye como personaje al monaguillo, actor que no se encuentra en la otra obra.

Para que el lector de esta crítica literaria pueda establecer bien las diferencias, a continuación se señalan los actores que explícitamente son mencionados en la obra “Adrián y el Padre Mateo”: (a) el narrador quien es también un actor, de quien pronto se sabe que es sacerdote y también profesor en la escuela sacerdotal, y de quien por el título de la obra y por una escueta referencia hacia el final, se deduce sin dificultad que se llama Padre Mateo, (b) Mercedes, (c) el hermano de Mercedes, de quien pronto se sabe que llaman Monseñor, (d) la hermana de Mercedes que está radicada en el exterior, (e) el monaguillo, (f) los once estudiantes de la escuela sacerdotal, y entre ellos Adrián, (g) los fieles que comulgan, (h) el padre de Adrián, (i) la madre de Adrián, (j) la hermanita de Adrián, (k) los compañeros de colegio y de liceo de Adrián, (l) los hombres y mujeres que van a confesarse, (m) el amigo de Adrián, (n) Feliciano, quien es limpiador en el convento, (o) el Padre Aguerrondo, confidente y amigo del Padre Mateo, (p) las jerarquías eclesiásticas.

Compárese esta lista con la que fuera antes señalada para el caso de la obra titulada “El aspirante a cura”, la que es detallada seguidamente: (a) el Padre Mateo, autor de las cuadro primeras cartas, (b) una jerarquía eclesiástica local, autor de la quinta carta, (c) el Padre Aguerrondo, autor de la sexta y última carta, (d) Monseñor, destinatario de las seis cartas, y jerarca de relevancia en la Iglesia, (e) la hermana de Monseñor, (f) Adrián, (g) los otros diez novicios de primer año en la escuela sacerdotal, (h) el padre de Adrián, (i) la madre de Adrián, (j) la hermanita de Adrián, (k) los compañeros de estudios de Adrián de escuela y liceo, (l) el amigo de Adrián, (m) el limpiador del monasterio, (n) otros personajes visitantes frecuentes o residentes en el monasterio.

Respecto de las conclusiones o de los mensajes de ambas obras, no hay mucho más para agregar aparte de lo ya expresado. Las problemáticas principales planteadas en las dos obras son: (1) la doble moral que a veces defienden integrantes de la Iglesia, (2) los problemas de vocación y de fe que a veces afectan a quienes han adoptado la carrera sacerdotal, y entre ellos y en la religión católica, uno de los importantes cuestionamientos se refiere al celibato sacerdotal.

sábado, 11 de abril de 2009

Desarrollando argumento (d1)

La sugerencia aquí propuesta consiste en tomar el comienzo de un cuento o de una novela de algún escritor famoso, y tratar de continuar con ese escrito por cuenta propia, y de forma de obtener un cuento o narración breve. Esto es lo que bien podríamos llamar cuento-continuado o cuento-completado o narración-proseguida.

En este ejercicio de práctica se deberá poner especial énfasis en la descripción y presentación de algún personaje, y también se deberá tratar que de este escrito pueda extraerse alguna conclusión, algún mensaje, alguna moraleja, alguna enseñanza, alguna idea-fuerza. La lectura entre líneas del escrito producido no tendrá porqué ser similar a la que eventualmente pueda existir en la obra original.

Podría ser especialmente útil tomar como disparador una obra que aún no haya sido leída por el escritor que hace esta práctica, pues así y luego de concluido el experimento, se podría comparar el escrito obtenido con la obra original.

Como texto de arranque específicamente se proponen los primeros párrafos de “Nineteen Eighty Four” (“1984”), que como se sabe fue publicada en 1949 bajo el seudónimo de George Orwell. Realmente quien escribió esta obra fue el novelista y ensayista británico Eric Arthur Blair (25 junio 1903 – 21 enero 1950).

Este escritor especialmente se dedicó a crear obras de ficción con alto contenido ideológico, y en donde con frecuencia se resaltaba la tendencia a la degradación de los ideales sociales propuestos, cuando los grupos que los sustentaban accedían al poder político-administrativo. Este pensador británico a través de sus obras, a través de sus anti-utopías, criticó particularmente al nazismo, al fascismo, y también al estalinismo.

Ciertamente este analista y comunicador siempre tuvo una gran sensibilidad personal frente a las injusticias sociales y frente a los males de nuestra organización social, y si bien fue crítico del pensamiento liberal e individualista, también lo fue de los ideales socialistas y de sus métodos (como ya se dijo, especialmente cuestionó al régimen estalinista).

La obra “Nineteen Eighty Four” sin duda es una sátira a los estados totalitarios, que para eternizarse en el poder no dudan en avasallar y en sojuzgar a los individuos, recurriendo para ello a métodos no santos, que incluso interfieren con las propias vidas privadas, y que incluso intentan falsear la historia.

