domingo, 12 de abril de 2009

Un niño /241/ (b4)

Era un niño de unos tres años. En comparación con sus compañeritos de la maternal sin duda no era de los más altos, y la complexión de su cuerpo insinuaba la posibilidad que en el futuro fuera un petizo retacón.

En apariencia no tenía mayores problemas de socialización, ni con la gente grande ni con los niños y niñas de su edad, ya que era alegre y muy comunicativo.

Eso sí, llamaba la atención su pasión por la música. ¡Increíblemente le interesaban todos los géneros musicales! Incluso los que podríamos denominar como música culta y como música sacra. Si en la televisión o en la radio escuchaba sones musicales, rápidamente dejaba lo que estaba haciendo y se acercaba al aparato, siguiendo el ritmo con su propio cuerpo con gran parsimonia, y manifestando una atención y un interés propios de una persona adulta.

Un día fue muy gracioso lo que pasó. La madre lo llevó al parque, y en determinado momento allí llegó una banda de música y se puso a ejecutar marchas militares. Martín no se había apercibido de la llegada de este grupo pues estaba muy entretenido en el arenero, pero no bien escuchó el repiquetear de los tambores y el sonar de las trompetas y de los timbales, de un salto se paró y corrió junto a la orquesta. Allí se ubico bastante cerca del director, moviendo los brazos y las manos más o menos como lo hacía quien tenía la batuta. La escena se repitió sin variantes durante bastante tiempo, y cuando terminó el concierto y los músicos se retiraron, Martín corrió junto a su madre y le dijo: “Tengo sed”.

El niño ciertamente estaba en la etapa de los descubrimientos así como en el período de afianzamiento y consolidación del lenguaje. Hacía poco que había descubierto que su madre tenía además otro nombre.

Y cierto día se le apersonó a su abuela preguntándole con gran seriedad. Dime aba, ¿eres tú la mamá de Verokita? Ante la respuesta positiva de su interlocutora se alejó complacido y meditabundo, como diciendo: “No estaba muy seguro, pero me lo figuraba, pero me lo imaginaba”.

Era comunicativo con sus familiares, y contaba los incidentes que le ocurrían en el parque, en las fiestas infantiles, en la escuela, en el consultorio médico, en los paseos.

Cierto día al regresar de la escuela se le notó algo excitado. ¡Y no era para menos! Blanca, su maestra, ese día había llevado una pendereta, y luego de que todos cantaran con el acompañamiento de ese instrumento, Martín no resistió y corrió al frente para poder apreciar ese instrumento bien de cerca. Seguramente debe de haberlo hecho con gran energía y entusiasmo, pues según él mismo cuenta su maestra le dio un beso y le dijo: “Ve a tu sitio”.

Sin duda Martín en esos días presentaba algunos problemitas de conducta, tanto en la escuela como en la casa. Era demasiado emotivo e independiente, desplegaba demasiada energía y vehemencia, y con frecuencia no hacía caso ni a sus familiares ni a sus maestros.

La psicóloga de la escuela opinó que Martín era un niño-índigo, y recomendó no insistir en darle órdenes rotundas y absolutas, sino más bien en darle razones justificadas, y sugiriéndole tal o cual comportamiento, tal o cual respuesta, tal o cual acción.

Los años dirán si éste es o no un buen consejo. Los años mostraran la evolución de esta criatura. Los años permitirán saber más sobre esta personalidad en formación.

No hay comentarios: