domingo, 12 de abril de 2009

La propia creación literaria sirve muy mucho para consolidar la propia cultura


Los personajes son los seres que intervienen en una trama, o en una descripción, o en una crónica. Estos seres pueden ser personas más o menos comunes y corrientes (conocidas o desconocidas), y también pueden ser dignatarios relevantes y científicos cualificados (reales o ficticios), y también pueden ser animales, o figuras mitológicas o legendarias, o dioses, o incluso plantas, objetos, o seres sobrenaturales o simbólicos a los que se les atribuyen características y acciones diversas.

Una obra literaria puede ser autobiográfica, o al menos puede transmitir con mucha precisión un entorno real conocido por el autor (hacer lo que se llama una pintura de época y lugar, un fresco de época y lugar, una descripción fidedigna de estructura social y de relaciones sociales ajustadas a tiempo y lugar). Y por cierto esto no tiene porqué estar mal. Y por cierto esto no tiene nada de malo. Existen excelentes escritos literarios de este tipo que han alcanzado gran fama y reconocimiento.

En el acierto o en el error, del colombiano Gabriel García Márquez y del peruano Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, algunos han dicho que es muchísimo más importante el aporte que ellos han hecho como cronistas y como narradores autobiográficos que como escribidores literarios.

Aunque la obra literaria pueda ser de ficción, en muchos casos el escritor ciertamente se proyecta de alguna forma en la misma, (1) ya sea pensando que el narrador es el propio escritor, y por tanto midiendo las diferentes situaciones según su propia escala de valores y sus propias reglas de conducta, (2) ya sea atribuyendo a tal o cual personaje sentimientos propios, o habilidades propias, o costumbres propias, y aún cuando la supuesta idiosincrasia de algunos de estos personajes pueda diferir de la suya propia en otros variados aspectos. Y obviamente este encare, este enfoque, esta forma de escritura, este modo de creación, ciertamente tampoco tiene porqué estar mal, ciertamente tampoco tiene nada de malo.

Ahora bien, cuando el escritor se limita a escribir sobre lo que a él mismo le ha ocurrido o sobre lo que él ha observado en su entorno, o cuando con insistencia atribuye muchas cualidades propias a sus personajes de ficción, o cuando insiste en generar escritos que más o menos directamente reflejan su propia manera de pensar, ciertamente así se está claramente constriñendo y restringiendo en las temáticas, en los enfoques, y en los mensajes, lo que por lo general le impide referirse a temáticas muy alejadas de sus propios intereses, y/o lo que por lo general le impide o le dificulta transmitir mensajes y sentimientos con los que en su fuero íntimo no concuerde.

Un buen actor no se debe limitar a repetir los diálogos propuestos en la obra, sino que debe meterse en el personaje, tratando de pensar y de sentir como él, y sobre tablas incluso tratando de hablar y de moverse como realmente lo haría una persona con similar perfil psicológico y cultural.

Y por el bien de la actuación, y por el éxito y reconocimiento de la puesta en escena, este enfoque debe llevarlo el actor tan lejos como pueda, aún luego de bajar del escenario, y tanto en los ensayos, como en los momentos de descanso junto a otros actores, y en parte incluso en su propia vida de relación.

Cierta vez un periodista preguntó a una actriz brasileña cuál había sido el mejor elogio profesional que le hubieran hecho. Y la actriz relató que cierta vez, cuando ella participaba en una telenovela personificando a una mujer de barrio que era sumamente perversa y mezquina incluso con sus propios familiares, le ocurrió que una televidente la reconoció en la calle, y que sin meditarlo le insultó y le pegó una bofetada, por lo mala y avariciosa que ella era. Al margen de esta jugosa anécdota, indudablemente puede concluirse que esa actriz era muy buena en su profesión, y cuando actuaba lograba transmitir la personalidad que encarnaba con extraordinario realismo.

Y en más de un aspecto un escritor debería poder involucrarse y encarnarse de una manera similar con cada uno de los personajes de sus obras, o al menos con los personajes más importantes de las obras que imagina y que escribe. Un escritor debería tener la capacidad y la ductilidad de poder sentir y pensar de la misma forma que cada uno de los personajes que integran su paleta literaria. Un escritor debería tener la habilidad de ponerse dentro de la piel de sus distintos personajes, y de pensar según los puntos de vista de ellos. Un escritor debería tener la destreza de poder caminar con los zapatos de sus personajes. Pues caso contrario un escritor reflejaría en sus obras personajes falsos y acartonados, poniendo en boca de un niño modos de habla y formas de pensamiento propios de los adultos, atribuyendo delicadezas y gentilezas en personas que supuestamente son intrínsecamente perversas y avaras, permitiendo el uso de un vocabulario erudito a quienes supuestamente tienen muy poca instrucción y cultura, y en definitiva atribuyendo a los personajes acciones que no concuerdan con sus respectivas psicologías, con sus respectivos modos de sentir, con sus respectivas idiosincrasias.

