viernes, 10 de abril de 2009

Viviendo para otros (o3)

<< Mariana se miró al espejo como cada mañana. Las orejas eran producto de una noche de insomnio como cualquier otra, y el ritual de intentar cubrirlas se repetía.

<< Las ideas que circundaban su mente eran las que a cada rato galopaban desde que fue capaz de retener momentos en su memoria. Pero esta vez, la velocidad y la claridad con que aquellos pensamientos atizaron, fueron el motor que incitó a Mariana a definitivamente llevar a cabo su plan.

Siempre la habían reprimido. Siempre la habían subestimado. Siempre la habían contrariado. Siempre o casi siempre la habían aconsejado en sentido contrario al que ella se pronunciaba. Y desde su cajón de recuerdos parecía como que esto hubiera padecido desde siempre, aún durante la niñez, y casi casi aún cuando estaba en la panza de la madre.

A su mamá había confiado sus ideas y sus inquietudes más o menos desde que había comenzado a ir a la escuela, y respecto de su gran proyecto, si bien su progenitora no la había hecho sentir ridícula o incómoda, tampoco la había secundado o incentivado respecto de la ejecución de ese plan, aduciendo que el problema seguramente se iría corrigiendo con el correr de los años.

Ya siendo señorita se atrevió a hablar de esta cuestión con su padre en dos diferentes oportunidades, y el rechazo del hombre fue tan radical y total, que asustada nunca más trató este tema con él.

Luego se ennovió. En el pueblo era bien visto que las señoritas se ennoviaran desde bien jovencitas. El novio le gustaba pues sin duda era muy buen mozo y muy galante. Mariana era sumamente coqueta, y mucho cuidaba su aspecto personal, sus modales, su forma de vestir, su forma de caminar y de sentarse. Entre las muchachas de la casa fue la primera que se maquilló, a pesar que no era la hermana mayor. Y de pequeña, cuando jugaba con las muñecas, siempre se las arreglaba para ella misma poder lucir una carterita y un par de guantes, y de vez en cuando hasta un sombrero.

Quienes frecuentaban la gran casona afirmaban que Mariana era la más linda de las cuatro hermanas, y aún así, a pesar de esos elogiosos comentarios, a pesar de esta opinión mayoritaria, internamente sentía que era la más fea de las cuatro.

En realidad tanto su padre, como sus tíos y tías por parte de padre, y como la prole que ellos habían tenido, en mayor o menor grado tenían todos ellos el inconfundible sello familiar. Todos tenían orejas grandes.

Sus tres hermanos por ejemplo con toda evidencia las tenían grandes, pero en realidad ese detalle no les quedaba del todo mal, pues eran varones. Y en el pueblo con sorna siempre se decía: «El hombre es como el oso, cuanto más grande y más feo se le ve más hermoso».

Sus otras hermanitas también tenían orejas grandes, aunque en realidad, por un detalle o por otro en ellas esta cuestión tal vez pasaba a un segundo plano.

La hermana mayor Delia ciertamente tenía orejas tan grandes como ella, pero como la cara de Delia también era muy grande y muy alargada, finalmente el conjunto no desentonaba tanto. Por otra parte los cabellos de Delia eran muy largos y muy bonitos, y con un buen peinado cualquier defectito pasaba más desapercibido.

La hermana Amelia era muy delgadita y muy menudita, aunque más bien carona. Con certeza la cabeza de Amelia era más bien grande en comparación a su cuerpito, y si bien sus orejas eran grandotas, también lo era la nariz y la boca y los ojos, así que en el conjunto finalmente las orejas no se destacaban en forma muy especial.

La menor de todas, la hermana Elvira, era muy delgada y muy alta, y sus orejas aunque eran un poco grandes tal vez también eran las más proporcionadas, así que respecto de este asunto no tenía un problema tan grave. Elvira sin duda era la que más suerte había tenido en la lotería genética.

