viernes, 3 de abril de 2009

Imponiendo argumento inicial (w1)

En las secciones anteriores rotuladas “D”, “L”, “O”, se ha impuesto cierto texto como comienzo y/o final de la narración que se sugiere desarrollar como ejercicio. Este tipo de propuesta lúdica es interesante, es divertida, es formativa para quien realiza el esfuerzo de así experimentar con su propia fuerza creativa, de esta forma autoimponiéndose una restricción que sin duda es bastante severa. Con este tipo de limitante se adopta un disparador, pero además el escritor también deberá enrabar o enlazar el texto dado con el texto creado, tanto en estilo narrativo como en argumento. Y allí radica la principal dificultad. Y allí se encuentra el escollo más peligroso. Y tratando de superar esa dificultad y ese escollo, es que el músculo literario se hace más fuerte y más adaptado.

En esta sección como ejercicio se sugiere algo similar a lo recién indicado, con la diferencia que el texto que es impuesto, en este caso es lo suficientemente extenso como para condicionar al escritor muchísimo más en relación al argumento, en relación a la trama que luego él debe desarrollar.

En la sección “W2” se indica el texto que se sugiere adoptar como comienzo, y en la sección “W3” se ensaya una posible continuación narrativa del mismo.

W2 – EL ENCUENTRO DEL TALISMÁN (w2)

Era una mujer muy pero muy racional, dueña de si misma casi hasta la arrogancia. Sin duda era orgullosa porque lo necesitaba para ella misma, para sentirse bien en su fuero íntimo, pero no se jactaba de ello, y para nada caía en la petulancia. Había conducido el barco de su vida con férrea voluntad, con sólido manejo de timón, y así había avanzado sorteando escollos con bastante valentía.

Los problemas recurrentemente habían aparecido en el horizonte. Sin embargo, ante la adversidad ella ponía su empeño y su racionalidad, y por lo general lograba sobrellevar los inconvenientes.

Pero ahora, con casi treinta y ocho años, sentía que los tifones la asediaban, sentía que las tormentas se le acercaban peligrosamente, amenazando con hacerla zozobrar, advirtiendo con sus fuertes y gruesas voces que podría perder el control. La cuestión era estadística. Algún día tendría que tocarle. No siempre podría zafarse. No siempre podría ganar, o generar empate, o dilatar desenlace.

Mientras se miraba al espejo, pensaba y pensaba y pensaba. La imagen le reflejaba una cara que no era bonita pero sí interesante y aún atrayente. El cabello castaño oscuro cortado en forma cómoda y profesional, enmarcaba un rostro que parecía reflejar un éxito que en realidad le era relativamente renuente, que en realidad estaba un poco lejos de alcanzar.

Complicaciones en el trabajo, problemitas en la familia. Todo parecía haberse desatado en un tiempo corto, como si una mente malévola y diabólica así lo hubiera coordinado. Con certeza, últimamente había tenido una muy mala racha.

Cada vez que se ponía a pensar en todo eso, le daban ganas de salir volando hacia una isla lejana, muy lejana. Cambiar de entorno, pasar a vivir en un lugar poco poblado y de vida simple. ¡Eso era lo que necesitaba!

Pero en su fuero íntimo sospechaba que la culpa no era toda del entorno y de la casualidad y de las circunstancias.

En buena medida sus dificultades muy posiblemente también se debían a una actitud mental negativa y derrotista de su parte. El éxito va de la mano de quienes tienen confianza en sí mismos, de quienes tienen bien alta la autoestima, se decía una y otra vez, como si quisiera convencerse a ella misma de tales aseveraciones. Tal vez por ello, tal vez porque ella no confiaba plenamente en ella misma, tal vez porque ella no ponía el suficiente esfuerzo y entusiasmo, tal vez por ello pasaba lo que pasaba. El éxito se le hacía esquivo, huidizo, se mostraba y luego desaparecía. Por momentos parecía como que lo rozaba con los dedos, pero luego éste no llegaba, no se concretaba, se disolvía, desaparecía.

Sentía la soledad de no poder sincerarse con nadie respecto de su problemática. Si bien tenía algunas amigas, con tino pensó que ellas seguramente también tendrían sus propias dificultades, y que poco lograría si a alguien confesaba sus inquietudes y sus desconciertos. ¿De qué podría servir un coro de lamentos? ¿De qué podría servir que una amiga le secara las lágrimas con un pañuelo, y que al rato ella le devolviera el mismo gesto? Desgracia de muchos, consuelo de tontos. Desgracia compartida, no ayuda a mejor manejarse en la partida.

No entendía ciertas cositas, no se explicaba tanta mala suerte toda junta, como por ejemplo: ¿Por qué el ascenso por el que tanto había luchado en la oficina, y por el que tanto empeño había puesto en su trabajo, finalmente se lo iban a dar a Mercedes? ¿O por qué los niños estaban tan rebeldes y esquivos luego de la separación entre ella y Manuel? ¿O por qué las pequeñas cosas de la vida parecía que a ella le consumían más esfuerzo que a los demás? Iba al centro comercial en transporte público, y repentinamente la tormenta se armaba y empezaba a lloviznar. Iba a la peluquería, y a la salida se levantaba viento. En el supermercado se ponía en una de las colas en un momento de mucha afluencia de público, y justito esa caja se trancaba con un cliente, mientras que en las otras se atendía con prontitud y eficiencia. ¡Se diría que había sido orinada por los perros!

Últimamente se había sentido mal del estómago, por lo que con prudencia procuraba desayunar en forma liviana. Y en relación a esto encontraba algún consuelo, pensando que al menos así lograría mantener el peso en forma más o menos aceptable. Cierto, desde hacía tiempo planeaba hacer gimnasia con regularidad, pero siempre surgía alguna complicación que desbarataba sus buenas intensiones… Los horarios no ayudaban, a esa hora difícil conseguir estacionamiento para el carro, este grupo se integraba con adultos mayores y por tanto las actividades eran acordes a la edad de los participantes, y este otro grupo ya estaba completo…

Desde hacía unas semanas, rutinariamente había comenzado a dejar el auto a unas cuadras del trabajo. Se ponía unos zapatos cómodos, pero elegantes, y caminando atravesaba el parque.

Éste era más bien pequeño y no mucho más grande que una manzana. Algunos árboles, un césped bien cuidado, senderos en curva, desniveles bien planteados, juegos para niños, un cerco perimetral, y puertitas de acceso útiles para impedir el paso de mascotas que eventualmente se encontraran sueltas. Sin embargo, el paseo matinal le producía el efecto de calmarla y prepararla para el trabajo, el que últimamente la tenía un poco desanimada. Allí se sentía bien respirando el aire fresco de la mañana. Allí sus pensamientos parecían ordenarse, parecían aclararse al menos un poco.

Las ocho de la mañana sin duda era una buena hora para dar ese paseo. Nadie solía cruzarse en su camino. Los transeúntes se veían lejos. El sendero empedrado del parque lo sentía sólo para ella. Aprovechaba cada paso, disfrutaba cada momento. A veces contemplaba las piedras irregulares que estaban frente a ella, no fuera cosa que se tropezara y se sintiera el tobillo. A veces se detenía para mejor apreciar el concierto de un pájaro. A veces miraba de lado para mejor apreciar ese verde del césped lleno de vida.