El texto tomado como modelo-disparador eventualmente podrá ser ligeramente alterado en redacción, a efectos de así obtener un escrito final con más unidad, con más coherencia en estilo, con más homogeneidad.

Dos mil ochenta y cuatro (d2)

Era un luminoso y frío día de abril, y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el muy molesto viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Éste era ocupado casi en su totalidad por un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años, con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas.

Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia, y además en esta época la corriente se cortaba durante las horas diurnas. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio.

Necesariamente tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una úlcera de várices por encima del tobillo derecho, subió lentamente y descansando varias veces.

En cada descansillo y frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que vaya. “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”, decía la leyenda al pie.

Al llegar al piso siete llamó con los nudillos en la puerta de más al fondo. Y al cabo de algunos segundos le atendió una mujer bastante baja y muy entrada en años.

– Usted debe ser la mamá de Marcela. –dijo el hombre con su mejor sonrisa–

– Sí, –dijo ella acariciándose la mejilla– y usted tiene que ser Lorenzo.

– Efectivamente. –le contesté, y ambos reímos ya más distendidos–

Muy amablemente la señora le hizo entrar, y señalando una silla informó al señor Smith que Marcela no estaba, pero que seguramente no tardaría.

Y con rapidez se disculpó por no acompañarle, pero lo cierto es que debía atender a los dos hijos de Marcela que estaban en el dormitorio, y a quienes no se les podía dejar solos. En son de disculpa, afirmó que eran pequeños y muy revoltosos. Luego la mujer giró sobre sus talones y desapareció detrás de una cortina.

Winston Smith se sentó inmediatamente, cruzó los brazos, y así permaneció casi sin moverse, y con cara muy pensativa y sombría. Debía bien planificar su entrevista con Marcela. Tendría que pensar bien qué era lo que iba a proponer o a sugerir.

Por cierto que ya conocía a Marcela. La había visto varias veces. Pero ésta sería su primera reunión a solas. Y en su casa. ¿Sería ella como aparentaba ser en las reuniones del grupo?

El hombre era alto y delgado, y había nacido en EEUU, muy cerca de la frontera mexicana. De muy niño con sus padres había deambulado por el mundo entero y especialmente por América Latina, pues su progenitor era diplomático. Debido a ello hablaba tan bien el español como el inglés. Y como era de esperar, Windston pronto también desarrolló sensibilidad social e interés por la política.

A pesar de su delgadez sin duda lucía fuerte y elegante. Sus ropas eran casi nuevas y le sentaban bien.

En la calle su apariencia muy probablemente llamaría la atención, porque en esa época no se solía ser tan cuidadoso con la vestimenta.

Pero seguramente lo que más resaltaría a cualquier observador en esos años, sería la extrema delgadez de ese hombre. En ese tiempo la gente por lo general no pasaba hambre, pero los alimentos naturales eran muy escasos, y por eso casi el noventa por ciento de la población era obesa. Lo que mayoritariamente se comía era la llamada comida chatarra, y por cierto eso era lo que entonces también comía Winston Smith. Y si él no engordaba como tantos otros, seguramente era porque su metabolismo mucho le ayudaba.

Un ruido en la puerta de entrada sobresaltó a Winston. Posiblemente estaba muy distraído. Posiblemente estaba muy concentrado en sus meditaciones y sus elucubraciones sobre la delicada situación política del momento.

Hombre y mujer se saludaron con cortesía y efusividad, e inmediatamente se instalaron en la mesa del comedor, donde desplegaron sus afiches y sus libretas de apuntes.

Inmediatamente la mujer le recordó al hombre que para todos y que para ellos mismos sus respectivos nombres eran Lorenzo y Marcela, y que por nada del mundo debían revelar sus verdaderas identidades y sus verdaderos lugares de reunión.

– No se preocupe por eso, –dijo el hombre con una sonrisa– estoy aquí para ayudar y no para complicar las cosas.

– Tenga fe en mí como yo tengo fe en usted y en todo el grupo. De esta situación salimos todos juntos y unidos, o no salimos. Tengamos total confianza en nuestro futuro. Tengamos esperanza en un porvenir venturoso. –recalcó bien pausadamente–

Hombre y mujer hablaban en un español muy fluido, a pesar que esa no era la lengua materna ni en el caso de él ni en el caso de ella.

Sin duda el Gran Hermano y su entorno les vigilaba, y ellos lo sabían bien, y ellos les temían, y ellos recelaban, y si podían se escondían o intentaban pasar desapercibidos. El Gran Hermano parecía estar muy decidido a de alguna manera abortar o al menos empequeñecer la Semana de la Solidaridad Internacional, y por eso hasta la había rebautizado Semana del Odio. Seguramente estarían dispuestos a todo. Seguramente serían capaces hasta de falsear la propia historia.