Así que finalmente el defectito quedaba mucho más en evidencia en Mariana, lo que la hacía sentir el patito feo de la familia. ¿Tal vez tendría ella una oportunidad similar a la que el patito feo había tenido en el conocido cuento infantil? ¿Acaso podría ella transformarse en un cisne?

Cuando se casó esperaba pronto poder llevar a cabo su esperado proyecto, puesto que pensaba que el casamiento le proporcionaría libertad al alejarla del estricto yugo paterno. En realidad en este sentido ella se equivocaba, pues en su caso el cambio de estado civil solamente iba a representarle un cambio en la jefatura de mando. Ciertamente el estilo del marido era bastante diferente al de su padre, pues su compañero no era tan radical y brusco, sino que más bien intentaba convencer y persuadir aportando razones. Aún así, respecto del asuntito que a Mariana más le preocupaba, el resultado venía siendo el mismo: Padre y esposo, ambos se oponían con firmeza a que Mariana se hiciera operar las orejas por un cirujano plástico.

Pero ahora las cosas eran diferentes. Pero ahora su situación era otra. Su padre había fallecido de un sincope cardíaco a la edad de sesenta y nueve años, y casi una década más tarde su marido había enfermado también del corazón, lo que a la postre y en poco tiempo también le había provocado el fallecimiento.

Hacía ya casi catorce meses que Mariana era viuda, y aún se sentía joven y coqueta. Así que ya era hora de llevar adelante su siempre postergado plan.

En unos pocos días consiguió los datos de un cirujano que se especializaba en reconstrucciones faciales. Este profesional por cierto tenía su consultorio en Montevideo, como casi todo. El centralismo montevideano sin duda era muy pronunciado en Uruguay. En donde vivía, sacando las compras diarias y la atención en policlínica y en medicina general, poca cosa más podía resolverse. ¡Y eso que la ciudad donde había nacido y donde residía era una capital departamental!

Un par de semanas más tarde, Mariana ya estaba en Montevideo leyendo una revista en la sala de espera de ese profesional cirujano.

A la salida de la clínica Mariana estaba un poco decepcionada. En lugar de darle soluciones, en lugar de ofrecerle alternativas, el cirujano más bien se había orientado a hacerla desistir de su plan.

Que en realidad el defecto en su caso no era tan grave. Que sus orejas no eran grotescas o deformes sino solamente un poco grandes, pero bien conformadas dentro de ese tamaño. Que todo era cuestión de evaluar los resultados que podían llegar a obtenerse, no fuera cosa que el remedio fuera peor que la enfermedad. Que en relación a la cirugía estética, una de las cosas más críticas a considerar era la edad del paciente, pues las personas jóvenes aún en crecimiento logran acomodar sus huesos luego de una reconstrucción, y además tienen las carnes más firmes, cosas ambas que mucho ayudan al éxito de los resultados. Que además los recursos de una mujer para disimular esta cuestión eran muchos, a través del uso de aretes grandes o de pendientes alargados, y/o simplemente cubriendo parte de sus orejas con un buen peinado. Y que en relación a los peinados, los recursos obviamente eran sumamente diversos, uso de apliques, preferencia hacia los peinados asimétricos que atraían la atención por su asimetría desviándola respecto de otras cuestiones. Etcétera, etcétera, etcétera.

Al cierre de la entrevista el médico había dicho a Mariana que de todas formas él operaba solamente cuando todo estaba muy bien planificado y decidido, y que esto incluía un informe de un psicólogo, pues en relación a cuestiones estéticas la componente psicológica tenía una gran incidencia. Así que nuestro personaje salió de la consulta médica con las señas de un psicólogo, y con la promesa hecha al médico que el paciente se tomaría un par de semanas para pensar profundamente en todas las argumentaciones y en todos los razonamientos que le habían sido expuestos.

