domingo, 12 de abril de 2009

Un calvo misterioso /111/ (b5)

Era una noche como tantas. Era una noche que no tenía nada de especial.

Había creído que nadie más vendría, cuando repentinamente entró al lugar un hombre más bien joven y de estatura media. Era calvo, y el semblante lucía duro y preocupado.

Y de inmediato presentí que algo no andaba bien. Me maldije por no haber cerrado cuando me pareció que era el momento, pero proseguí con lo que estaba haciendo, como si nada. Era lo mejor que entonces podía hacer.

Ya había levantado todas las sillas del salón, y recogido lo que había sobre las mesas. Así que sólo faltaba lavar el piso, y eso comencé a hacer.

El parroquiano se sentó en la barra, y luego de unos pocos segundos me interpeló con voz bastante alta y autoritaria.

– ¿Acaso ya van a cerrar? ¡Pero qué clase de cafetín es éste que cierra a las diez de la noche! Uno para hermanitas de caridad. A ver usted, sí usted mismo, el que está fregando, ¿dónde está el cantinero?

– Lo tiene frente a usted. –contesté sin demora–

– Sírvame un Caballito Blanco doble, –dijo refregándose la nariz– y agilitando que no tengo mucho tiempo.

Ya detrás del mostrador y mientras servía el whisky, de reojo fui observando más detenidamente a mi impulsivo cliente. Tenía el entrecejo fruncido, y una mano apoyada sobre la barra con la que tamborileaba nervioso. Y de tanto en tanto miraba furtivamente hacia la entrada, como esperando a alguien, como recelando.

– Mire que no pedí un trago exótico, ¿o acaso nunca trabajó en la barra? ¿Para cuando con el whisky?

– Perdón señor, es que ya había guardado todo. Pero ya está, sírvase. –contesté algo nervioso y con voz entrecortada–

– Tome, cóbrese, y así sigue con lo suyo.

Dejó el dinero sobre el mostrador, y tragó la bebida en menos de lo que tardé en devolverle su cambio. Luego se encaminó hacia la entrada con andar algo vacilante, y silenciosamente desapareció en la oscuridad de la noche.

De inmediato cerré con llave el frente, y luego terminé con el piso. Y finalmente me cambié, acomodé las luces según el gusto del patrón, y salí por la puerta de servicio, como siempre.

Ya en la esquina del callejón observé con sorpresa a dos hombres altos y bastante corpulentos que corrían hacia el campo lindero, y casi de inmediato escuché un gemido detrás del contenedor de basura.

Me acerqué con precaución, y enfoqué hacia la penumbra el ojo de gato que siempre llevaba en la mochila.

Y allí observé un cuerpo, de costado y con el torso desnudo, y con varios cortes en la espalda. ¡Era mi último cliente de esa noche que agonizaba!

– Estoy muy seguro que no lo soñé… –dije nerviosamente al Sargento–

– No, no, no puedo explicar porqué el cuerpo desapareció, y tampoco sé porqué no hay rastros de sangre.

– Le aseguro Sargento que no estoy mintiendo, y que esta noche no tomé ni una sola copa. Y por otra parte nada sabía que hace tres años ocurrió aquí mismo algo muy similar.

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