Las actividades de protesta que se llevarían a cabo en esos emblemáticos siete días, coincidirían en fecha y lugar con la realización de los XLVIII Juegos Olímpicos, los que sin duda serían bendecidos con gran pompa por el propio Gran Hermano durante la ceremonia inaugural.

– Es una vergüenza que el propio Comité Olímpico Internacional permita que los Juegos Olímpicos sean usados tan vilmente como propaganda proselitista. –dijo Lorenzo muy contrariado– Así se repite lo ocurrido Berlín–1936 y en Beijing–2008, donde se permitió el show por personajes que no merecían este honor. Es indignante, pues es una forma de apoyo a esta gente, una forma de reconocimiento.

– Ellos parecen estar dispuestos a todo para impedir que nos manifestemos y que digamos nuestras verdades. –afirmó la mujer– ¡Si hasta cortan la electricidad en buena parte del día y en casi toda la ciudad, para así intentar dificultar nuestros desplazamientos y nuestras movilizaciones, para así intentar desanimarnos! ¡Y eso que aún faltan unas cuantas semanas antes que la gran fiesta comience!

– ¿Dime Marcela, aparte de las protestas a organizarse en todo el mundo al paso del fuego olímpico, qué otras actividades de relevancia están previstas? ¿En la reunión del lunes pasado con los otros grupos y a la cual no pude asistir, finalmente se aprobó la plataforma de peticiones? ¿Qué tipo de coordinación piensa establecerse con las organizaciones no gubernamentales de otros países?

Con movimientos lentos y parsimoniosos, Marcela desplegó unas hojas de papel un poco ajadas, en donde con letra grande y clara podía leerse lo indicado en las siguientes líneas.

• Constitución y reconocimiento de un verdadero Gobierno Mundial, con amplias facultades de decisión, y con financiamiento asegurado.
• Implantación de una verdadera moneda internacional llamada bancor, y organización del comercio internacional con similitud a lo oportunamente propuesto en 1944 por John Maynard Keynes, incluyendo algún tipo de gravamen tanto a las balanzas de pago deficitarias como a las balanzas de pago supernumerarias.
• Ayuda a los Gobiernos en la implementación de sistemas tributarios nacionales de recaudación compulsiva y totalmente automatizada.
• Implantación de recaudación compulsiva y automatizada también en la colecta de aportes al Gobierno Mundial por parte de los distintos países.
• Implantación de procedimientos financiero-contables mucho más estrictos y seguros, de forma de poder hacer un mucho mejor seguimiento de las cadenas de pago.
• Paso total de control al Gobierno Mundial en todo lo concerniente a la operación y a la ampliación de Supernet, dada la gran importancia de esta tecnología en nuestra actual organización social, dada las grandes posibilidades futuras de esta Internet de segunda generación, y dado los peligros que la misma podría provocar en manos de Gobiernos corruptos y autoritarios.
• Sustitución de la actual cooperación internacional por un sistema mucho más organizado y racional, y con financiamiento asegurado por el propio Gobierno Mundial.
• Promoción a escala internacional tanto de los servicios empresariales como de los servicios familiares. Promoción de los conglomerados empresariales. Gran apoyo a los grupos familiares, y gran apoyo a la pequeña y mediana empresa.
• Discusión a nivel mundial sobre las políticas de planificación familiar y de control de natalidad, las que necesariamente deberán tener una organicidad global respondiendo a una estrategia global, bajo especial responsabilidad y supervisión del Gobierno Mundial, y no tanto a cargo de las autoridades nacionales.

Lorenzo leyó el escrito con mucha atención un par de veces, y a medida que avanzaba en su lectura, hacía gestos y cortos comentarios de amplia aceptación, de amplia y satisfecha aprobación.

Luego el hombre comentó que la instalación de Supernet avanzaba a gran ritmo en todo el país, pues sin duda la misma podría ser usada para espiar y controlar a la población toda, incluso hasta en sus propios hogares.

– La mayoría –dijo– aceptará de buen grado la instalación de las terminales de Supernet en sus propios domicilios, pues son demasiados los servicios que por esta vía serán ofrecidos. Además, y con el pretexto de la facturación y del ahorro de energía, muchísimas cosas necesaria y obligatoriamente tendrán que ser vehiculizadas por este medio. El encendido de luces, la cocción de alimentos, el control de la temperatura del agua destinada al aseo personal y al lavado de ropa, las comunicaciones personales, el manejo del dinero, las compras en los comercios, la apertura y cierre de muchas puertas, etcétera, etcétera.