Mariana era inteligente, y por ello asignaba algo de razón a varios de los argumentos en contra de operarse que le habían sido presentados. Pero por otro lado, mucho le pesaba ese sentimiento interior de toda la vida haber querido hacer determinadas cuestiones, no habiendo podido concretar la mayoría de sus proyectos debido a la recurrente y estricta tiranía familiar encarnada en figuras masculinas. Ella también tenía derecho a decidir, y ella también tenía derecho a eventualmente equivocarse.

Así que con estos pensamientos en su mente, muy resuelta encaminó sus pasos hacia el apartamentito que sus sobrinas ocupaban en la ciudad de Montevideo. Las chiquilinas la recibieron con gran alegría y alboroto, y la invitaron a tomar el té. Mariana aceptó, pero dio dinero a una de sus sobrinas para que fuera a la cercana confitería a comprar algunos sándwiches y algunas exquisiteces dulces.

Mientras saboreaban la improvisada merienda, vinieron las acostumbradas preguntas de siempre. Las jovencitas todo lo querían saber sobre sus amigas y amigos del pueblo. ¿Qué hacía el hermano de fulanita, se había decidido a irse con su padre a la estancia, o se animaría a venir a la capital para intentar recibirse de ingeniero agrónomo? ¿Qué había pasado con Alberta y Julio, seguían ennoviados o habían roto definitivamente? ¿Y Susana, ya se había sacado los frenillos?

En determinado momento la tía expresó a sus sobrinas que tendría que quedarse unos días en la capital, y que tendría que ir a hospedarse en un hotel. Las muchachas entonces se pusieron como locas, e insistieron hasta el cansancio que todos se podrían acomodar en el apartamentito alquilado. Como argumento principal se expuso que de todas formas ellas debían concurrir con frecuencia a los centros de estudio, así que el apartamento a veces quedaba vacío por horas. Al final Mariana aceptó coronada por una salva de aplausos y de expresiones de júbilo.

Y así fue que Mariana comenzó a disfrutar más de cerca de la compañía de algunas de las hijas de sus hermanos y hermanas. Ella no había tenido hijos, y como bien lo dice el refrán, Dios da sobrinos a quien no tiene hijos.

Para Mariana los días siguientes fueron intensos, pues ayudaba con las cosas de la casa, algunas nochecitas iba al teatro acompañada con alguna de sus sobrinas, y los fines de semana alguna de las chiquilinas siempre se las arreglaba para sacarla de paseo a algún lado. El Parque Rodó y su alborotado y desordenado parque de diversiones para chicos y grandes. La Plaza Independencia y los museos de esa zona. La espectacular vista de la ciudad que se ofrecía desde los pisos altos de la Intendencia Municipal de Montevideo. El zoológico. El Museo de Bellas Artes del Parque Rodó y los cuadros de los grandes pintores uruguayos. El té con desfile de modas, un clásico de la conocida Confitería Conaprole de Pocitos. Los partidos de tenis en Carrasco en días soleados, partidos importantes pues en esos días allí se desarrollaba un campeonato internacional. El jardín botánico. El bellísimo Palacio de las Leyes, el bellísimo Palacio Legislativo. El Palacio Taranco en la parte histórica de Montevideo. El Museo de la Moneda del Banco Central. ¡La pueblerina lo estaba pasando bárbaro, lo estaba pasando de maravilla!

Por cierto, para nada Mariana había abandonado su proyecto, y una vez por semana disciplinadamente concurría al consultorio del psicólogo que le había recomendado el cirujano.

El profesional de la psiquis desde el inicio le había indicado a Mariana que le bastarían cuatro entrevistas para poder establecer el informe que se le solicitaba, y precisamente hace un poco más de dos horas que Mariana ya había ingresado para su cuarta consulta al apartamentito donde atendía el loquero. ¡Qué raro! La sesión de esta semana se estaba extendiendo un poco más que las anteriores. ¿Sería por lo del informe? ¿Sería que habría pasado algo?