El paseo de ese día transcurría como tantos otros, cuando de improviso observó aquella moneda caída en un sitio muy pero muy visible, como si la pequeña pieza metálica la estuviera esperando justo a ella. ¡Qué raro! ¡Cómo nadie antes había reparado en ella!

¡Definitivamente no era una moneda del país, por su tamaño, por su color! Mientras se acercaba al lugar donde estaba el objeto caído, pensó que lo tomaría por curiosidad. Por un instante pensó incluso que esa podría ser una señal de buena suerte, pero enseguida sacudió la cabeza. El escepticismo la vencía, la realidad de los últimos meses le cantaba otra cosa.

Aún tenía la sorpresa pintada en su rostro, y esas reflexiones encontradas que revoloteaban en su mente, cuando se agachó para recoger el extraño objeto. A pesar que el astro rey recién comenzaba a entibiar el aire, el contacto con el metal no le produjo frío. A partir de allí se movió en forma un tanto furtiva, y apuró el paso hacia la salida del parque, no fuera cosa que alguien le reclamara su hallazgo. Descubrió, no sin extrañeza, que no estaba muy dispuesta a entregar esa moneda, que ahora la sentía de su exclusiva propiedad.

Así, caminó hacia la oficina como todos los días. Y como todos los días, saludó a sus compañeros al entrar. Sintió sin embargo que el saludo era más efusivo que de costumbre, como si algo hubiera cambiado ¿Serían ideas suyas? ¿Sería una broma cruel?

Finalmente se sentó en su escritorio de trabajo, y comenzó, por vez primera, a analizar el singular objeto con tranquilidad y detenimiento.

Era una pieza de metal de bordes un poco gastados, de metal bronceado y opaco. Tenía además ciertas inscripciones con caracteres que le eran desconocidos, aunque hacían pensar en el oriente. Le llamó la atención la figura en relieve, la misma en las dos caras; parecía una rueda con numerosos rayos, o algo parecido. El desgaste no dejaba bien distinguir los detalles, sólo atinó a bien vislumbrar al centro de la rueda, un rostro muy pequeño pero con unos ojos penetrantes.

En cuanto limpió un poco la suciedad del objeto, percibió que brillaba intensamente. El resplandor le molestó, y le obligó a cambiar de posición; el sol estaba muy pálido ese día, pero aún así la luz reflejada hería los ojos. Estaba muy absorta en la contemplación de su hallazgo, cuando sonó el teléfono. Sobresaltada, respondió.

– Leticia… ¿puedes venir a mi oficina, por favor? –le dijo Don Julián–

Se encaminó al despacho entre extrañada e inquieta. Era inusual que el Gerente General, el que todos en la empresa llamaban “El Supremo”, la llamara directamente por teléfono y tan temprano en la mañana. Para convocar a los empleados, normalmente empleaba a su secretaria o dirigía una circular.

– Buen día Leticia, siéntate por favor.

– Gracias Don Julián.

– ¿Y que tal tus cosas, tu familia? Realmente me doy cuenta que si bien trabajamos bastante próximos, hace tiempo que no hemos tenido oportunidad de hablar mano a mano.

– Bien, todos bien, gracias –con criterio la mujer pensó que no tenía sentido complicar algo que de por sí ya estaba complicado; así, si el jefe pretendía darle una mala noticia o una reprimenda, se vería libre de remordimientos–

– Sabes Leticia, hemos estado evaluado tu trabajo, y realmente no tenemos quejas. Si bien Juárez, cuando se retiró, como posibles reemplazantes para su cargo te señaló a ti y también a otros dos empleados, con sinceridad él nos confesó que en su opinión, tú eras quien tenía más méritos y condiciones para esa función.

Leticia se sorprendió gratamente con lo que estaba escuchando. La conversación estaba tomando un tono interesante y muy a su favor. No obstante, ello no iba por el rumbo de la información confidencial que un par de compañeros le habían pasado.

Sonó el teléfono y Don Julián atendió un poco contrariado.

– Marta, ya le dije que no me pasara llamadas. Estoy en conferencia.

– Ah, mi esposa, bueno, pásela.

Y tapando la bocina le dijo a su empleada en voz más baja: «Disculpa Leticia, mi esposa, asuntos de familia». Y ella le contestó con un movimiento de su mano, como queriendo decir: “Pero por favor Don Julián”.

Leticia, una vez más, observó cómo “El Supremo” cambiaba su actitud generalmente distendida, por una posición más precavida y sumisa. ¡Y no era para menos! Matilde por cierto era la principal accionista de la empresa. Todos sabíamos que Don Julián era quien mandaba en la empresa, pero también estábamos enterados que la esposa del Gerente General tenía un carácter muy enérgico y muy autoritario, así que en muchas cosas la última palabra sin duda la tenía ella, sin duda la tenía Matilde, en relación a las cosas del hogar, y también en vinculación con los asuntos de la empresa.

Tratando de parecer que no prestaba oídos a la conversación, Leticia distraídamente se puso a mirar los cuadros que adornaban el despacho. Las pinturas sin duda eran de calidad, y causaban efecto.

Igual, algunos trozos entrecortados pudo ella rescatar de lo que se conversaba, lo que la colmó de alegría. Por lo que a medias palabras parecía insinuarse en la conversación telefónica. Por lo que de lo que se decía podía adivinarse.

– Sí, sí, estoy en eso.

– Bueno, este… después lo hablamos… Claro, sí, sí, pensé en una sucursal, ya que Mercedes vive lejos del centro, y su molestia sería menor.

– Bueno, justo estoy con Leticia, y de ello con ella hablaba.

El dialogado apenas siguió un poco más, y se extinguió con cierta frialdad. Primó el profesionalismo de Don Julián, y Matilde debe haber sentido que no era el mejor momento para hablar con su marido.

– Matilde te manda muchos saludos.

– Ah, bueno, gracias, retribúyaselos por favor. –respondió la mujer con aire que pretendió ser de sorpresa pero no de sobresalto–

Luego de una charla insustancial, y luego de referirse a algunos de los proyectos de la empresa, rodeos protocolares de circunstancia, al fin se oyeron las palabras mágicas que desde hacia un rato Leticia presentía.

– Leticia, el cargo de Gerente de Ventas es tuyo. Ya está decidido. Te felicito.

– Pero muchísimas gracias Don Julián. Tenía algunas esperanzas en ese puesto pues sabía que contaba con algunos méritos, pero en verdad no me esperaba una decisión tan rápida. –respondió la mujer con soltura, y con la sonrisa pintada en el semblante–

– Ah, Leticia, mira, hay otra cosa que ya está decidida. Tú y Mercedes han competido por ese cargo, así que para bien de todos, para bien de la empresa, es mejor que tu compañera sea trasladada a una sucursal.

– Pero Don Julián, mire que por mi parte no hay ningún problema, ningún resentimiento. Seguro podremos trabajar en equipo todos juntos, y Mercedes puede formar parte de esto así como el resto de los compañeros. –la mujer trató de mantener seriedad y profesionalismo, aunque internamente se sentía súper complacida con lo que estaba diciendo Don Julián–

Del despacho Leticia salió radiante, y al pasar junto a los escritorios dedicó una amplia sonrisa a todos sus compañeros, incluyendo a la derrotada Mercedes. Ella seguramente ignoraba lo que se estaba gestando. Ella tal vez ya sentía que el puesto era suyo. Al buscar un pañuelo en el bolsillo de su chaqueta, sintió el disco de metal que ya casi había olvidado, e instintivamente lo apretó, como si ese gesto le sirviera o le ayudara en algún sentido.

