domingo, 12 de abril de 2009

Un hombre /133/ (b3)

Como vestía de negro y era muy delgado, de lejos en cierta medida hacía pensar en Fúlmine. Sin embargo, esta primera impresión en cuanto a su personalidad rápidamente podía ser desechada una vez que se hablaba con él.

Parecía tener la sonrisa a flor de labios. Y por momentos se reía sinceramente, aún cuando la situación no lo ameritara en forma expresa. Su sonrisa no solía ser estridente, pero bien se le marcaba en su rostro.

Su sonrisa y su alegría de vivir solamente desaparecían cuando le contaban una desgracia… La enfermedad de alguien… Un robo o un copamiento… Un mal giro de los negocios… Un incendio… Un accidente automovilístico… El fallecimiento de un amigo o de alguien conocido…

En esas ocasiones su rostro se ensombrecía, y fruncía el ceño manifestando sincera preocupación e interés. En esas ocasiones siempre solicitaba ampliación de detalles, como queriendo saber más, como queriendo conocer los pormenores que provocaron el desenlace no esperado, como queriendo averiguar de qué forma él mismo podría ayudar.

Siempre tenía una palabra de aliento, de consuelo, de esperanza. Siempre se ofrecía para lo que fuera. Siempre estaba a la orden y bien dispuesto. Y cuando alguien le contaba uno de esos acaecidos que ensombrecían el alma, siempre remataba sus comentarios con una alusión a la divinidad, expresando respeto y temor por el ser supremo, y expresando ignorancia respecto del destino y respecto de los misterios de la vida.

En el tiempo que él frecuentaba nuestras reuniones familiares ciertamente ya tenía algunos años encima, aunque aún conservaba agilidad y vitalidad. Era alto y delgado. Y casi siempre se le veía con un hábito negro muy holgado, como si le quedara grande.

Su rostro era especialmente flaco de carnes, y su cara alargada. Ello permitía que sus sentimientos se reflejaran muy claramente en su semblante, especialmente cuando estaba alegre o cuando manifestaba preocupación o contrariedad. Su nariz era prominente y sus facciones rectilíneas, lo que en parte evocaba algún retrato de algún pintor francés o italiano del siglo XIX, que alguna vez hubiéramos podido observar en algún museo o en algún libro.

Cuando hablaba o cuando reía mostraba su dentadura más que otras personas, lo que junto con su delgadez y su muy acentuada calvicie, sin duda le daba una apariencia extraña y misteriosa, como de persona enferma, o como de personaje de ultratumba.

Sabía escuchar, aunque de vez en cuando también hablaba de sí mismo, especialmente cuando le preguntaban. Su niñez alegre y despreocupada en la hacienda. Sus locuras y sus travesuras de esa época ya pasada. Sus vagos recuerdos de la llamada “Guerra Grande”, lo que entre otras cosas despertó su simpatía por el Partido Nacional y por la divisa blanca. Luego su establecimiento definitivo en la capital departamental, y sus primeros pasos como integrante del grupo de juventud del recién citado partido político. Años más tarde su traslado a Montevideo y su ingreso al Seminario. Y al fin su ordenamiento como sacerdote católico. Sus tareas en la catedral metropolitana, en la ciudad vieja montevideana. Su vida rutinaria y sus pequeñas alegrías.

Recuerdo a Felipe con mucha simpatía y con profunda nostalgia. Sin duda fue una persona muy especial, que me marcó y que influyó enormemente sobre mi personalidad. Era un tipo macanudo. Murió de viejo en el Hogar Sacerdotal.

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