Sea como sea en estos momentos Mariana está saliendo del edificio. Pronto sabremos como le fue. Pronto sabremos la conclusión o la recomendación del psicólogo.

Con paso firme nuestra heroína pasa junto a mí sin siquiera mirarme. Seguro que se dirige a la parada de taxis para ir al apartamentito de sus sobrinas.

No, tal vez no, pues en este preciso instante se detiene y parece indecisa. Y ahora vuelve sobre sus pasos. ¡Tal vez olvidó algo en el consultorio, o desea hacerle alguna otra pregunta al psiquiatra!

Ahora se detiene frente a mí, y me mira directo a los ojos. Ahora se saca un zapato, y con este instrumento comienza a golpearme.

– Ay, ay, ay, ufa, señora, señora, por favor. Mariana, deténgase, que me hace daño.

– Desgraciado, sinvergüenza, mal nacido, aprovechador. Ya me tienes patilluda con eso que me sigues a todas partes como si fueras mi sombra. ¡Y para colmo, intentas apropiarte de mi historia! Varón tenías que ser para abusarte de esta manera de una mujer indefensa y sumisa. Maricón. Afeminado. Agrandado. Rápido vete de aquí. Bien rapidito sigue tu camino, y pon mucha atención con lo que en el futuro puedas hacer. Si llego a verte otra vez, si nuestros caminos vuelven a cruzarse, no me conformaré con pegarte con mi zapato. Esa vez usaré armas de otro calibre.

¡Oh, parece que comprendió la lección, pues se aleja a toda velocidad! ¡Oh, miren como corre, con la espalda bien curvada, como si la cabeza le pesara, o como si quisiera esquivar proyectiles o golpes! Si hasta el sombrero dejó abandonado en el suelo.

Mil perdón a los lectores. Mil perdón por los exabruptos, pero algunas veces, si no se toma al toro por los cuernos, si no se actúa en forma bien firme y drástica, no se consiguen los resultados deseados.

¡Oh, perdón, perdón, qué sofocón ahora me vino a la cara! Disculpen, pero debo abanicarme un poco con las manos, pues este calor casi no se soporta. Esperen un momentito, que seguro esto se me pasa enseguida. Es que no estoy acostumbrada a estas escenas fuertes, y cualquier cosa me descompensa…

Bueno, ya está pasando, felizmente ahora el calor está pasando. Ah, ah, ya me siento un poco mejor. Gracias por esperarme. Gracias por haber sido tan pacientes.

De ahora en más seré yo misma quien cuente lo que falta de mi historia. Y en realidad ese desgraciado me dejó bien poca cosa, pues la historia casi ha concluido, casi ha llegado a su fin. Por suerte lo que falta tal vez es lo mejor.

En este Uruguay machista, en este Uruguay donde son los hombres quienes siempre ocupan los primeros puestos, las mujeres tienen que tener mucho cuidado con no ser juguete de padres y esposos, y en no dejarse manejar por ellos. Nosotras también tenemos derecho a vivir nuestra vida en forma plena, y no a vivir casi exclusivamente para los demás, y no vivir en función de los demás y bajo sus eventuales órdenes.

He aprendido esta lección un poco tarde, pero en fin, trataré de corregirme, trataré de aprovechar los años que aún me quedan por delante.

Doctor Alfredo Gutiérrez, a pesar de ser hombre usted es un psicólogo y un psiquiatra honesto y competente. Muchísimas gracias por su aporte. Su mensaje bien que lo comprendí hoy día en su consultorio. Allí usted me manifestó que redactaría un informe indicando que al menos por su parte no veía inconvenientes en que me operara las orejas, aunque en lo personal me expresó que posiblemente nada lograría de espectacular por esta vía. Y luego sus palabras exactas fueron: «Señora, viva su propia vida, y no la arruine viviendo para los demás.»