El resto de la jornada de trabajo le pareció inesperadamente agradable. ¿El sabor del triunfo? Tal vez.

A pesar de lo bien que se había sentido ese día, regresó a su casa con cierta ligera inquietud. Esa tarde correspondía a la acordada visita semanal que su marido hacía a los chicos, y la vez anterior habían tenido una muy fuerte discusión. Demasiado fuerte.

Con Manuel estaban separados hacía ya cerca de once meses, y si bien varias veces habían comenzado a hablar muy fríamente del divorcio, luego la conversación siempre subía de tono, y terminaban gritando y recriminándose mutuamente.

Después de su separación y cuando Leticia se encontraba con Manuel cuando él venía por los niños, al principio ella siempre trataba de controlarse y de ser civilizada, trataba de guardar la compostura y de ocultar sus celos, pero al final siempre terminaba en lo mismo. Leticia sabía que lo que pasaba era más culpa de ella que de él. Ella sabía de sobra cómo era que se generaba la tormenta, pero aún así, le era casi imposible torcer el rumbo de los acontecimientos. No podía, sus fuerzas no daban para oponerse. La rabia la llevaba bien dentro, y al final ese sentimiento siempre terminaba por dictarle sus actos.

Generalmente comenzaba ella haciendo un comentario irónico y frívolo sobre la amiguita de su esposo, y su ex recogía el guante. Y así, palabra iba, comentario venía, retruque que se devolvía, y al final del túnel, pelea abierta, gritos, insultos, improperios, palabras gruesas, observaciones muy fuera de lugar, agravios completamente innecesarios e inconducentes.

Y en ese estado ninguno de los dos se preocupaba mucho de los niños, quienes sin duda sufrían, y mucho. Se les vía en sus caritas y en sus ojos, sobre todo en sus ojos. Las peleas de los padres siempre perturban a los hijos.

Cuando el esposo se iba, ella reparaba en el error cometido, pero ya era tarde, el daño ya estaba hecho. Entonces la mujer juraba que iba a comportarse distinto a la siguiente semana. Pero la siguiente visita del esposo llegaba, y la escena se repetía. Como disculpa, como atenuante, Leticia se decía que lo que pasaba entre ella y Manuel no era algo que una mujer pudiera manejar a voluntad. Odiaba mostrar su debilidad al respecto. Odiaba reconocerlo, pero muy a su pesar aún amaba a ese hombre, y los celos le rompían el alma. Una mujer nunca puede soportar de buen grado a una competidora.

Estaba absorta en esos pensamientos mientras colgaba su abrigo en una percha, cuando escuchó los dos sonidos casi en el mismo instante: el largo sonar del timbre que sin duda denunciaba la llegada del hombre, y los secos rebotes de la moneda en el piso. Un poco nerviosa, recogió el objeto y se dirigió a la puerta.

Y allí estaba él. ¡La mujer no podía creer que fuera cierto lo que estaba viendo! Recordaba que la última vez que Manuel le había regalado flores, había sido el día de su primer aniversario de bodas. En aquella oportunidad fueron rosas rojas, y rosas rojas eran ahora las flores que su esposo le ofrecía. Se las notaba vivas y frescas.

Lo hizo pasar, los niños deberían llegar del colegio en muy poco rato.

¿Qué sería lo que él buscaba con el obsequio? ¿Simplemente trataría que las cosas fueran un poco mejor entre ambos? ¿O buscaría la reconciliación? Instintivamente se imaginó lo segundo, pero para confirmarlo debería esperar. Y cuando él le pidió perdón, le dijo que la amaba, y le confirmó que quería volver a la casa, se sintió conmovida. Necesitaba a Manuel a su lado. Su compañía, su cariño, su suave fortaleza, sin duda todo eso le hacía mucha falta.

Pero con sensatez y prudencia, y reflexionando en un segundo, le dijo muy decidida: «Bueno, bueno, en esta materia debemos ir despacio, muy despacio. No podemos recomenzar como si nada hubiera pasado. En nuestro matrimonio hubo infidelidad, y fue de tu parte y no de la mía. Por el momento acepto las flores y las agradezco. Pero eso es todo. En todo caso comienza a visitar a los niños con algo más de frecuencia, y veremos lo que sucede. Veremos si lo nuestro ya se terminó definitivamente, o si tiene algún tipo de futuro.»

Hizo una pausa, y como él no habló, ella continuó con voz un poco más cariñosa: «Admito que todavía siento algo por ti, pero no sé si podré olvidar. Vayamos despacio para evitar los tropiezos.»

Para sus adentros pensó que tal vez podía haber sido un poco menos dura, pero… ¿De qué serviría una reconciliación rápida, si a los pocos meses los errores se repetían?

Cuando llegaron los hijos y vieron el ambiente distendido, se comportaron insólitamente civilizados, y saludaron a sus padres con efusividad y cariño.

Leticia pidió un poco de soledad con el pretexto de ordenar la casa, pero con la secreta intensión de ordenar sus pensamientos. Y él se llevó a los niños de paseo, con la promesa de que volverían con un gran postre para la cena. Y ella, en retribución a las flores, lo invitó a cenar.

Ya sentada en el sillón y con los pies descalzos, emocionada se puso a pensar en todo lo que le había pasado en unas pocas horas. Los acontecimientos positivos se sucedían uno tras otro a velocidad de vértigo. Recordó cómo había comenzado ese día. Desayuno muy frugal, la rutina de siempre, y pensamientos pesimistas. Luego el incidente del parque, un hallazgo inesperado, algo que bien podría haber sido completamente intrascendente. Luego sus primeras especulaciones sobre la posibilidad de haber encontrado un talismán, elucubraciones hechas casi en broma, hechas casi para darse un poco de ánimo, para darse un motivo para sonreír. Y luego el gran cambio, el resplandeciente amanecer. Parecía brujería. Parecía arte de magia. Lo que le pasaba se asemejaba a un milagro.

¿Qué otra cosa maravillosa le podría suceder ahora? ¿Ganar un concurso? ¿Encontrar algo que hubiera perdido hacía mucho tiempo? ¿Ganar a la lotería? Por cábala, pensó que debería comprar algún número de rifa o algo así, para probar su teoría, para poder creer en ella, o para rechazarla definitivamente y atribuir su actual buena racha a la pura casualidad.

En eso, nuevamente sonó el timbre. Y esto la sobresaltó, pues estaba muy distraída. ¿Quién podría ser? Esposo e hijos seguro que no, pues no hacía tanto que habían partido.

Algo desconfiada y con la puerta cerrada, preguntó: «¿Quién es? ¿Qué quiere?» Y del otro lado contestaron: «Correspondencia para Leticia Arbeleche.»

Al abrir la puerta, el mensajero le tendió un grueso sobre con una sonrisa. Ella se sentía contenta, y el gesto le gustó. Pensó que debía dar propina, pues tenía que compartir con alguien todas las bienaventuranzas que había recibido ese día. Maquinalmente procedió a buscar en el bolsillo de su saco, pero allí sólo tenía el gastado bronce. Así que de la cartera que estaba sobre la mesita sacó una billetera, y extendió un billete de cincuenta pesos al joven e inesperado mensajero. El muchacho agradeció efusivamente con reverencias, y con más sonrisas.