Y con toda evidencia un escritor no adquiere de la noche a la mañana esta señalada cualidad de poder pensar como sus personajes de ficción, pues ello requiere práctica, pues ello requiere oficio. Y esta habilidad en muchísimos casos no es un don natural, sino que se logra con transpiración, con constancia, y con ejercicios dirigidos, pues así junto a la práctica irá desarrollando diferentes trucos y diferentes estrategias de presentación y enfoque, que son los que en definitiva hacen a los buenos escritores.

Un escritor debe habituarse a poder utilizar cualquier cosa como disparador o como inspiración de un escrito, aunque sea algo absurdo, aunque sea algo intrascendente, aunque sea algo fantasioso, aunque sea algo que se le propone por capricho, y aunque ello no concuerde con su propia manera de pensar o con sus intereses.

Y los posibles ejercicios dirigidos a los que recién hicimos referencia ciertamente pueden ser ellos múltiples y muy variados. Son muchas las formas y los recursos que podemos poner en práctica en estos experimentos. Y en mayor o menor grado así el escritor puede ir mejorando sus capacidades y sus habilidades de expresión y presentación.

Estos ejercicios dirigidos obviamente pueden ser muy útiles para los aprendices de escritores, para los que han escrito poco o para los que hace mucho que no escriben. Luego de adquirido cierto dominio en cuanto al manejo de las formas y de los contenidos, la propia práctica de la escritura en aquellos proyectos seleccionados y retenidos por los autores, permitirá mantener en forma al escritor que todos llevamos dentro, y le hará avanzar cada día más.

Por lo general los escritos de ficción tienen ellos una trama, o sea una sucesión cronológica de hechos, los que pueden tener mayor o menor relevancia, mayor o menor interés, mayor o menor coherencia, mayor o menor interferencia unos con otros, y los que pueden tener pocas interpretaciones o muchas interpretaciones. Y de las narraciones así logradas a veces pueden extraerse conclusiones, mensajes, enseñanzas, moralejas, preceptos, normativas y conductas a seguir.

Pero por cierto un buen escritor no solamente debería ser capaz de concretar este tipo de obras, sino que también debería ser capaz de escribir una simple descripción, ya sea de un personaje, ya sea de una foto de familia, ya sea de un simple escritorio, ya sea de un pasaje corto de un film, ya sea de la escenografía de una obra de teatro, ya sea de una foto de una revista, ya sea del dormitorio de sus padres, ya sea de una pintura famosa. Y esto hacer tratando de ceñirse exclusivamente a la descripción, y sin insertar la misma dentro de una trama o de un argumento.

Un buen escritor también debería ser capaz de elaborar un ensayo, o sea de desarrollar un escrito discursivo y argumental que trate un tema específico (humanístico, filosófico, político, financiero o económico, social, cultural, común y cotidiano, etcétera). El tema retenido podría ser más o menos general y amplio, o más concretamente podría involucrar a una obra artística o a una persona o a una institución o a un período histórico. Y en el escrito el autor podría presentar y defender sus propios y personales puntos de vista, aunque también podría exponer y analizar ideas de otros y teorías de otros. Y en cuanto a los aspectos estructurales, ciertamente estos escritos son de formato libre, aunque convendría que en los mismos se reflejara una impronta personal, una voluntad de estilo.

Un buen escritor también debería ser capaz de decir algo o de intuir algo de una persona, aunque ello fuera vago, impreciso, y en alguna medida arbitrario, con el único recurso de que se le mostrara una foto de su escritorio de trabajo o de su dormitorio. Un buen escritor también debería ser capaz de olfatear algo o de presentir algo partiendo de detalles mínimos relativos a la forma de vestir o de proceder de una persona, y así concluyendo ciertas cosas sobre su probable idiosincrasia, sobre sus hábitos y costumbres más plausibles, sobre sus posibles inclinaciones y preferencias, sobre su posible profesión.

Y si por ejemplo se usa una foto como disparador de una historia, el escritor debería tener la capacidad suficiente como para ensayar diversas posturas, como para ensayar diversos niveles de involucramiento, todos terminando en la escena que se propone como fuente de inspiración.

Así, un caso podría ser imaginar una situación en la cual el propio escritor es uno de los personajes. Otro caso podría ser cuando el escritor se identifica con el narrador omnisciente y omnipresente, ya que así de hecho transmite y transfiere al escrito su propia escala de valores. Otro caso se da cuando el escritor trata de pensar y de sentir como si él fuera uno de sus personajes, enfocando la historia desde este particular punto de vista. Y el caso en el que el escritor en lo personal se involucra menos y por tanto transporta menos cualidades propias al escrito, sería cuando se identifica de tal manera con uno de sus personajes, que en su fuero íntimo se convence que realmente es ese personaje, y lleva esto con mucha constancia y hasta sus últimas consecuencias a lo largo de toda la obra. Y un buen escritor esto último debería poder hacer no solamente cuando el personaje es humano (aunque eventualmente no fuera de su mismo sexo o no tuviera su misma inclinación sexual), sino también cuando el personaje es la encarnación de una virtud, o cuando el personaje es una mosca, o una sabandija, o cualquier otro ser que camina o nada o vuela.