Inmediatamente preguntó a Marcela si no sería conveniente provocar algún tipo de atentado o de daño a los cableados y a las instalaciones, como forma de retrasar o de degradar el funcionamiento de Supernet. La mujer escuchaba con mucha atención a Lorenzo, y aunque no decía palabra, con insistencia movía negativamente su cabeza.

Obra epistolar de crítica social (e1)

El escrito titulado “Les Lettres Persanes” (1721) sin duda es una muy interesante novela epistolar de crítica social, oportunamente escrita por el filósofo y escritor Charles-Louis de Secondat, barón de Brède y Montesquieu (1689 – 1755).

La trama de esta novela se basa en la circunstancial estadía en Francia de dos personajes persas, Usbek y Rica, quienes han hecho este viaje con la finalidad de mejor conocer la civilización occidental y sus adelantos.

Durante su estadía en dicho país, estos ciudadanos orientales les escriben a sus amigos que han quedado en Persia, así informándoles sobre sus impresiones de viaje, sobre las costumbres locales, sobre las instituciones francesas, sobre los estereotipos de justicia y paz de los franceses, sobre la moral cristiana, etcétera, e incluso incursionando a veces sobre ciertos ideales político-sociales, anticipo de las elucubraciones del escritor que luego fueron retomadas y ampliadas por éste, en el libro finalmente publicado en 1748 y que se tituló “De l’esprit des lois” (“Sobre el espíritu de las leyes”, o “Relaciones que las leyes deben tener con la constitución de cada Gobierno, y con las prácticas morales, el clima social, la religión, el comercio, etcétera”).

En el presente ejercicio de práctica, el estudiante deberá desarrollar un escrito epistolar que retome algunas características de la recién citada obra de este escritor francés, especialmente en lo que concierne a la crítica social que implícita o explícitamente se expone, así como en lo que concierne a las contradicciones puestas de relieve a través de los enfoques de un observador que no es representativo de la mayoría.

El escritor tendrá libertad para elegir el observador o testigo que más le acomode. Este observador o comentarista podría ser alguien nacido lejos de la región que se pretende analizar y cuestionar. Él también podría tener una religión diferente de la mayoritaria en la estructura social puesta bajo la lupa, o sea podría tener valores éticos y morales diferentes de los más frecuentes y corrientes. El comentarista eventualmente podría ser un loco que por momentos tiene períodos de cordura, opción de enfoque que fuera magistralmente retenida y aplicada por Miguel de Cervantes Saavedra (1547 – 1616), en su muy conocida y muy exitosa obra titulada “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.

Este analista social incluso podría ser una mascota, un animal salvaje, un mosquito o un tábano o un vampiro, un personaje mitológico o una divinidad, una figura encarnación de una virtud, un personaje histórico que cambia de tiempo, un gobernante que no conoce la verdadera realidad de sus gobernados por estar preso de su entorno, un sacerdote que todo lo observa y que todo lo decide a través de sus creencias, etcétera, etcétera.

Luego de cumplida esta primera etapa, quien hace este ejercicio deberá desarrollar un breve ensayo de crítica literaria sobre el escrito producido.

El objetivo a alcanzar con esta ampliación del ejercicio es simple. Conviene que un escritor también se pueda situar en la vereda de enfrente, conviene que un escritor se pueda poner en lugar de los críticos literarios y de los lectores de las obras que escribe.

Si quien quiera practicar este ejercicio le parece que el mismo es demasiado largo y dificultoso, siempre se podrá simplificar su primera parte, allí sustituyendo la versión personal solicitada, por un escrito del género propuesto que pueda ser ubicado en alguna biblioteca o a través de Internet. En esta última situación y si el escrito seleccionado no satisface del todo, siempre se podrá modificar el mismo para así mejor adaptarlo a los objetivos aquí propuestos.

El aprendiz de escritor no deberá tener miedo de cometer plagio al actuar como recién fue indicado.

Si alguien se apropia de un escrito cuya autoría no le pertenece, siempre lo podrá trabajar con tanta constancia, esfuerzo, y amplitud, que finalmente el producto así logrado puede llegar a ser bastante diferente del que se partió, tanto en contenido argumental como en forma o extensión o mensaje.

Además y por otra parte, la finalidad del ejercicio propuesto es que quien lo haga ejercite y perfeccione sus habilidades como escritor, y en esto nada tiene de malo tomar una obra ajena como modelo o para práctica.

La sapiencia del búho (e2)

Queridos hermanos:

Ya casi es mi tiempo, y hay algunas cosas que por el bien de todos quiero y debo decir antes de partir. Y las digo por escrito, para que así se puedan recordar mejor, para que así nadie tenga el pretexto de poder decir que las olvidó.