¡Bueno, al menos había cumplido con su buena obra de ese día!

Se sentó, abrió el sobre, y dentro descubrió una carta y varios libros. La carta era de la Editorial Pasos, y entonces se excitó, pues como un relámpago algunos recuerdos vivieron a su mente.

Cuando Leticia descubrió las andanzas de Manuel y le increpó por ello, en lugar de disculparse él se puso violento y gritón, y ese mismo día puso algunas de sus cosas en un bolso, y se fue. La vecina de piso debió de haberlo escuchado todo, pues luego de la partida del hombre ella llamó a su puerta, dijo que había escuchado gritos y diálogos entrecortados, y se ofreció para lo que pudiera ser útil. Luego le confesó a Leticia que hacía años ella misma había pasado por algo similar, y la invitó a su casa para tomar un café. En ese momento Leticia estaba muy desanimada y desconsolada, y por cierto aceptó la invitación. Ese domingo los niños estaban en la casa de sus tíos abuelos, y recién volverían en la tardecita.

La larga conversación con la vecina le había hecho mucho bien. Beatriz, porque así se llamaba su circunstancial vecina de piso, le había dado varios consejos todos ellos muy útiles y muy prácticos, y una de sus sugerencias había sido que buscara una ocupación, un pasatiempo. La misma Leticia comentó entonces que de soltera ella tenía por hábito escribir cuentos cortos, y que incluso en esa época había comenzado a escribir una novela, pero que todas esas actividades literarias las había interrumpido cuando se casó con Manuel. Y ciertamente Beatriz de inmediato le había dicho: «Bueno, perfecto, ya tienes el pasatiempo ideal. Desempolva tus viejos cuadernos de soltera, corrige los cuentos y mejóralos, y como meta de mediano plazo trata de terminar la novela.»

Como Leticia pensó que Beatriz le había dado un buen consejo, de inmediato se puso las pilas y recomenzó con las interrumpidas actividades literarias. Se dedicaba a escribir sobre todo los domingos y feriados, y también algunos otros días cuando ella estaba en casa y los niños paseaban con Manuel o visitaban a sus abuelos. Y sin duda esta actividad creativa mucho le había ayudado a retomar sus equilibrios. La escritura pasó a ser para ella una efectiva terapia, y un refugio.

En realidad varias veces antes había pensado en reiniciar esta actividad creadora. Pero para una mujer casada, que trabaja en una oficina, y que además debe ocuparse del hogar, del esposo, y de los hijos, ciertamente le era muy difícil encontrar tranquilidad y tiempo para dedicarse a un pasatiempo como el aludido. Pero con el abandono del esposo, las cosas habían cambiado. Ya no debía ocuparse de la ropa del hombre, y tenía menos presión en la cocina ya que había una boca menos que alimentar. Además, los niños comían más veces fuera, con el padre, con los abuelos, con los tíos abuelos. Y por otra parte, los niños eran un poco más grandes e independientes, y daban menos trabajo.

Desde un comienzo se dedicó con ahínco a mejorar sus viejos cuentos, a escribir cuentos nuevos, y a continuar su novela. Al principio todo este trabajo se lo dedicaba a ella misma, pues tenía muy claro que no era una escritora profesional. Sin embargo y al cabo de los meses, comenzó a evaluar que los escritos producidos después de todo no estaban tan mal. Había mejorado su redacción, había perfeccionado su estilo, escribía como una mujer más madura. Lo producido por lo menos era decente.

Y así, un poco por curiosidad, hacía ya un par de meses que había enviado una copia de su trabajo a la Editorial Pasos. Quería ver cómo la evaluaban. Quería saber si al menos le decían que tenía posibilidades. La decisión la tomó en un momento de valentía y de optimismo, aunque probablemente entonces había valorado su propio trabajo más de lo que éste realmente valía.

Con asombro y estupor Leticia leyó y releyó varias veces la carta de la casa editora. Uno de sus cuentos había sido aceptado y sería incluido en una antología de autores nacionales. Y además la alentaban a mejorar otros dos de sus cuentos, diciéndole que tenían posibilidades, pero solicitándole que en ellos hiciera algunos retoques y mejoras, y además que ligeramente cambiara los respectivos finales, pues según la editorial esos cambios podrían provocar que esos escritos fueran más atrayentes y taquilleros. En la carta le informaban además que el cheque por su cuento ya estaba pronto, y que para obtenerlo solamente tendría que pasar por la casa editora, a recogerlo y a firmar el recibo correspondiente. Cierto, el importe del cheque era modesto, pero ese era un buen comienzo. Ese era el primer dinerillo que Leticia ganaba como escritora.

Con enorme interés la mujer leyó también los comentarios de uno de los editores y de un conocido escritor nacional, sobre las oportunidades de éxito de varios de sus cuentos, y sobre las grandes posibilidades que ella misma tenía en transformarse en una reconocida escritora, debido a sus evidentes condiciones y dotes para la literatura de ficción.

Las sugerencias de cambios a sus cuentos hechas en la carta, le resultaban ahora más claras y pertinentes después de leer estos comentarios críticos.

Compartir los libros recibidos de obsequio y la elogiosa carta, tanto con Manuel como con sus dos hijos, fue otro elemento más para festejar a la hora de la cena. Y cuando con cierta solemnidad anunció mientras servía la carne que en la oficina la habían ascendido a la jefatura de Ventas, los niños estallaron en gritos de alegría, y el esposo le dio repetidos besos en las mejillas, al modo usado por los franceses, primero a un lado y luego al otro, y siempre en número par.

Además del postre, Manuel había traído dos botellas, una de un vino clarete chileno que prometía, y otra de un licor anisado que también lucía muy bien. La presencia de las bebidas espirituosas y muy buenos motivos para los brindis, eran buenos elementos que ayudaban a que el festejo se prolongara en forma un poco más íntima por la noche.

Aquella mañana Leticia despertó más tranquila y relajada. Manuel ya se había ido. La mujer intentó repasar nuevamente los sucesos del día anterior, que sin duda habían sido maravillosos, prometedores, deslumbrantes. Recordando la moneda, se vistió con rapidez, se dirigió a su escritorio, y tomando la pieza de metal la examinó muy atentamente con buena luz, y lupa en mano.

No logrando descubrir en la moneda nada nuevo, la dejó sobre la mesa para ir en busca de una gran taza de café, bien caliente y bien dulce. Sentía algo de frío, y por cierto en la mañana siempre conviene ingerir algo, aunque sea poco, aunque sea solamente un caramelo o una bebida dulce. Al dar la espalda a la mesa, tal vez la inclinó, tal vez inadvertidamente arrastró alguna cosa. Lo cierto es que el supuesto talismán cayó al piso y comenzó a rodar. Al escuchar el ruido, Leticia se volvió para ubicar bien donde debía ir a buscar el misterioso objeto, pues por nada del mundo quería perderlo. En el silencio mañanero el ruido había sonado fuerte y claro.

El disco de bordes gastados siguió una errática y loca carrera, y fue a ubicarse debajo de un pequeño mueble que su tía abuela le había obsequiado. Una vieja radio de principios del siglo XX, de buena y lustrosa madera, transformada internamente con estantes para allí permitir ubicar objetos pequeños.