Como ilustración de este último enfoque y como ejemplo, bien podría citarse al escritor checo-judío Franz Kafka Löwy (julio 3 de 1883 – junio 3 de 1924).

Muchas de las obras de este autor presentan descripciones muy detalladas y visionarias de la realidad, y por momentos muchas de ellas son delirantes y surrealistas.

Por ejemplo, en “La metamorfosis” (“Die Verwandlung”, 1915) se presenta una situación misteriosa en la que un joven se ha transmutado en un insecto inmundo y asqueroso, por lo que el personaje necesariamente debe aislarse, debe esconderse y alejarse del mundo social, debe manejarse en soledad.

Las situaciones y las escenas se describen allí con mucha fuerza y crudeza, y con intensidad y pasión abrumadoras. Y la fuerza del lenguaje es tan realista, que en cierta medida terminan por convencer al lector de la factibilidad de lo que se cuenta.

Por cierto que esta obra es una narración fabulada que claramente alude a la incomunicación humana, aunque como viene de indicarse, la fuerza de las descripciones y de los diálogos allí presentados hacen que en alguna medida el lector se deje atrapar por ellos y se involucre fuertemente, siguiendo las alternativas de la historia como si ella fuera realista, y riéndose o conmoviéndose según las peripecias y las situaciones que allí se narran.

Por ejemplo, para referirse a la condición de aislamiento social extremo a la que se enfrentaba el personaje, posiblemente hubiera bastado indicar que éste decidió no salir más de su dormitorio a pesar de ser un viajante de comercio, y que incluso allí se hacía llevar la comida para no tener que salir ni de la casa ni de su propio cuarto. Pero no, en “La Metamorfosis” el autor insiste en dar detalles, diciendo que el insecto humano se escondía e intentaba camuflarse debajo de un canapé o debajo de una sábana, y que intentaba encontrar otros escondites, tal como lo harían muchas mascotas en situación de peligro o de incomodidad.

Ya que de hecho hemos hecho este desvío temático para referirnos a este notable escritor que a pesar de ser checo escribió exclusivamente en idioma alemán, vale la pena decir algo más sobre la obra antes aludida, para así poder explicar mejor lo dicho un par de párrafos más arriba.

En “La metamorfosis” el autor narra las peripecias de Gregorio Samsa, un simple viajante de comercio que cierto día despertó con su cuerpo convertido en el de un monstruoso insecto, aunque aún podía pensar como un humano y recordar su pasado, y aunque aún podía hablar como un humano (aunque con muchísimas dificultades).

Por cierto y como ya se dijo, el realismo de ciertas descripciones escritas por Franz Kafka en esa obra son dignas de destaque, tal como puede observarse en los pasajes transcriptos en las siguientes líneas.

<< Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantener el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo.

<< Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó.

<< Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.

<< Sintió en el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama, para poder levantar mejor la cabeza. Se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una de sus patas, pero inmediatamente la retiró, pues el roce le produjo escalofríos.

El escritor también sitúa preocupaciones típicamente humanas y mundanas en las situaciones que se describen, y en los pensamientos de ese hombre metamorfoseado.

<< El apoderado tenía que ser retenido, tranquilizado, persuadido y, finalmente, atraído. ¡El futuro de Gregorio y de su familia dependía de ello! ¡Si hubiese estado aquí la hermana! Ella era lista; ya había llorado cuando Gregorio todavía estaba tranquilamente sobre su espalda, y seguro que el apoderado, ese aficionado a las mujeres, se hubiese dejado llevar por ella; ella habría cerrado la puerta principal y en el vestíbulo le hubiese disuadido de su miedo.

Los escritos de Franz Kafka en mayor o menor grado se refieren a la lucha espiritual del individuo que desesperadamente busca un lugar en la sociedad, pero que es rechazado una y otra vez, por lo que termina sintiéndose frustrado, aislado, solo, desesperado, desterrado, angustiado, y con gran desasosiego. Las obras de este escritor checo-judío presentan una sociedad paradójica, contradictoria, refractaria, injusta, misteriosa, difícil de entender o de predecir, y en donde las personas se desenvuelven con dificultades diversas y casi como autómatas, como títeres, como juguetes del destino. Las obras de este autor en buena medida son autobiográficas, ya que en ellas se reflejan los propios sentimientos de Kafka, sus propias frustraciones, sus propios conflictos familiares, sus propios aprietos en su vida de relación. Véase la similitud entre Kafka y Samsa, sin duda pistas dejadas expreso por el escritor.

En lo expresado hasta aquí, seguramente el lector atento podrá encontrar inspiración suficiente como para improvisar él mismo una serie de interesantes y motivadores ejercicios a integrar en un personal taller de práctica literaria.

Y para quienes en este sentido fueran más haraganes, a continuación se describen y proponen diversos ejercicios dirigidos, los que en alguna medida recomendamos a los lectores que hagan el esfuerzo de hacer por su cuenta y en forma independiente. Además de aquí dar una descripción del ejercicio en sí mismo y de su objetivo, más abajo también se ensayan las respuestas que supieron obtener los autores de estas notas.

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