Estas palabras llegaron al fondo de mi alma, y como un relámpago alumbraron mis pensamientos. Y muy rapidito repliqué: «Doctor, ni se moleste en hacer el informe, pues ya decidí que no voy a operarme las orejas. Seguiré su consejo principal porque es un buen consejo. De ahora en adelante viviré para mí, y no en función de los demás, y no en función del qué dirán o del qué pensarán.»

De aquí en más viviré otra vida. Mi casa actual la venderé, y con ese dinero y mis actuales ahorros, seguro que podré comprar un muy amplio apartamento aquí en Montevideo, en Pocitos, o mejor aún en Punta Carretas, frente o bien cerca del campo de golf.

Y digo que quiero un apartamento bien grande y bien cómodo, porque allí quiero dar alojamiento a mis sobrinas y a mis sobrinos, cuando algunos de ellos vengan a la capital a cursar estudios. Y allí también quiero alojar temporalmente a mis hermanas y a mis hermanos, cuando por alguna razón ellos tengan que quedarse en esta ciudad.

De inmediato comunicaré esto a mis sobrinas. Aunque no, de inmediato no, eso será un poco más tarde. Ahora tengo otro proyecto que cumplir.

Hace años que cuido mi figura al máximo, y que innecesariamente me privo de muchas cosas. Cuando me invitan a una fiesta, antes ingiero en mi casa mis acostumbradas ensaladas y mis jugos de frutas naturales, pues así en la reunión no me tiento con las exquisiteces que me ofrecen, y apenas si allí bebo un vaso de un refresco, y como gran cosa pruebo un par de bocadillos. Y la carne de vaca y de cerdo hace años que ni la pruebo, pues las proteínas las obtengo a través del pescado y de las pechugas de pollo bien sequitas y sin piel.

Mi vida debe de cambiar, en las cosas grandes e importantes y también en las cosas chicas. ¡Hace tanto que tengo ganas de comer un chivito, o una milanesa napolitana, o un chorizo al pan, o un plato de papas fritas a caballo, o alguna otra de esas cosas fritas y/o grasosas que casi nunca tocan mis labios!

Y también es hora que aquí en la capital aprenda a manejarme sola, y no como hasta ahora que casi siempre salgo escoltada por alguna de mis sobrinas, así emulando a la súper conocida María Porota, esa que siempre salía con la gurisa de la mano.

Taxi, taxi, rápido, bien rapidito, lléveme a la Chopería La Pasiva más cercana, que estoy apurada. En ese centro de comidas pronto hice mi pedido, y mientras lo esperaba comencé a pensar en los asuntos prioritarios que ahora se me presentaban.

Vender la casa en el interior sería todo un problema, al menos si quería sacar lo que ella realmente valía. La demanda inmobiliaria en el pueblo era muy escasa, sumamente escasa. Y los jovencitos que de vez en cuando contraían nupcias, ciertamente no necesitaban un hogar tan grande, ni tenían el dinero suficiente como para pagar lo que seguramente valía la enorme casona familiar de mi difunto esposo.

Y además, también estaba lo de la búsqueda inmobiliaria en Montevideo. Definitivamente no entiendo ni de números ni de leyes, así que deberé ser muy cauta, extremadamente cauta. Pero… ¿con quién podría asesorarme?

Mis hermanos, para estos asuntos, con evidencia no son muy duchos. Ellos son rústicos hombres de campo, como también lo fue mi padre, y como lo fue mi abuelo. Y los esposos de mis hermanas sin duda tampoco tienen uñas para guitarrero, tampoco son muy expertos en estas cuestiones. ¿Qué podrían saber de hipotecas y de trámites notariales, un simple empleado en una veterinaria, un tendero, y el propietario de una farmacia?

## Mientras saboreaba la mejor milanesa con papas fritas de mi vida, pensé que esos problemitas era mejor atacarlos al siguiente día por la mañana.

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