domingo, 12 de abril de 2009

El aspirante a cura (c2)

Enero 29

Antes que nada le pido perdón por no haberle escrito mucho antes. Usted sabe bien que le aprecio en grado sumo, y que nunca olvidaré que fue usted quien me hizo recapacitar cuando quise volver a la vida secular para poder desposarme. La falta que usted tuvo de mis noticias no se deben a que mi admiración y mi respeto por usted hayan decaído, sino a un simple exceso de trabajo en la parroquia y en la escuela sacerdotal.

Ahora sí me he hecho de un espacio para poder enviarle estas improvisadas líneas, aunque confieso que en esta retoma de comunicación tengo también un interés personal muy especial. Y es que tengo que pedirle consejo, pues hay un asunto que no sé bien como manejar.

En la escuela sacerdotal este año ingresaron once aspirantes, todos muchachos muy jóvenes y muy alegres, y que sin duda tienen un manifiesto interés en aprender.

Además en todos ellos la vocación religiosa parecería que está bastante afirmada, lo cual es muy bueno pues cada año tenemos menos aspirantes, y como usted sabe hay parroquias con un solo sacerdote al frente, lo cual es un grave problema, especialmente teniendo en cuenta la edad promedio de nuestros compañeros.

Pero el motivo de mi preocupación sobre todo es por Adrián, uno de quienes ingresaron este año aspirando a la carrera sacerdotal.

Sin duda es un muchacho muy puntual, muy trabajador, muy disciplinado, muy responsable, y de buena familia católica, pero lo que me preocupa es que él es muy amanerado.

¿Qué me aconseja usted? ¿Debo hacer algo o intervenir de alguna forma, o por el contrario debo hacerme el desentendido como si nada pasara?

En espera de su seguro y acertado consejo, y con mis mejores saludos para su hermana, a quien de vez en cuando veo en los noticieros dada su posición en el INAME, me despido de usted con un fuerte abrazo.

Febrero 24

Recibí su carta en tiempo y forma, y seguí su consejo de acercarme a la familia de Adrián.

El último domingo fui a almorzar con ellos, y luego me quedé en la casa del muchacho casi hasta las 17 horas. Ciertamente la armonía reinó en este encuentro, y hasta jugamos al truco.

Los padres de Adrián son muy formales y muy buenos católicos, y su hijita de siete años es muy alegre y vivaracha. Obviamente fue ella la que en muchos momentos puso una nota de color en esa reunión. Adrián estuvo presente casi todo el tiempo, y aunque lucía satisfecho y sonriente, sin duda estuvo bastante callado y reservado.

Lo más interesante ciertamente fue lo que conversé a solas con el padre de Adrián. Con mucha sinceridad me contó buena parte de la infancia y de la adolescencia de este joven.

El muchacho parece estar siempre contento y con la sonrisa a flor de labios, pero en lo interior parece que sufrió mucho tanto en la escuela como en el liceo. Y cuando entonces no podía ocultar su tristeza con sonrisas, parece ser que se encerraba en su cuarto para que no le vieran.

El motivo de estos contratiempos del muchacho evidentemente no fueron sus estudios, pues siempre fue un alumno brillante. El origen no puede haber sido otro que sus compañeritos de estudio, quienes de continuo le hacían bromas crueles y comentarios burlones, pues por alguna razón lo tomaron de punto. Incluso con frecuencia le llegaban a molestar con pedidos estrafalarios, o con misteriosos y anónimos llamados telefónicos.

Por un lado y en conocimiento de estos hechos, por cierto no pude menos que compadecer a Adrián y solidarizarme con él, pero por otro lado aumentaron mis temores y mis reticencias respecto del futuro de este joven en la Iglesia.

No sé si lo agregado en esta carta le basta para hacerme una sugerencia sobre lo que debo hacer. Si quiere saber algo más o pedirme aclaración sobre alguna otra cosa, le contestaré enseguida.

Me despido con un fuerte abrazo, y mucho le agradezco por estar atendiendo mis planteos. Cuente conmigo para todo lo que le pudiera ser útil.

Marzo 5

Su noticia que le será imposible venir por aquí al menos por este año me ha llenado de tristeza, pues esperaba tener la felicidad de poder verle de nuevo. Además, me parecía importante que usted conociera personalmente a Adrián, pues así tendría la posibilidad de evaluar mejor la situación y poder mejor elaborar su consejo.

Aquí las cosas siguen más o menos como siempre. Lo único a remarcar es que Adrián recibió ya cuatro veces la visita de un amigo, quien es además un ex compañero del liceo. Parecen tenerse mutuo afecto uno al otro. El trato entre ambos es muy correcto. Con frecuencia charlan en la cafetería, y cuando ella está cerrada se sientan en un banco del patio por horas, o caminan pausadamente por la galería.

Ni siquiera puedo tener miedo de que estas visitas retrasen los estudios de Adrián, pues a juzgar por las apariencias, ellos sobre todo hablan de la Biblia e intercambian ideas y opiniones sobre ella. Este amigo se comporta pues como un excelente compañero de estudios, y en los hecho me parece es un motor para motivar a Adrián a pensar más y mejor en la religión y en su vocación.