Algo contrariada y tratando de no despertar a los hijos, movió el mueble para recuperar el apreciado y extraño objeto.

Una gruesa capa de polvo apareció a la vista. De inmediato Leticia pensó en Lucía, en la señora que hacía la limpieza tres veces a la semana. Seguramente ese mueble no había sido movido desde hacía meses. Tendría que hablar con Lucía. La casa debía estar limpia en todos los rincones.

Entre el polvo estaba su moneda, pero de repente vio que allí también se encontraba un anillo que llevaba unos meses de perdido, y que estimaba mucho pues se lo había regalado Manuel en la época de novios.

Lentamente, dejando el mueble a medio correr y olvidándose del café, recogió los dos objetos y se sentó. Estaba impactada y conmocionada. Algo muy extraño estaba ocurriendo. Las casualidades ya eran demasiadas. Era algo insólito y también asombroso. La buena suerte continuaba. Los hechos sorprendentes e inusitados se sucedían a intervalos relativamente regulares. La inesperada racha de sucesos positivos parecía no tener fin.

Debería estar radiante de felicidad, y sin embargo se sentía ligeramente molesta o al menos nerviosa o temerosa. Lo que le estaba ocurriendo no tenía lógica. Primero una mala suerte de terror. Luego una bonanza sorprendente. Comenzaba a concebir la idea de que ese trozo de metal tenía algo de mágico, pero su razón le decía que eso no podía ser cierto. Leticia no era supersticiosa en lo más mínimo.

Examinó nuevamente la moneda con la lupa. La imagen deslucida de ojos profundos la contemplaba desde el disco. Examinó con mucho detenimiento los extraños caracteres, más le fue imposible descubrir en ellos alguna cosa, aunque fuera mínima. El enigma era completo, y el desconcierto y asombro de Leticia también. Sin embargo había algo, sin embargo debería haber algo, debería existir alguna conexión. A nadie se le solucionan tantos problemas todos juntos, y todos ellos en presencia de la moneda. Tantas casualidades todas seguidas desafiaban las leyes estadísticas.

Nunca había creído en supersticiones ni en cosas sobrenaturales. Siempre había pensado que esas ideas exóticas eran paparruchadas, con frecuencia utilizadas por los charlatanes para asustar y embaucar a la gente ingenua. Sin ninguna aprensión Leticia pasaba por debajo de las escaleras, aunque por cierto, con los naturales cuidados de fijarse que arriba no hubiera un balde de pintura o alguna cosa que de lo alto pudiera caer, pero nada más. Los gatos negros le merecían igual consideración que los de otros pelajes. Y los días 13 le parecían como cualquier otro.

Encendió la computadora. Buscaría en Internet. Tal vez allí encontraría alguna cosa relativa a la sorprendente moneda. Su investigación documentaria le llevó varias horas, pero nada pudo descubrir relacionado con su pequeño tesoro. Cierto, Leticia aprendió bastante de amuletos y talismanes, y también de alfabetos y de los inicios de la escritura. También mucho se informó sobre la antigua cultura egipcia, sus rituales fúnebres, sus creencias, sus mitos, sus dioses. Nunca supo mucho de historia, pero su intuición femenina le decía que la moneda algo debería tener en común con el impresionante río Nilo. Pero no. Nada pudo sacar en conclusión. El enigma de la procedencia de la moneda seguía como al principio.

Apagó la computadora. Ya era hora de despertar a los niños. Debería prepararles el desayuno, ayudarles a ponerse las ropas domingueras, y a esperar a los abuelos. Los sábados les tocaba a los padres de Manuel, y los domingos era el turno de sus propios progenitores. La agenda de los niños estaba completa, y se repetía cada semana.

Luego vería bien lo que haría. Tal vez dormiría una siesta pues estaba algo cansada, y necesitaba recuperar fuerzas. Así como necesitaba respuestas a sus inquietudes. Quería creer en la moneda, eso ciertamente le vendría muy bien. Si sus sospechas fueran ciertas, la moneda para ella sería una verdadera bendición. Pero en su fuero íntimo Leticia se resistía a creer en espejismos. Tenía que ser racional si no quería caer en locuras y desvaríos.

Desayunó con los hijos, saludó cortésmente a los abuelos que llegaron como siempre muy puntuales, y luego de nuevo a la cama. Debía dormir un poco, y también debía pensar. Y la cama era buena para ambas cosas.

Pronto cayó en un profundo sueño, y cuando despertó ya se sentía bastante mejor. Habría dormido dos horas, tal vez tres, pero eso había sido suficiente. Su cuerpo había recuperado su habitual energía.

Ya había comenzado a pensar de nuevo en la extraña moneda, cuando recibió una llamada de Manuel invitándola a cenar. Los niños estaban encantados con la idea de pasar la noche en la casa de los abuelos, y así, si cenaban temprano, luego podrían ir a un teatro, o a la ópera, o a un espectáculo de variedades. Y los otros abuelos podrían ir el domingo a buscar a sus nietos para seguir la habitual rutina de los fines de semana.

Y ella aceptó. Bien podría darse un respiro después de todo lo que había ocurrido. Ella lo necesitaba, y tal vez la moneda también.

Había decidido guardar el supuesto amuleto en un escondite bien seguro, y listo. Quería saber qué sucedería si salía sin la moneda. ¿Volverían los contratiempos? ¿Continuaría la buena suerte? Además, ya había decidido que el lunes pediría la tarde libre en el trabajo, para así dedicarla a recorrer negocios de antigüedades y de numismática. Muchos de estos negocios se ubicaban en la parte vieja de la ciudad, y eso le facilitaría su pequeña pesquisa. Tal vez así lograría descubrir algo en relación al enigmático objeto.

Sigue…

W3 – IDEAS PARA CONTINUAR “El encuentro del talismán” (w3)

Cuando como disparador de un escrito de ficción se impone un determinado texto como comienzo, siempre hay que poner cierto cuidado y cierta atención. Por lo general, en el texto que es impuesto se expone una determinada situación o un determinado conflicto, y/o se alude a uno o dos personajes, y por cierto, en alguna medida esto debe condicionar lo que sigue. Si en esas frases impuestas se hace referencia a un personaje o a dos, lo lógico es tomar a esos personajes como centrales, o por lo menos como personajes que en su actuación posterior se reflejen en lo detallado más adelante, en lo que posteriormente se escriba. El compromiso generado cuando al principio se alude a un entorno y/o a una situación, tal vez sea un poco menor que cuando se mencionan personajes, ya que en efecto, ese entorno y/o esa situación eventualmente podrían ser circunstanciales.

De todas maneras y de una u otra forma, en lo que se escriba debería aludirse a todos o a la mayoría de los elementos citados en el texto impuesto, ya sea inmediatamente, ya sea más tarde, hacia la mitad de la obra, o incluso hacia el fin de la historia. Caso contrario, el texto impuesto, el texto usado como disparador o desafío, sin duda quedaría como descolocado, como cuerpo extraño inserto en la narrativa completa. Cuando se sigue un escrito prestando poca atención a un texto impuesto como comienzo, cuando se retoman muy pocos elementos de ese texto predeterminado, el mismo dejaría de actuar verdaderamente como disparador, y en la práctica el ejercicio entonces se reduciría a generar un escrito casi sin ninguna restricción, casi sin ninguna orientación asignada.