Hoy como tantas otras veces, la tarde de sábado cayó sobre la ciudad con sutiles y frescos reflejos naranja y rosa, anunciando un domingo con un muy buen tiempo.

Lentamente se fueron apagando los resplandores y los colores, para dar paso a las sombras y a los ruidos y al misterio y a los aromas. Lentamente la jornada se fue aquietando, lentamente cada uno de nosotros fue tomando su lugar.

Ruidos metálicos, incisivos, chirriantes, por momentos se escuchan distantes. Ruidos repetidos de cerrojos que ceden y de motores que arrancan. Ruidos que se esperan, puntuales, constantes, regulares.

Ruidos que se aguardan con ansia, que se anhelan, y que se temen. Ruidos que en diversos momentos despiertan sentimientos contrapuestos: por un lado anuncian la llegada del alimento; por otro recuerdan el encierro y la poderosa mano del carcelero; por otro provocan alerta y recelo por ser ignorado su origen; por otro invitan al descanso por señalar que el peligro está lejos.

Todas las noches del zoológico son parecidas, menos las noches de los sábados. Esas noches especiales respiran una particular tensión y una emoción mal contenida. ¡Ciertamente no es para menos! Es que el domingo es el gran día.

Nosotros, los habitantes del zoológico, tenemos todos nuestros propios códigos, que son distintos a los de los animales en libertad.

Aquí el rey no es el león, como podría suponerse. Las habilidades propias del rey de la selva no son útiles en la ciudad. Aquí los leones no deben correr ni cazar a nadie. Sus potentes garras no ofrecen riesgo detrás de las rejas o a lo lejos tras los fosos.

Sin embargo, sin duda mucho ha obtenido poder aquél que desarrolló capacidades que lo asemejan al hombre, que es quien domina en esta parte del mundo. Armas como seducción, astucia, inteligencia, gracia, simpatía, son muy valiosas aquí.

Por eso el mono es rey. Sin duda fue quien mejor supo adaptarse a este medio, y quien mejor logró ganarse la confianza y simpatía de los humanos. Y por eso es quien los conoce más. Sabe sus gustos, sus preferencias, sus debilidades, y gracias a ese conocimiento con relativa facilidad puede obtener lo que quiera.

La competencia por la comida, la lucha por sobrevivir, la búsqueda de cobijo, la incertidumbre por lo inesperado y peligroso. Nada de eso existe aquí.

Lo que prima es un espíritu común de solidaridad y cooperación entre nosotros los animales, que excede los propios límites de las jaulas. Una íntima sensación compartida de encierro, de prisión, de arbitrariedad, de condena a cadena perpetua sin juicio en tiempo y forma y sin juez.

Pero sin duda los domingos son diferentes. Pero sin duda en los domingos hay un cambio. Los domingos sirven para hacer menos pesada nuestra condena.

Casi todos los días el zoológico recibe visitantes, pero el domingo es el día esperado. Los animales nos preparamos con dedicación. Nos higienizamos. Nos acicalamos. Nos practicamos en nuestras mejores artes y habilidades, para al día siguiente no defraudar. Nos preparamos para recibir a la gente con nuestras mejores galas, como quien se arregla para una fiesta, o para un deslumbrante espectáculo.

El domingo es sin duda el día del gran evento, el esperado día del colorido y carnavalesco desfile.

He pasado la mayor parte de mi vida en este lugar, y por momentos he tenido la suerte de estar del otro lado de las rejas, llevando mensajes de jaula en jaula, escuchando historias, y a veces también siendo parte de ellas.

Como buen búho, he sabido mantener los ojos bien abiertos, y he mirado atentamente todo cuanto pasó en mi derredor. He podido observar casi casi como tarea exclusiva, a los seres que transitan frecuente o esporádicamente por este lugar, y antes de morir mis amigos, quisiera transmitir a ustedes mis descubrimientos. Sé que poco me queda ya porque siento a la muerte rondando cerca, y no quisiera irme sin compartir con vosotros, mis queridos animales del zoo, la modesta ciencia que he aprendido.

De todo lo que he visto, escuchado, y vivido, con certeza puedo asegurar mis hermanos, que entre ellos vuestros carceleros y vuestros ocasionales visitantes, encontraréis prisioneros aún más esclavos y sumisos que entre nosotros mismos.

Mientras nosotros podemos palpar los barrotes de nuestras jaulas, ellos cargan con sus celdas desde dentro. Arrastran por la vida sus cadenas, y a cada paso quitan eslabones que limitan el tranco y empequeñecen el trayecto. Y a veces ellos no tienen real conciencia de lo que está pasando, mientras que nosotros a cada instante palpamos y entendemos nuestra real condición.