Le haré saber cualquier cambio en esta situación, si dicho cambio llega a producirse. Y le recordaré a usted en todas mis oraciones, a pesar que con la bondad que le caracteriza seguramente usted ya tiene ganada la salvación eterna.

Marzo 21

Le escribo muy breve y rápidamente pues respecto del asunto que tenemos entre manos hubo una novedad, aunque en realidad no sé con exactitud si ella de alguna manera se vincula o se relaciona con Adrián.

Lo cierto es que quien se encarga del aseo de los baños encontró en un cesto dos hojas muy estrujadas que fueron arrancadas de una Biblia. Dichas hojas correspondían a los capítulos 19 a 25 de Deuteronomio, y allí había tachaduras y borraduras que con toda evidencia habían sido hechas con saña o rabia, a tal punto que en ciertas partes la lectura del texto allí se dificultaba enormemente.

Para que usted mejor aprecie el posible motivo que eventualmente pudo llevar al autor a cometer esta herejía, ayudado por otro ejemplar bíblico transcribo a continuación los pasajes que aparentemente fueron más borroneados y tachados.

Deuteronomio (22,5) No vestirá la mujer hábito de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace.
Deuteronomio (22,16-17) Y dirá el padre de la moza a los ancianos: Yo di mi hija a este hombre por mujer, y él la aborrece.
Y he aquí, él le pone tacha de algunas cosas diciendo: No he hallado tu hija virgen. Empero he aquí las señales de la virginidad de la hija. Y se extenderá la sábana delante de los ancianos de la ciudad.
Deuteronomio (22,20-22) Más si este negocio fue verdad, que no se hubiere hallado virginidad en la moza.
Entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la apedrearán con piedras los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto hizo vileza en Israel fornicando en la casa de su padre. Así quitarás el mal de en medio de ti.
Y cuando se sorprendiera alguno echado con mujer casada y con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer. Así quitarás el mal de Israel.
Deuteronomio (23,1-2) No entrará en la congregación de Jehová el que fuere quebrado o castrado.
No entrará bastardo en la congregación de Jehová, y ni aún en la décima generación entrarán en la congregación de Jehová.

En una de estas arrugadas hojas y al margen, en desprolija y temblorosa letra de imprenta también se hallaba agregada la siguiente leyenda: “Jesús fue un hijo adoptivo de Dios”. Este agregado tal vez pretendía hacer alusión a ciertas antiguas y heréticas creencias adopcionistas, algunas de las que en su momento surgieron en propios medios cristianos, y que hoy por hoy y por fortuna están totalmente superadas y abandonadas.

Ciertamente ya hemos analizado todos los ejemplares bíblicos de nuestros alumnos, incluido también el de Adrián, pero todos ellos estaban completos y bien cuidados.

Este asunto es todo un misterio, y evidentemente también es un problema que de alguna forma deberíamos aclarar. La palabra de Dios está reflejada en los escritos bíblicos, y por tanto no podemos actuar como si este libro fuera uno cualquiera que tranquilamente se puede botar a la basura.

Le escribiré o incluso le llamaré por teléfono si las novedades lo ameritan.

Abril 5

Mucho le agradezco Monseñor por su llamado telefónico del día viernes, a través del que pude comprobar que usted está mucho más enterado de lo que aquí pasa de lo que me figuraba.

Efectivamente uno de nuestros aspirantes al sacerdocio intentó suicidarse en el día de ayer. El hecho por cierto conmovió nuestra colectividad, y luego de pasadas las primeras corridas y de la llegada de la emergencia móvil, avisamos con prontitud a la familia del afectado.

El padre de Adrián vino casi enseguida y pasó unas dos horas con su hijo. Y luego salió al claustro y comenzó a discutir y a insultar al Padre Mateo, quien como usted sabe es el profesor de primer año en nuestra escuela sacerdotal.

Las cosas que entonces ese hombre afirmó e insinuó son ellas terribles e irrepetibles. Y el Padre Mateo en sus argumentaciones y en sus descargos, solamente parecía aludir a un amigo de Adrián que le visita en el convento con alguna regularidad.

Por cierto estoy muy acongojado por este desgraciado acontecimiento, aunque debo confesarle que no estoy de acuerdo con las medidas ejemplarizantes y drásticas que usted mencionó en su llamada telefónica que piensa proponer a Roma.

Ya sabemos que Adrián se retira, pues por lo menos ello ha dicho su padre, y por cierto le daremos la dispensa de inmediato. Así que por este lado el tema aparentemente está resuelto.

Y en lo que concierne al Padre Mateo, su destitución o separación nos pondría en una encrucijada de difíciles y muy molestas consecuencias.

No tenemos quien le remplace en la escuela sacerdotal, pero tal vez lo más importante y trascendente, sería el escándalo que presumiblemente así se generaría en nuestra colectividad y en su entorno.