Ahora bien, cuando el texto impuesto es bastante largo, como el que se sugirió tomar para este ejercicio en la sección “W2”, los compromisos para el escritor ciertamente son bastante mayores, y sus elucubraciones y sus inventos correspondientemente deberían ser ellos muy estudiados, muy cuidadosos, muy esmerados y meticulosos.

Desde aquí invitamos a los eventuales lectores a leer un par de veces el contenido de la ya citada sección “W2”, a efectos de tenerlo bien presente.

Los personajes allí aludidos son bastante numerosos, y para tenerlos bien identificados y a la vista, los enumeraremos a continuación.

En primer lugar debería mencionarse a Leticia Arbeleche, quien a todas luces debería ser el personaje principal de la obra. En lo ya escrito, función de cierta relevancia cumple también Don Julián, Gerente General de la empresa. La actuación de Don Julián podría ser relevante o no en la segunda parte de la historia, según lo que decida el escritor, según que lo que se narre trate de la actuación de la protagonista fuera de la empresa o dentro de la misma.

Luego, en el texto impuesto, también se mencionan varios otros personajes refiriéndose a ellos por sus respectivos nombres de pila. Y ellos son: (a) Mercedes, compañera de trabajo de Leticia, quien supuestamente compite con ella para el cargo vacante. (b) Juárez, anterior Gerente de Ventas, ahora presuntamente jubilado, o al menos renunciante al cargo por voluntad propia. (c) Marta, Secretaria de Don Julián. (d) Matilde, esposa de Don Julián. (e) Manuel, esposo de Leticia y padre de los niños. (f) Beatriz, vecina de piso de Leticia. (g) Lucía, empleada en la casa de Leticia.

Ahora bien, entre estos personajes sin duda Manuel está llamado a cumplir algún rol en la segunda parte del escrito, pues su especial relación con Leticia y sus varias intervenciones en el texto impuesto, en el texto dado como dato, así parece augurarlo y sugerirlo. El resto de los otros seis personajes tal vez puedan jugar algún rol en la segunda parte, o tal vez no; todo dependerá del enfoque y sensibilidad que fueren desplegados por el escritor.

Pero además de los mencionados, ciertamente hay también otros personajes que supuestamente son personajes de relleno en la historia, personajes secundarios o circunstanciales, pues ellos fueron aludidos en el escrito de la sección “W2” pero no por sus nombres de pila o por sus apellidos. Y estos personajes son los que se indican seguidamente: (1) Los compañeros de trabajo de Leticia. (2) Los hijos de Leticia y de Manuel. (3) La amiguita de Manuel. (4) El mensajero. (5) Los tíos abuelos de los hijos de Leticia. (6) Los abuelos de los hijos de Leticia. (7) El editor de la Editorial Pasos. (8) Un escritor nacional ligado a la Editorial Pasos.

Además de todos estos personajes, hay otros cuatro ítems a destacar, y ellos son los conflictos o elementos de cierta relevancia que fueron mencionados, y que por su orden son: (A) Las complicaciones de Leticia en el trabajo (posible ascenso de cargo, la competidora Mercedes). (B) Los problemitas de familia de Leticia (separación del esposo, rebeldía de los hijos). (C) Encuentro del objeto, y posibles poderes mágicos del mismo. (D) Posibilidades de Leticia como escritora (publicación de un cuento, posible ulterior publicación de otros cuentos y/o de una novela).

Muy bien, estos son los ingredientes proporcionados, y que el escritor debería tener en cuenta para narrar la segunda parte de la historia, la que supuestamente no debería ser excesivamente extensa y complicada, puesto que de lo que se trata es armar un cuento y no una novela.

¿Cuáles son entonces las cosas que el escritor debería de cuidar de ahora en más, a efectos de escribir la segunda parte de la historia? ¿Cuáles son o podrían ser sus posibles elecciones?

En primer lugar, tratar de no introducir más personajes, o a lo sumo introducir alguno más, pero con gran prudencia. Se repite, se trata que la narración resultante sea un cuento y no una novela. El número de personajes ya es bastante elevado, contando personajes relevantes y personajes secundarios.

En segundo lugar, insistir con el asunto del amuleto, ya sea para confirmar sus poderes, ya sea para desmitificar al objeto. El talismán está referido en el título, y en el texto impuesto también es aludido en numerosas oportunidades. Imposible que este elemento sea dejado de lado en el complemento a escribir.

En tercer lugar, hay que pensar bien la orientación o estilo que se dará a la historia, y también hay que imaginar y delinear el mensaje subyacente que se tratará de transmitir a los lectores.

Muy bien, la importancia dada al talismán en el texto impuesto, hace pensar de inmediato en tratar de hacer un cuento en el género realismo mágico. Podría decirse que esta posibilidad ha sido servida en bandeja.

El escritor de estas líneas prefiere no obstante buscar otro enfoque, y tratar de desarrollar una historia en estilo realista, y como mensaje o conflicto principal, tratar de desarrollar un tema ético. La idea está en plantear a Leticia una situación tal, en la que ella se vea en la disyuntiva, en el dilema, en la obligación, de decidir entre devolver el talismán a su legítimo propietario o no hacerlo. Se quiere así que el cuento tenga cierto valor didáctico-moral.

En esta composición o estructuración de la trama, el escritor no necesariamente debería hacer que Leticia devuelva el talismán. Un cuento perfectamente puede enseñar con el ejemplo, o con el contraejemplo. De todas formas, en este caso se ha resuelto que Leticia se plantee ciertas cuestiones éticas y ciertas dudas sobre si devolver o no el objeto encontrado, pero después de una noche de insomnio finalmente se le hará decidir su devolución, con el argumento de que ella se da cuenta que es más importante vivir la vida con la cabeza en alto, sin remordimientos, que hacerlo tal vez con riquezas y honores, pero con un proceder deshonesto a cuestas. Además, hay que tener en cuenta que en la mayoría de los casos las mentiras tienen patitas sumamente cortas, y las deshonestidades y trampas también.

Muy bien. El otro aspecto importante en un cuento es el manejo de la tensión, del suspense. En el texto impuesto como comienzo, el tratamiento de esta cuestión ha sido impecable. Deberá tratar el escritor de continuar en esta misma línea, pues caso contrario se corre un gran riesgo de generar un escrito insulso, amorfo, mediocre, de poco interés.

Y aquí, quien escribe estas líneas piensa que es oportuno recordar a dos grandes artistas rioplatenses: (1) Joaquín Torres García; (2) Julio Cortázar.

Sin duda Joaquín Torres García fue un notable artista, un gran pintor uruguayo, pero por encima de todo también fue un gran docente. Y sus obras trataban de ser buenas para el disfrute, pero también trataban de ser obras didácticas, obras que sirvieran de guía a los pasantes que se integraban a su taller y que allí hacían su práctica.

La veta docente de Julio Cortázar está tal vez más disimulada, porque él no se rodeó de discípulos. Cortázar enseña a través de sus creaciones, o sea en forma indirecta, aunque sin duda no fue un docente activo, un docente de campo.

Para un mejor desarrollo de esta cuestión, tomemos para un análisis más detallado la obra de este escritor argentino titulada “Cartas de mamá”. Para quien escribe estas líneas, este cuento es muy didáctico para los escritores principiantes, por ejemplo en lo que se refiere al manejo de la tensión, a la maestría desplegada por el creador para siempre mantener en alto el interés del lector por continuar la lectura de la obra. Y por otra parte, este cuento también plantea un final de tipo abierto, muy abierto, y con ello el artista también está dictando cátedra.