Muchos de ellos encajonan su existencia entre las paredes de grises oficinas, y castigan su cuerpo ciñéndolo con ropas incómodas pero supuestamente “adecuadas” a la ocasión. También aprisionan sus cuellos tal como a veces hacen con sus mascotas, y se obstinan en usar zapatos no adecuados para la marcha.

Y otros corren tras el dinero, el poder, la gloria, o tras alguna otra estilizada figura de moda, invirtiendo su vida en pos de esos logros, sin darse cuenta que esa vida invertida no vuelve, y quizás, si finalmente obtienen lo que deseaban, puede que ya sea demasiado tarde para poder disfrutar o utilizar lo obtenido, y ya no les sirve.

Hay quienes hipotecan el alma al lado de quien no aman, y muchos de ellos cuando consiguen liberarse de ese yugo, los domingos pasean sus culpas junto a sus crías por entre estas jaulas, para volver a dejar ambas cosas hasta el siguiente fin de semana.

Algunos hombres y mujeres se afanan por exhibirse orgullosamente con sus humeantes cigarrillos entre los dedos, pensando que así muestran su modernidad, su esnobismo, su lustre, su adultez, su libertad, su posición de liderazgo o supremacía, vanos sentimientos y sensaciones que de poco sirven.

Y aún peor, otros hombres y mujeres prefieren lacerarse consumiendo sustancias aún más nefastas, que sin duda los esclavizan y engañan, y que por fugaces instantes les mienten libertades que no poseen, y alegrías que no logran atrapar.

Unos y otros y en algún momento se sumergen en abismales frustraciones y angustias. Unos y otros, presos de sus adicciones y como hipnotizados o embrujados, invariablemente regresan a ellas. Unos y otros lamen y huelen sus sustancias adictivas, tal como entre nosotros los que más se humillan lamen y huelen las manos de los carceleros.

Y otros, dominados por la frustración y la violencia, acometen furibundamente sobre sus congéneres, a veces sólo con amenazadores gruñidos y rugidos, y a veces con un ensañamiento tan atroz, como ninguna bestia sobre la tierra sería capaz de perpetrar contra un miembro de su propia especie.

Tantas cosas he visto en estos años‼ Tantas cosas podría relatarles con lujo de detalles‼ Tantas cosas podría yo narrarles mis queridos hermanos‼ Tantas cosas podría yo decir, que seguro ustedes quedarían de boca abierta‼

Altivos y gallardos caballeros munidos de ostentosos cuernos, detenidos en plan de mofa delante de la zona de alces y ciervos.

Padres que se agrandan frente a sus crías, y que son capaces de decir o de hacer cualquier disparate.

Rastreras criaturas, obsecuentes y traicioneras, que con cara de asco y marcha lenta recorren el serpentario.

Personajes siniestros y a la vez burlones natos, comentando con desdén las perversas aptitudes de hienas y chacales.

Seres que fruncen la nariz cuando una ráfaga de viento les lleva nuestro aroma, y que luego son capaces de comer cualquier porquería en la fonda de enfrente.

Y qué decir de esos con aire de inteligentes, que se exhiben arrogante y orgullosamente frente a burros y asnos. O de esos que displicentes hacen gráciles movimientos con sus brazos y manos, señalando así sus respectivas figuras frente al estanque de los hipopótamos. O de esos que con sorna enseñan sus colmillos a las morsas.

¿Será que esta gente es tan estrecha de mente, que no concibe otra manera de divertirse que haciendo morisquetas y presumiendo en el zoológico? La visita a nuestro barrio para ellos debería ser la gran experiencia de sus vidas, y no algo banal e intrascendente que puede tomarse a la chacota. Con decirles algo mis amigos, que algunos de ellos hasta han intentado burlarse de mí, imitando mis gráciles y ágiles movimientos de cabeza.

No voy a cometer uno de los errores más repetidos que he podido observar en los humanos, generalizando mis conceptos más allá de lo justo y razonable, pero son indudablemente muchos los que sin residir aquí, con resignación pasean sus jaulas de gruesos barrotes incrustados en su propia carne.

Si realmente queréis descubrir la verdad mirad a sus ojos. Sólo allí podréis hallar la verdad. Sólo en sus ojos veréis si verdaderamente se trata de un ser libre o no.

Y cuando por casualidad encontréis uno de esos escasos especimenes humanos que aún son libres, deberíamos amigos míos sentirnos reconfortados, porque os aseguro sin temor a equivocarme, que es mucho más difícil ser libre para ellos en medio de su selva humana repleta de envidias y hormigón, que para nosotros en medio del zoológico lleno de rejas y de fosos.

Poned mucha atención mis amigos. Mañana es domingo. Mañana es el gran día. Mañana es el día del esperado y florido desfile.