Tengo muy presente lo que usted me dijo al teléfono, eso de que no podemos encubrir hechos de esta naturaleza, y que a las flores marchitas se las retira por inservibles pues son una mancha en el jardín. Además concuerdo con usted que nosotros los sacerdotes también somos pecadores, así que cuando cometemos pecado debemos reconocerlo, debemos arrepentirnos, y debemos pedir perdón. También concuerdo con usted que en casos graves, las jerarquías eclesiásticas en nombre de la institución deben pedir perdón a la comunidad toda, por lo que tal vez hubiera podido suceder.

Sin embargo, para mí lo más importante hoy por hoy es la institución que representamos y las obras sociales que están a nuestro cargo: (1) el trabajo en la Colonia María Auxiliadora, (2) las colectas de ropa y de zapatos para los necesitados, (3) el hogar diurno para la tercera edad, (4) la policlínica pediátrica para los pobres, (5) los encuentros de meditación para los jovencitos, (6) las tertulias de lecturas bíblicas razonadas, (7) la enfermería para matrimonios y para noviazgos, etcétera, etcétera. Y es hacia aquí que nosotros deberíamos dirigir nuestras máximas preocupaciones y nuestros más denodados esfuerzos.

No podemos poner en peligro todas estas importantes obras, por una cuestión de principios morales que son muy defendibles e importantes en el plano teórico, pero que no aportan nada en el lado práctico. Si nuestra institución se deteriora y se reduce, ello sin duda afectaría negativamente de mil maneras a la comunidad, y además sería caldo de cultivo para esos predicadores de falsas Iglesias.

Piense muy bien Monseñor en la problemática completa y no solamente en una parte. En mi opinión lo mejor sería que usted hablara con el Obispo, y que no informen nada a Roma sobre estos hechos. Y si acaso ustedes ya hubieran elevado vuestro informe a la Santa Sede, me tomo la libertad y el atrevimiento de sugerir un nuevo informe, indicando que las cosas no eran tan graves como inicialmente se habían pensado.

Así podremos dejar todo como está. Así nuestra comunidad en esta localidad podrá seguir avanzando tranquilamente. Así podremos continuar en calma con nuestra importante prédica. Así podremos atender los requerimientos de enfermos y necesitados. Así podremos intentar salvar el alma de los pecadores.

Mayo 28

Quien le escribe con devoción y respeto es el Padre Aguerrondo. No sé Monseñor si usted me recuerde. Soy quien tomó los hábitos junto al Padre Mateo, aquí, en la Iglesia principal de esta capital departamental, hace ya unos cuantos años.

Ciertamente soy amigo personal del Padre Mateo desde que fuimos seminaristas, y evidentemente he seguido bastante de cerca los desgraciados acontecimientos ocurridos en los últimos meses referidos a Adrián. También estoy en conocimiento de las injustas acusaciones dirigidas contra el Padre Mateo en relación a su comportamiento con este alumno.

Mi amigo y confidente está muy amargado y apenado por todo lo que ha pasado, y al saber que pensaba escribirle, me pidió que le dijera que le sigue recordando con mucho afecto y respeto, y que si hace ya varias semanas que no le escribe, es porque se siente mal, es porque se siente muy angustiado, y en ese estado le es imposible tomar la pluma para escribir algo coherente.

El objetivo de estas breves y mal colocadas líneas, es para decirle que tanto el Padre Mateo como yo hemos analizado en profundidad todo lo ocurrido, incluyendo las posiciones de algunos de nuestros superiores sobre este asunto, y respecto de las que nos hemos enterado tanto en forma directa como indirecta. Y obviamente también hemos intercambiado ideas entre nosotros con mucha seriedad, y con mucha profundidad y responsabilidad.

Por cierto ambos sentimos mucha pena por Adrián. Este muchacho es muy sensible, es muy delicado, es muy frágil, es incomprendido por casi todos en su entorno social, y en su vida ha sido presionado de mil maneras por sus compañeros de colegio e incluso por su propia familia. Probablemente ingresó al seminario buscando un cambio, buscando un respiro, buscando un lugar donde se sintiera cómodo y seguro, y en lugar de ello aquí también encontró censura y rechazo de parte precisamente de quienes había tomado como referentes. Toda esta situación debe haber sido tan dura e insoportable para Adrián, que entonces tomó la amarga decisión de terminar con sus días, y sólo de casualidad su intento resultó fallido.

Por todos estos hechos, por toda esta desagradable situación, finalmente tanto el Padre Mateo como yo hemos decidido colgar nuestros hábitos y retirarnos a la vida secular, pues no podemos continuar en una institución que admite y promueve una doble moral, y que juzga determinadas situaciones tan a la ligera. Precisamente en estos días ambos estamos elevando una solicitud de dispensa por las vías formales.

La presente precisamente tiene por objetivo prevenirle sobre nuestra decisión, para que ella no le tome por sorpresa. Mucho le agradeceríamos facilite en lo posible los trámites de nuestra solicitud, ya que por una cuestión de respeto no deseamos retirarnos efectivamente antes que nuestro pedido sea aprobado y respondido.

Reciba usted la expresión de nuestros respetuosos sentimientos.

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