Por lo demás, este cuento de Cortázar no tiene muchos más elementos de destaque. Este escrito es de tipo realista, y puede ser interpretado en sentido realista.

Sí, es cierto, en alguna medida allí se plantea el tema de quienes deben emigrar por razones familiares o políticas o económicas. Sí, es cierto, en esa narración también hay una problemática ética. Sin embargo Cortázar no desarrolla estas vetas en forma especial, aunque podría haberlo hecho. Y el final tan abierto y pleno de muy distintas posibilidades, contribuye a diluir aún más estos dos elementos o filones.

¿Por qué este grande de la literatura latinoamericana hizo esto?

En opinión de quien escribe estas líneas, lo hizo para no entreverar al lector, para no distraerle. Así, las cosas centrales de “Cartas de mamá” son el manejo de la tensión, y el final abierto, y un aprendiz de escritor muy atento de este cuento, por imitación podría así aprender a manejar estos elementos.

¿Qué se propone entonces para completar la historia del talismán?

Lo que desde aquí se sugiere es continuar la narración con un estilo realista, tratando que el manejo de la tensión sea parecido al que Cortázar imprime en muchos de sus cuentos, y en particular en “Cartas de mamá”.

El final del cuento será entonces de tipo abierto, porque así, varios eslabones sueltos dejados en la primera parte del escrito, como ser nombramiento de Leticia para el nuevo cargo, reacción de Mercedes, desempeño de Leticia como Gerente de Ventas, enigmas planteados por la moneda que en realidad es una medalla, etcétera, podrán no ser desarrollados en forma especial, quedando ellos en la nebulosa del final abierto, del desenlace ambiguo.

¿En qué se pondrá énfasis en la segunda parte del escrito?

Se desarrollarán particularmente los asuntos vinculados con la devolución del talismán, y con los problemas éticos de Leticia.

Además, hay otro aspecto que no debería dejarse de lado. Leticia escribe cuentos y otros escritos de ficción, así que esto también podría ser central en la segunda parte.

La idea que desde estas líneas se sugiere desarrollar, es imaginar que hacia el final de la historia Leticia pudiera ser entrevistada en un programa de televisión, preguntándosele allí por la novela que ha escrito y que será publicada al siguiente año. Y respecto de este asunto Leticia respondería contando por ejemplo que es la historia de dos hermanos, que son muy compañeros. En esa novela se describen por tanto las andanzas de estos dos personajes, en la escuela primaria, en el secundario, en el club, luego el distanciamiento de los hermanos debido a que pretenden a la misma adolescente, y luego el reencuentro de los hermanos superando esta circunstancial diferencia surgida por sus pasiones juveniles. El lector de estas notas seguramente podrá encontrar cierta similitud entre la trama de la novela supuestamente escrita por Leticia, y la trama del cuento “Cartas de mamá” que antes fuera mencionado. Note el lector los distintos e interesantes planos que así pretenden insertarse en este cuento titulado “El encuentro del talismán”: el propio cuento considerado en su globalidad, el supuesto cuento escrito por Leticia y que fuera incluido por la Editorial Pasos en su Antología de autores nacionales, la novela también escrita por Leticia, y el ya mencionado cuento de Julio Cortázar titulado “Cartas de mamá”.

Y para el cierre del cuento titulado “El encuentro del talismán”, el entrevistador podría sugerir o pedir a Leticia que dijera algo sobre el cuento de su autoría que ya fuera publicado. Leticia entonces podría decir que no corresponde hacerlo en ese momento, y entonces invitaría a los televidentes a comprar la Antología publicada la Editorial Pasos, donde se recogen varios cuentos de autores nacionales, entre ellos el suyo propio titulado “El talismán”. Así, con este final se pretende jugar con los tiempos y con los espacios, tal como Julio Cortázar lo hace por ejemplo en “Continuidad en los parques”, donde alguien lee una novela policial cómodamente sentado en un sillón, y donde en la novela se está planificando cometer un crimen, y cuando ya se está a punto de realizar ese violento acto, se dan indicios señalando que la víctima es precisamente un hombre sentado en un sillón y que tranquilamente está leyendo una novela. Allí ese gran escritor argentino juega con el espacio y con el tiempo. El tiempo de lineal pasa a cíclico. Y en el espacio se salta de un plano a otro, y en el espacio se salta del supuesto plano de la realidad al de la trama de un cuento de ficción.

Bueno, pero si ya se tiene definido el comienzo y el final de un cuento de ficción, solamente haría falta desarrollar la trama con buen manejo de la tensión.

Y la trama que propone quien escribe estas líneas para el presente ejercicio, es la que resumidamente se indica en los siguientes párrafos.

Leticia va a la parte vieja de la cuidad con la moneda cocida y oculta en su chaqueta, y con fotos de la moneda sacadas con una máquina digital. Y además, lleva una historia falsa preparada para decir al anticuario o al eventual encargado de la sección numismática. Su padre está en silla de ruedas, y su pasatiempo es la numismática y la filatelia. A través de Internet alguien le oferta una colección de sellos postales, así como el objeto cuya foto ella lleva (que es el talismán, que es el objeto que ella encontró en el parque). Y como su padre se desconcierta por algunas de las cosas que le dice el vendedor, por precaución envía a su hija (o sea a Leticia) a averiguar el posible interés del supuesto valioso y raro objeto (el talismán).

La primera persona que Leticia interroga al respecto, el primer anticuario a quien la protagonista cuenta esa historia inventada, le dice de plano que desconfíe, que eso debe ser una estafa planeada, como tantas que se apoyan en Internet para ocultar identidad. En resumen, le aconsejan no aceptar la supuesta oferta del internauta, y además el comerciante le dice que el objeto de la foto no debe ser una moneda sino una medalla, y que aunque sea antigua probablemente tiene poco valor. En resumen, el comerciante se interesa muy poco por el supuesto talismán, y en apoyo de su teoría del fraude, le muestra un anuncio muy destacado que estaba saliendo en la prensa desde hacía varios días, y donde se indicaba que se había perdido un objeto, dando allí señales sobre el lugar donde se lo había extraviado y sobre el objeto mismo, y ofreciendo recompensa a quien lo devolviera. Leticia se da cuenta entonces que en el anuncio se está pidiendo la medalla que ella tiene, o sea el supuesto talismán.

¿Qué es lo que Leticia hace entonces?

Compra el periódico del día en otro comercio, encuentra ese anuncio, y lo lee detenidamente. Se convence que están pidiendo que devuelva el supuesto talismán en su poder. Decide entonces darse un tiempo para resolver qué hacer. Pasa toda esa noche en vela pensando y pensando. Y bien de madrugada se levanta, se enfrenta al talismán, y le pide que ilumine sus pensamientos (elemento éste solamente introducido para aumentar la tensión y ahondar el misterio). Aparentemente el amuleto no le contesta nada, y finalmente Leticia vuelve a la cama y se duerme. Pero durmiendo tiene una pesadilla, donde se le plantean con claridad los problemas éticos y morales involucrados con este asunto, y se le ordena devolver el talismán.