Hombres, mujeres, y niños, ofrecen ellos una exhibición singular y vistosa a los atentos espectadores que aquí vivimos. Humanos de todo tipo, clase, tamaño, color, condición social, e inclinación sexual, por horas circulan pacientemente frente a nosotros los animales.

Todo esto quería decirles mis hermanos. Sobre todo esto quería llamarles la atención.

Y no se dejen confundir. Y no se dejen engañar con inocentes ardides o con falaces argumentaciones que de poco sirven y consuelan.

Recuerden siempre que la libertad se lleva dentro. Recuerden siempre que la libertad se lleva en los corazones.

Recuerden siempre estos consejos. Recuerden siempre estas palabras. Y hasta siempre mis amigos, hasta siempre mis hermanos, hasta siempre.

Comentarios sobre el escrito “La sapiencia del búho” (e3)

La riqueza de sugerencias sobre contradicciones observadas desde fuera de nuestra estructura social, en esta obra ciertamente es tal que nos inhibe de enumerarlas todas y de comentarlas todas, en mérito a la brevedad deseada.

En este escrito fantasioso, imaginativo, lúdico, experimental, sin duda hace referencia a la insaciable y contradictoria sociedad consumista en la que estamos inmersos.

Allí también se plantea lo absurdo de los prejuicios que con frecuencia invaden a las personas, el miedo al que dirán, la aprensión de sentir que otros le critiquen o que le miren como bicho raro, el temor a sentirse rechazado o excluido, el temor a sentirse diferente.

Tal vez lo que podríamos hacer para mejor apreciar la calidad de este escrito y su riqueza de diferentes lecturas, sería organizar una reunión lúdica con familiares y amigos. Y allí leer “La sapiencia del búho” un par de veces, y luego ponerlo a debate, y luego pedir opiniones y comentarios.

Sería interesante observar las reacciones de un auditorio como el indicado, cuando por segunda o tercera vez escuchan esa parte del escrito que alude a los paseantes que se burlan de alces y ciervos, que alude a los padres que aparentan ser más incluso frente a sus hijos, que alude a los visitantes del serpentario que parecen más reptiles que los animales allí exhibidos, que alude a los personajes que al igual que hienas y chacales tienen apariencia de traidores y perversos, que alude a las personas que la van de finas y delicadas a pesar que son capaces de comer cualquier porquería o de hacer cualquier otra chanchada.

Sería muy interesante observar desde fuera a un auditorio como el indicado, describiendo con detalle cuándo y de qué forma ríen al escuchar “La sapiencia del búho”, y recogiendo todas y cada una de las interpretaciones y conclusiones que ellos son capaces de elaborar.

Terminamos aquí esta corta y jugosa crítica literaria, incentivando al lector a que efectivamente haga una experiencia lúdica como la que venimos de señalar. Verá lo interesante que es. Verá lo novedoso de ciertas opiniones.

Escritos sobre virtudes (f1)

Lo que aquí se solicita es muy simple o al menos parece muy simple. Consiste en generar un relato donde se discurra sobre una virtud.

Por cierto no se trata de generar un escrito que tenga apariencia de definición de diccionario, ni tampoco de elaborar un cuento con estructura de tal, y cuya moraleja o mensaje se refiera a una virtud o se relacione con ella.

Lo que se propone es tratar de generar una narración que se encuentre bien redactada, que sea corta, discursiva, analítica, descriptiva, argumental, y que además trate en prioridad la virtud elegida. Y por cierto que además tenga cierto valor literario, o sea que además provoque en el lector esa inefable sensación de satisfacción y bienestar, que sólo los buenos escritos logran inducir.

Adelante y buena suerte. Adelante, y que la creatividad y el buen gusto les ilumine.

Las mieles del éxito (f2)

¡Quién no ha escuchado alguna vez que Menganito es un verdadero triunfador en la vida, o que Sultancito y Zutanito supieron hacerla muy bien! Y no sé por qué, el hecho de triunfar en esta vida generalmente viene asociado con la idea que el sujeto en cuestión hizo una fortuna material en la actividad que le tocó desarrollar.

Si bien no es ninguna virtud no tener dinero, tampoco lo es tenerlo a cualquier costo y a cualquier precio. El disponer o no disponer de recursos financieros y materiales, ciertamente es un hecho circunstancial. No vale la pena poner en juego nuestro pellejo en pos de ello.

La vida siempre nos da sorpresas, y ellas hacen que nuestra existencia sea mucho más entretenida y soportable, porque sería realmente abominable saber que si alguien nace en un hogar donde siempre hay problemas, necesariamente también debería siempre correr esta misma suerte, sin que pudiera hacer algo para cambiar esta condición, sin que pudiera hacer algo para revertir esta penosa situación.