Leticia entonces despierta impactada y nerviosa por lo que acaba de soñar, y ciertamente ya muy resuelta a devolver el talismán, pero como tiene un poquito de miedo, decide llamar al teléfono indicado en el anuncio, pero no desde su casa, sino desde su trabajo (nuevo elemento para prolongar el misterio y transmitir tensión al lector; el miedo de Leticia y su ansiedad ante lo que le pueda ocurrir, puede que se transmita al lector que a estas alturas de la historia probablemente está identificado con Leticia).

Finalmente, a las once de la mañana llama y avisa a quien le responde que tal vez tenga el objeto que en el anuncio se reclama. Dada la hora, quien responde (voz de hombre), la invita a almorzar y le dice que la pasará a buscar. Por prevención y para aumentar un poco más la tensión del lector, Leticia responde que prefiere ir en taxi y que por tanto tomará nota de la dirección del restaurante.

A las 12y30 Leticia llega al lugar de la cita, y de inmediato muestra la medalla al hombre, que pongamos por caso se llama Alan. El hombre confirma que es el objeto que andaba buscando, invita a Leticia a escoger lo que quiera para almorzar, y con señas llama a un hombre que tiene apariencia de chofer, le da la medalla, y le dice que de inmediato se la lleve a su padre.

El almuerzo se desarrolla sin sorpresas, para bajar así el nivel de la tensión y del misterio. El hombre cuenta la procedencia de la medalla, que fue encontrada en la tumba de un alto funcionario egipcio, que en su momento sirvió al faraón Ramsés II, tumba encontrada recientemente y relativamente próxima a la pirámide del gran faraón. Informa además a Leticia que su padre es historiador y muy supersticioso, y viéndose ahora muy enfermo, pidió al hijo que fuera a Egipto a comprarle esa medalla en particular, pues supuestamente era un talismán que podría salvarle la vida. El hijo cumplió el pedido, pero cuando iba a entregarle el talismán a su padre bien temprano en la mañana y viniendo directamente desde el aeropuerto, lo perdió en el lugar donde Leticia lo encontró.

En eso suena el celular de Alan, y quien le habla es su chofer, transmitiendo que el padre de Alan quiere agradecer personalmente a su salvadora por la devolución del talismán. Leticia accede a ir a ver al hombre, pero como buena mujer pone algunos reparos, pero al final acepta.

Al poco rato Leticia y Alan van a la casa del padre de Alan en una lujosa limusina (esto es un cuento, y en él no vale la pena escatimar en detalles de lujo).

Llegan a la casa, y se trata de una mansión enorme y muy lujosa. La entrevista con el padre de Alan no plantea misterios o hechos especiales. Luego Alan lleva a Leticia a su domicilio para que la mujer allí se encuentre cuando lleguen los niños del colegio. Y en el camino le indaga sobre su situación familiar, y finalmente, comprobando que es mujer separada, Alan invita a Leticia a cenar esa noche. Leticia insiste que no corresponde, que Alan no tiene obligación ninguna, pero al final, rendida por los encantos de Alan que es muy apuesto, dice que sí.

Al llega a la casa, de inmediato Leticia recibe una llamada de Manuel que también la invita a cenar, invitación que debe rechazar indicando que está muy cansada (mentira piadosa de mujer). Concluida la conversación con su esposo, casi en seguida llegan los niños del colegio, y luego otro timbrazo. Es de nuevo el mensajero que antes había venido, trayendo ahora otra carta de Editorial Pasos. El mensajero se liga otro billete de cincuenta pesos, que agradece efusivamente con reverencias y exagerados ademanes.

En esta nueva carta de la Editorial Pasos, le informan a Leticia que su novela también había sido aprobada para publicación, y que al día siguiente ya está fijada una entrevista en televisión para promocionar ese libro. La casa editora ya le seleccionó vestido en una casa de alta costura, y solamente hace falta que ella vaya a probárselo para hacer los ajustes que pudieran corresponder. También le enviarán peluquera a su domicilio, así como una limusina que a la noche irá a buscarla, pues por un problema de imagen, debe llegar y salir en limusina de los estudios.

Esa noche finalmente cena con Alan, y durante esa agradable velada ella le confiesa al hombre que al día siguiente tendrá una entrevista en televisión en promoción de su novela, y entonces Alan pide permiso para ir a los estudios a verla, cosa que Leticia no puede negar.

Al día siguiente se detallan las corridas de Leticia en los preparativos, tratando de poner acento en alguna arista graciosa o divertida. Por su parte los hijos de Leticia piden ir a los estudios con la madre y eso también se arregla. Y ese día los niños no van a la escuela, para así acentuar el aire de fiesta en el marco narrativo, el que con algo de suerte también será transmitido al lector.

A la noche Leticia y sus hijos llegan en limusina a los estudios televisivos, corridas de periodistas por varias partes, cámaras de televisión que enfocan al descubrimiento del año de la Editorial Pasos, etcétera, etcétera.

Aún fuera del aire, Leticia recibe instrucciones sobre cómo manejarse ante cámaras, hay público en el estudio, y los hijos van a saludar al padre a las gradas. Ciertamente, los niños habían avisado a Manuel sobre lo que se estaba gestando, así que el esposo de Leticia también está allí. Los ayudantes de estudio piden a los presentes en las gradas que los familiares y amigos de Leticia Arbeleche se sienten en primera fila, y naturalmente allí concurren Manuel y Alan, quienes se miran uno al otro un tanto desconcertados. Con estos dos hombres que se están disputando a Leticia, se cargan un poco las pilas de los lectores, poniéndole un poco de romanticismo a la historia. Naturalmente, el final abierto de la historia deja sin definición cuál de los dos hombres será el elegido a la postre por Leticia.

Bueno, finalmente se ajustan las últimas menudencias, se encienden todas las luces para bien iluminar el escenario, y las cámaras comienzan a grabar. Se hace la presentación de Leticia, de sus dos hijos, y del Director de la Editorial Pasos. Y luego se invita a los niños a ir a las gradas junto a su padre y a los amigos, y al esto hacer las cámaras siguen a los chicos y enfocan también a los dos hombres.

Y ya está, lo principal de la trama ya fue indicado, y el final también fue descrito anteriormente, así que solamente faltan detalles.

Al escribir, el escritor hará bien en tratar de enfrentar o de poner en paralelo los dos problemas éticos principales que se le plantean a Leticia, a saber primero la devolución del talismán, y luego la elección entre los dos hombres (que en el cuento quedará indefinida).

Por cierto, hay detalles menores que deberán ser ajustados, pero ciertamente ello no es algo que ofrezca demasiadas dificultades. Y en cuanto al tratamiento de la tensión, habrá que seguir los lineamientos que aquí fueron expresados. Especial esmero y cuidado habrá que tener con el planteo de los dos planos, del supuesto real en la historia titulada “El encuentro del talismán”, y del supuesto ficticio en el cuento llamado “El talismán”, historia esta última que la Editorial Pasos seleccionó y se encargó de publicar, y de la que se dice es autobiográfica, para así poner más en evidencia la posibilidad de un tiempo cíclico, para así poner más de relieve la posibilidad de estar enfrentándose a un cuento en cuyo interior se hace referencia al propio cuento.

Hecha esta larga introducción, se invita al lector a continuar el cuento presentado inconcluso en la sección “W2”, siguiendo los lineamientos sugeridos en esta sección “W3”, o bien desarrollando cualquier otro enfoque que pudiera ser de interés.

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