Afortunadamente hemos superado esa concepción resignada sobre nuestro futuro personal, heredada sin duda de la antigua cultura griega.

Ya no somos juguetes de los dioses del Olimpo. Ya no nos sometemos de buena o mala gana a sus caprichos. Nuestro porvenir ya no lo determina Zeus. Nuestro futuro está en nuestras propias manos, y no en la casa de los oráculos o en la mente de las divinidades. Nuestro destino no está predeterminado de antemano, esperando ser revelado en alguna casa de oración o en una tirada de tarot. En buena medida nuestro futuro es producto de nuestro entorno social y de nosotros mismos.

Ésa es la capacidad más interesante y emocionante que tiene el ser humano, la de sobreponerse a la adversidad, y siempre, pero siempre, poder un poco más.

Aceptado este planteo, podemos entonces coincidir que el triunfo y el éxito nada tienen que ver con una cuestión monetaria. Es más, quién piense lo contrario, es porque no se dio cuenta que en este mismo instante, bien podría estar tratando de nadar desesperadamente hacia la costa en medio de un mar embravecido, o maniobrando con un vehículo que se salió de la carretera a alta velocidad. En estos dos hipotéticos casos, sin duda no serviría de mucho el dinero que se pudiera tener encima, o en la casa, o en el banco, por mucho que éste fuera.

El triunfo favorece a quienes hacen las cosas bien, y a quienes tienen una gran dosis de suerte. El triunfo favorece a quienes se sienten bien en su propia piel. El triunfo favorece a quienes por todos lados saben hacer amigos. El triunfo favorece a quienes no tienen una doble moral.

¿De qué sirve sacarnos las arrugas, si todas ellas nos las hemos ganado, si todas ellas son las condecoraciones que nos dio la vida? ¿De qué sirve aparentar ser más joven, si nuestro documento no miente, y nuestras articulaciones cantan esa fecha? ¿De qué sirve pretender tener menos años, si la experiencia y la sabiduría se adquieren con el paso del tiempo?

No dejemos que el no contar con dinero nos arrugue el alma y nos arruine nuestra existencia. No permitamos que nuestras eventuales frustraciones también se reflejen en quienes nos rodeen, pues así ellas luego podrían volver a nosotros como un boomerang. No nos avergoncemos ni disgustemos por nuestra condición, o por nuestro aspecto físico, o porque no nos comprenden. No nos engañemos tan tonta y convencionalmente, como una vez lo hizo Cyrano de Bergerac en el imaginario del escritor Edmond Rostand (1 abril 1868 – 2 diciembre 1918).

Para ser una buena persona no necesitamos ni un solo centavo. Para ser muy queridos no necesitamos ser jóvenes, delgados, y de impecable apariencia. Para ser felices y estar satisfechos con nosotros mismos, no necesitamos tener casa propia y automóvil propio.

Con toda evidencia no necesitamos un préstamo para disfrutar a quienes amamos. Nadie nos tiene que enseñar a reconocer en la cara de un ser querido, si está verdaderamente feliz o si no lo está. Nadie nos puede inculcar que vamos a ser terriblemente infelices, si no nos interesamos en comprar un auto nuevo, o si no alardeamos de siempre vestir a la última moda. Y ninguna balanza nos puede marcar el límite entre la felicidad y la desgracia.

Hagamos lo que buenamente podamos con nuestras vidas, y a aquéllas y aquéllos que les gusta ostentar frente a los demás, les sugerimos que piensen si su ser más querido los va a querer más o menos según el dinero que tengan, o según los bienes materiales que posean, o según los sacos de piel o la figura de que dispongan, pues si esto es así sería para lamentarse.

Triunfar en la vida es algo diferente. Triunfar en la vida es otra cosa. Sería tétrico pensar que pagando cuotas uno ya tiene comprado el triunfo. El éxito no se adquiere. Hay cosas que no se compran en ningún supermercado. Y la salvación eterna no se logra rezando escrupulosamente todos los días domingo en la Iglesia.

Ya para concluir, por un momento pensemos en esa gente que orgullosamente viene a mostrarnos su última adquisición, con el secreto afán de hacernos sentir inferiores, con el secreto afán de provocar nuestra envidia. Y a pesar de que pensemos que ellos son unos pobres desgraciados y unos mentecatos, no tenemos porqué tomar este asunto a la tremenda, no tenemos porqué hacernos los difíciles y los interesantes. Total, el escucharlos con cierto dominio y paciencia no nos hará ningún daño, y así, prestando oído a sus dichos, les haremos sentir mucho más felices, más realizados, más autosuficientes. ¡Y qué mejor que hacer feliz a una persona, con el solo recurso de escucharlo!